Introducción
A partir de los siglos VI y V a.C., en la 2ª Edad del Hierro, se distinguen en la Península Ibérica unas culturas que individualizan unas áreas geográficas. En estos pueblos prerromanos existe una dualidad cultural:
Con la llegada de los romanos comienza a producirse la romanización. Las áreas ibéricas se adaptan pronto a las costumbres romanas, mientras que la zona interior y el área atlántica perdurarán más tiempo con su substrato cultural.
Cultura Ibérica
La Cultura Ibérica encierra un amplio mosaico de pueblos que nunca constituyeron una unidad organizada ni política ni socialmente. Debe hablarse de Cultura Ibérica para definir una serie de elementos culturales y espirituales que se repiten, con variantes, por un extenso territorio de la Península Ibérica, desde la Baja Andalucía y el Levante hasta el sur de Francia, penetrando por la Meseta oriental y el valle del Ebro.
Origen y evolución
El origen de la Cultura Ibérica es consecuencia de la evolución del substrato indígena orientalizante por influjo de los pueblos colonizadores fenicios y griegos.
Etapa de formación. Período orientalizante
La llegada de los fenicios a costas andaluzas produjo un enriquecimiento cultural de las poblaciones indígenas, dando lugar a un período orientalizante que se extendió por la costa de Levante y Cataluña. Con la crisis de Tartessos (siglo VI a.C.) se generan una serie de facies culturales relacionadas entre sí, pero con nuevas influencias externas púnicas y griegas, aunque no de manera homogénea, lo que originó las variaciones internas de la península.
En Andalucía los contactos fueron más intensos, y se evidencia en grandes núcleos de población. En Levante y Meseta suroriental no se alcanzó un grado de desarrollo comparable con Andalucía, con colonizadores griegos y foceos. En Cataluña, el efecto de los colonizadores sobre el entorno indígena de Campos de Urnas fue reducido, por lo que se conoce una iberización tardía e influida por la cultura ibérica del Sureste, sin alcanzar su grado de desarrollo, al igual que ocurre en el valle del Ebro y sur de Francia.
Cultura Ibérica Plena o 1ª Época Ibérica
Es la fase de mayor esplendor, a finales de los siglos V-III a.C., aunque con difícil delimitación cronológica.
Se produce una ruptura con la etapa anterior, con destrucción de monumentos escultóricos (sobre todo funerarios) en el Sureste, Levante y Alta Andalucía, a finales del siglo V e inicios del IV a.C., por causas aún desconocidas, quizás relacionadas con revueltas sociopolíticas internas.
Se construyen las grandes ciudades, ligadas al incremento demográfico. Los miembros de la élite son enterrados bajo grandes túmulos, con reutilización de elementos funerarios anteriores, y se realizan las primeras esculturas.
Se generaliza el comercio, con importación de cerámicas áticas de barniz negro en el Sureste, y creciente influencia de la cerámica gris ampuritana.
El final de este período está marcado por una crisis en el mundo ibérico. Se abandonan o destruyen poblados y desaparecen las importaciones de cerámicas griegas.
Fase tardía
Se produce a finales de los siglos III-I a.C., coincidiendo con el proceso de romanización. Se produce un nuevo auge de la cultura ibérica, con desarrollo socioeconómico, incremento del comercio exterior y de las relaciones interregionales. Se manifiesta particularmente en las cerámicas de estilos de Liria, Elche-Archena, etc., nueva plástica, acuñaciones de monedas indígenas y extensión del alfabeto ibero-levantino.
Pueblos ibéricos
Las primeras noticias de estos pueblos se remontan al siglo VI a.C. Autores de los siglos II y I a.C. describen el territorio y sus habitantes, que en parte se ha podido relacionar con los testimonios arqueológicos.
Los principales grupos aparecen en el siguiente cuadro:
Sociedad
Existe una organización social jerarquizada, desde la monarquía a sistemas de tipo senatorial y jefaturas militares. La sociedad estaría estructurada por:
La mujer debió tener cierto estatus social como se evidencia en los ajuares funerarios, siendo sacerdotisa y reforzando las alianzas políticas.
Economía
Las bases económicas fueron:
Urbanismo
Se distinguen cuatro tipos de hábitat:
Las murallas son de gran espesor, reforzadas con bastiones y torres de planta cuadrada, trapezoidal, circular o poligonal. Destacan los paramentos de muros ciclópeos (Ullastret y Sagunto) y los poligonales de sillares encajados (Olerdola). A veces entre la muralla y las viviendas existía una calle (Azaila).
Las viviendas solían ser rectangulares con muros de tapial o adobe y zócalos de piedra. El pavimento era de tierra apisonada, cal, adobe o losas de piedra. Suelen ser de una planta, aunque algunas tienen dos (Puig de La Nao, Castellón). El número de habitaciones es variable, normalmente dos: vestíbulo y vivienda.
Se han encontrado pequeñas instalaciones industriales en las casas, como hornos de pan y fundiciones (Castellet de Bernabé, Valencia). También hay poblados dedicados en exclusiva a una actividad productiva, como la elaboración del vino (Alt de Benimaquia, Alicante, y La Quéjola, Albacete).
Necrópolis
Cremaciones
Las necrópolis testimonian un fuerte sentimiento religioso, así como el estado social del difunto. El ritual usual fue la cremación, a excepción de inhumaciones infantiles. La cremación se hace en la tierra o en hoyos. Como caso aislado está el horno o ustrinum de Pozo Moro (Alicante).
Existieron dos tipos de cremaciones:
Ceremonias
Entre las diversas ceremonias funerarias son probables los banquetes, sacrificios de animales y juegos funerarios en honor del difunto. En la necrópolis del Cigarralejo (Mula, Murcia) hay dos ritos: uno destructivo (final del siglo V-III a.C.), en el que se rompía el ajuar, y otro más conservador (desde el siglo III a la romanización), donde los objetos se introducirán intactos en la tumba. El ritual funerario debía ser complejo e institucionalizado por costumbres o por la propia familia.
Tipos de necrópolis
Las necrópolis se ubicaban en terrenos adecuados para ellas. Las sepulturas suelen orientarse E-W y son de varios tipos:
Cubrimiento de las tumbas
Todas las tumbas solían cubrirse con una losa o un cúmulo de piedras, llegando a formarse un túmulo, de forma cuadrangular con escalones. En el Sureste, este túmulo servía de base a un pilar-estela, que podía ser un vaso cerámico, una escultura de animal-toro, esfinge o friso, como Montforte del Cid (Alicante) y Corral de Saus (Valencia), un guerrero a caballo (Villares de Albacete) o complejas construcciones como la de Pozo Moro (Albacete), de origen orientalizante sobre el 500 a.C., con sillares decorados con animales y los frisos con escenas mitológicas.
El conjunto de Porcuna (Jaén) pudiera tratarse de un monumento de heroización funeraria de un rey o personaje importante, decorado con figuras de enfrentamientos bélicos, de caza y eróticas.
Esta variabilidad de cubriciones es símbolo de prestigio del difunto, al igual que el contenido de los ajuares, donde se observa una marcada jerarquización.
Santuarios y templos
La religión de los íberos puede integrarse, según Blázquez, en un tipo muy antiguo de cultos naturalistas en torno a la fecundidad y la vida. Lucas atribuye un dios masculino con funciones celestes, fecundadoras y guerreras.
Existen numerosos santuarios ubicados en emplazamientos naturales relacionados con el agua, como el Colado de los Jardines y Castellar de Santisteban (Jaén), santuario de La Luz (Murcia), El Cigarralejo (Murcia), Secreta de Alcoy (Alicante) y Cerro de los Santos (Albacete).
Se han localizado algunos restos identificados como templos, con características orientales, en lugares altos y con planta rectangular o tripartita. Destacan los templos de Ullastret (Gerona), los dos de Campello (Alicante), el de Tornbous (Lérida) y el palacio-santuario de Cancho Troano (Badajoz).
Arte
El arte ibérico es producto de un artesanado especializado, y refleja el alto nivel cultural desarrollado. Presenta elementos foráneos diversos, pero con personalidad propia determinada por ciertas diferencias regionales. Su funcionalidad básica es religiosa, encontrándose en santuarios y necrópolis.
Escultura en piedra
Es uno de los aspectos más sobresalientes del arte ibérico. La materia prima fue la caliza, trabajada con cincel, gubia, puntero y taladro. El trabajo se termina con el pulido de la piedra y a veces con el estuco y la pintura. Se compone de piezas antropomorfas y zoomorfas. Se observa un interés por la rigidez, la frontalidad y la minuciosidad en el detalle.
Se inicia a mediados del siglo VI a.C., durando cinco siglos.
Época Arcaica
Ocupa los siglos VI-V a.C. Temática zoomorfa, real o fantástica. Proceden de monumentos funerarios de la Alta Andalucía, Sureste, Meseta y Levante. Influencia del arte oriental (sobre todo fenicio), y por otra parte incidencia del ámbito foceo, donde se incluyen la mayoría de los modelos escultóricos de esta etapa, como el conjunto de Porcuna, pilares-estela con esfinges de Agost (Alicante) y Bogarra (Albacete), grifos de Redovan y Elche (Alicante) y la Bicha de Bazalote.
Fase Plena
Ocupa desde mediados del siglo V al III a.C. Piezas relacionadas con el mundo foceo y gran producción indígena. Destacan dos piezas claves: la Dama de Elche y la Dama de Baza (Granada), que sirvieron para contener las cenizas de altos personajes. También están el torso de guerrero de La Alcudia (Elche) y la cabeza de Verdolay (Murcia).
Dentro de las esculturas que reflejan el arte indígena se encuentran las figuras o exvotos, con un mayor porcentaje femenino, ricamente ataviadas, de las necrópolis del Llano de la Consolación y del santuario del Cerro de los Santos (siglos III y II a.C.). Entre ellas destaca la Gran Dama oferente del Cerro, de estilo hierático. Son también interesantes los pequeños exvotos de équidos del santuario del Cigarralejo (Murcia).
Dentro de estas obras, y enlazando con el último momento de la escultura ibérica, sobresalen las figuras y relieves de Osuna (Sevilla), que representan procesiones, desfiles, combates, etc., apreciándose dos características de diferente época, una del siglo III-II a.C. y otra del siglo I a.C.
Bronces
La toréutica alcanzó gran desarrollo. Fueron significativas las pequeñas estatuillas humanas, siendo notables las halladas en los santuarios de Castellar de Santisteban, Collado de los Jardines y Nuestra Señora de la Luz. Son figuras masculinas y femeninas de pie, la mayoría orantes u oferentes. Existen también representaciones de miembros sueltos, así como animales, distinguiéndose los jinetes, como el de la Bastida (Valencia) o el Guerrero de Medina de las Torres (Badajoz).
Las piezas se fabrican en cera perdida con posterior retoque, excepto los alfileres muy finos, obtenidos por martilleado. Se trata de una manifestación indígena, aunque algunas obras reflejan influencias de la Koine mediterránea, situándose estilísticamente desde el siglo VI a.C. a la romanización.
Pueden agruparse en tres períodos:
Terracotas
La coroplastia es menos abundante que la toréutica. Se compone de exvotos depositados para una divinidad. El lote más numeroso está en el santuario de La Serreta de Alcoy, con variada tipología.
En Coimbra del Barranco Ancho (Murcia) se han localizado terracotas identificables con Démeter, diosa de la fertilidad y la agricultura.
Cerámica
La cerámica alcanzó gran desarrollo por la introducción del torno rápido y de hornos oxidantes. Existe también cerámica hecha a mano o a torno lento, denominada cerámica de cocina.
Las formas son variadas, derivando unas de prototipos exteriores (ánforas fenicias, cráteras y platos griegos) y otras propiamente ibéricas, como recipientes bicónicos, toneletes, urnas de orejeras, etc.
En la zona andaluza existe una decoración geométrica con motivos monocromos de bandas horizontales, circunferencias, líneas onduladas, etc. Existe la policromía con temas vegetales y animales, de influencia orientalizante, de los siglos VI-V a.C.
En la zona Sureste se distinguen dos etapas:
Otras artes menores
Los objetos ornamentales se ejecutaron en bronce, y en menor medida en hierro. Suelen estar decorados con incisiones o troquelados, y en algunas piezas, como los broches de cinturón, se aprecia una damasquinación en plata.
Son abundantes las fíbulas, con dos tipos característicos: las anulares hispánicas y los tipos de La Tène I. En la romanización se encuentran ya los tipos de La Tène II, con apéndice caudal fijado al puente. Existen también jarras, braseros, pasadores, etc.
En la orfebrería cabe destacar la afición por las joyas. En los elementos de oro se empleó el repujado, filigrana y granulado, destacando los tesoros de Javea (Alicante) y las arracadas de Santiago de la Espada (Jaén), del siglo IV a.C., con tipos de origen griego. También sobresalen las vajillas de plata como la de Castellar de Banyolas (Tivissa, Tarragona), del siglo II a.C., con rica decoración a base de escenas.
Guerra
La guerra fue una actividad frecuente entre los íberos. Destaca su papel como mercenarios en las guerras entre griegos y cartagineses, fundamentalmente en Sicilia (siglo IV a.C.). También existieron combates en el interior peninsular y bandolerismo. La presencia de armas en ajuares y sus representaciones cerámicas y esculturas indican una arraigada ideología militar.
Armamento
Entre las armas defensivas están los cascos de cuero o metal, a veces con penacho o cimera. Excepcionalmente usaron corazas metálicas. Los escudos eran de dos tipos: caetra, pequeño y circular, que no se embraza, y scuttum, de forma oblonga, más grande y de influencia celta.
En las armas ofensivas, además de la honda, falaricas, flechas con pedúnculo y hachas de doble filo, destaca el soliferrum, larga lanza de hierro con filo agudo, y sobre todo la falcata, sable grueso de hoja curva y acanaladuras longitudinales, con filo cortante, empuñadura en forma de cabeza de ave o caballo, y decorada con damasquinados en cobre y plata. También usaron espadas tipo La Tène y puñales afalcatados rectos, con empuñaduras más simples que la falcata.
Escritura
El desciframiento de la escritura ibérica ofrece dificultades. Su alfabeto es semisilábico, escribiendo de derecha a izquierda, pero los signos no siempre tienen el mismo valor. Parece que la más antigua es la del suroeste, y de ella derivaron la meridional y la levantina.
Existe otra escritura de tipo alfabético en la región contestana, pero de corto período de uso, de origen griego. El resto de los signos ibéricos parecen proceder del alfabeto fenicio.
A partir de los siglos VI y V a.C., en la 2ª Edad del Hierro, se distinguen en la Península Ibérica unas culturas que individualizan unas áreas geográficas. En estos pueblos prerromanos existe una dualidad cultural:
- Las zonas mediterráneas ocupadas por la Cultura Ibérica, abiertas a estímulos de los pueblos colonizadores.
- La zona interior y regiones atlánticas, con carácter más arcaizante e influencia de pueblos célticos o hallstáticos relacionados con los Campos de Urnas peninsulares.
Con la llegada de los romanos comienza a producirse la romanización. Las áreas ibéricas se adaptan pronto a las costumbres romanas, mientras que la zona interior y el área atlántica perdurarán más tiempo con su substrato cultural.
Cultura Ibérica
La Cultura Ibérica encierra un amplio mosaico de pueblos que nunca constituyeron una unidad organizada ni política ni socialmente. Debe hablarse de Cultura Ibérica para definir una serie de elementos culturales y espirituales que se repiten, con variantes, por un extenso territorio de la Península Ibérica, desde la Baja Andalucía y el Levante hasta el sur de Francia, penetrando por la Meseta oriental y el valle del Ebro.
Origen y evolución
El origen de la Cultura Ibérica es consecuencia de la evolución del substrato indígena orientalizante por influjo de los pueblos colonizadores fenicios y griegos.
Etapa de formación. Período orientalizante
La llegada de los fenicios a costas andaluzas produjo un enriquecimiento cultural de las poblaciones indígenas, dando lugar a un período orientalizante que se extendió por la costa de Levante y Cataluña. Con la crisis de Tartessos (siglo VI a.C.) se generan una serie de facies culturales relacionadas entre sí, pero con nuevas influencias externas púnicas y griegas, aunque no de manera homogénea, lo que originó las variaciones internas de la península.
En Andalucía los contactos fueron más intensos, y se evidencia en grandes núcleos de población. En Levante y Meseta suroriental no se alcanzó un grado de desarrollo comparable con Andalucía, con colonizadores griegos y foceos. En Cataluña, el efecto de los colonizadores sobre el entorno indígena de Campos de Urnas fue reducido, por lo que se conoce una iberización tardía e influida por la cultura ibérica del Sureste, sin alcanzar su grado de desarrollo, al igual que ocurre en el valle del Ebro y sur de Francia.
Cultura Ibérica Plena o 1ª Época Ibérica
Es la fase de mayor esplendor, a finales de los siglos V-III a.C., aunque con difícil delimitación cronológica.
Se produce una ruptura con la etapa anterior, con destrucción de monumentos escultóricos (sobre todo funerarios) en el Sureste, Levante y Alta Andalucía, a finales del siglo V e inicios del IV a.C., por causas aún desconocidas, quizás relacionadas con revueltas sociopolíticas internas.
Se construyen las grandes ciudades, ligadas al incremento demográfico. Los miembros de la élite son enterrados bajo grandes túmulos, con reutilización de elementos funerarios anteriores, y se realizan las primeras esculturas.
Se generaliza el comercio, con importación de cerámicas áticas de barniz negro en el Sureste, y creciente influencia de la cerámica gris ampuritana.
El final de este período está marcado por una crisis en el mundo ibérico. Se abandonan o destruyen poblados y desaparecen las importaciones de cerámicas griegas.
Fase tardía
Se produce a finales de los siglos III-I a.C., coincidiendo con el proceso de romanización. Se produce un nuevo auge de la cultura ibérica, con desarrollo socioeconómico, incremento del comercio exterior y de las relaciones interregionales. Se manifiesta particularmente en las cerámicas de estilos de Liria, Elche-Archena, etc., nueva plástica, acuñaciones de monedas indígenas y extensión del alfabeto ibero-levantino.
Pueblos ibéricos
Las primeras noticias de estos pueblos se remontan al siglo VI a.C. Autores de los siglos II y I a.C. describen el territorio y sus habitantes, que en parte se ha podido relacionar con los testimonios arqueológicos.
Los principales grupos aparecen en el siguiente cuadro:
Zona | Grupo |
Baja Andalucía | TURDETANOS |
Alta Andalucía (oriental) | ORETANOS |
Alta Andalucía (meridional) | BASTETANOS |
Sureste | MASTIENOS |
Sur de Levante | CONTESTANOS |
Llanuras y sierras de Valencia | EDETANOS |
Interior de Levante | ÓLCADES |
Valle del Ebro | ILERGAVONES |
Tarragona | CESSETANOS |
Llobregat y el Valles | LAYETANOS |
Ampurdan | INDICETES |
Rosellón | SORDONES |
Interior de Cataluña | AUSETANOS |
Cuencas del Segre y Cinca | ILERGETES |
Huesca | OSCETANOS |
Sociedad
Existe una organización social jerarquizada, desde la monarquía a sistemas de tipo senatorial y jefaturas militares. La sociedad estaría estructurada por:
- Élites dirigentes y grupos de propietarios: de carácter guerrero y sacro.
- Grupos medios: mercaderes y artesanos especializados
- Grupos inferiores: agricultores, ganaderos, algunos artesanos, mineros y esclavos.
La mujer debió tener cierto estatus social como se evidencia en los ajuares funerarios, siendo sacerdotisa y reforzando las alianzas políticas.
Economía
Las bases económicas fueron:
- Agricultura: con avances técnicos (regadío, arado y uso del hierro) y cultivos de trigo, cebada, vid y olivo.
- Ganadería: ganado vacuno en la Baja Andalucía, cerdo y ovicápridos, y caballo como animal de prestigio.
- Caza y pesca: actividades secundarias, ligadas al ámbito colonial fenicio.
- Minería: importante riqueza minera, con nuevas tecnologías. La producción fundamental fue la plata (Huelva, Cartagena, Sierra Morena y Alto Llobregat), el hierro (Alto Llobregat), cobre (Bética) y mercurio (Sisapo, Almadén).
Urbanismo
Se distinguen cuatro tipos de hábitat:
- Oppidum: en lugares altos y con fuertes defensas. Son de extensión diversa, desde grandes ciudades, como Cástulo (Jaén) y Obulco (Corpuna, Jaén), de más de 40 Has., hasta asentamientos pequeños como Puente Tablas (Jaén), Puig de Alcoy (Alicante) o Puig Castellet (Lloret de Mar). Hay tres tipos de estructuras morfológicas: en cerros amesetados, en laderas y los que ocupan el espigón del cerro.
- Poblados en llano: están poco definidos. Un ejemplo es Alcudia de Elche (Alicante).
- Atalaya: asentamiento con fortificaciones y torre de vigilancia, en lugares altos y de difícil acceso. Aparece a partir del siglo III a.C., como el Puntal dels Llops de Olocau (Valencia).
- Asentamientos rurales: de pequeño tamaño, en llano o ladera y sin defensas.
Las murallas son de gran espesor, reforzadas con bastiones y torres de planta cuadrada, trapezoidal, circular o poligonal. Destacan los paramentos de muros ciclópeos (Ullastret y Sagunto) y los poligonales de sillares encajados (Olerdola). A veces entre la muralla y las viviendas existía una calle (Azaila).
Las viviendas solían ser rectangulares con muros de tapial o adobe y zócalos de piedra. El pavimento era de tierra apisonada, cal, adobe o losas de piedra. Suelen ser de una planta, aunque algunas tienen dos (Puig de La Nao, Castellón). El número de habitaciones es variable, normalmente dos: vestíbulo y vivienda.
Se han encontrado pequeñas instalaciones industriales en las casas, como hornos de pan y fundiciones (Castellet de Bernabé, Valencia). También hay poblados dedicados en exclusiva a una actividad productiva, como la elaboración del vino (Alt de Benimaquia, Alicante, y La Quéjola, Albacete).
Necrópolis
Cremaciones
Las necrópolis testimonian un fuerte sentimiento religioso, así como el estado social del difunto. El ritual usual fue la cremación, a excepción de inhumaciones infantiles. La cremación se hace en la tierra o en hoyos. Como caso aislado está el horno o ustrinum de Pozo Moro (Alicante).
Existieron dos tipos de cremaciones:
- Primarias: el cadáver se quema en su tumba y la pira se cierra con tierra.
- Secundarias: tras la cremación se recogen los restos para enterrarlos en otro lugar. Son los más frecuentes.
Ceremonias
Entre las diversas ceremonias funerarias son probables los banquetes, sacrificios de animales y juegos funerarios en honor del difunto. En la necrópolis del Cigarralejo (Mula, Murcia) hay dos ritos: uno destructivo (final del siglo V-III a.C.), en el que se rompía el ajuar, y otro más conservador (desde el siglo III a la romanización), donde los objetos se introducirán intactos en la tumba. El ritual funerario debía ser complejo e institucionalizado por costumbres o por la propia familia.
Tipos de necrópolis
Las necrópolis se ubicaban en terrenos adecuados para ellas. Las sepulturas suelen orientarse E-W y son de varios tipos:
- Hoyos (loculi). de forma oval, con o sin urna funeraria, y los elementos del ajuar en su interior o alrededores.
- Tumbas de cámara subterránea: son frecuentes en Andalucía, de origen fenicio. Unas eran individuales, como la de la Dama de Baza; otras colectivas con dependencias, como la de Toya (Jaén) o las de Galera (Granada). Estas últimas son de plantas complejas y posiblemente con representaciones pictóricas. Asociadas a las cámaras están las cajas cinerarias decoradas con motivos geométricos, figuras humanas y animales, tanto en relieve como en pintura. Son frecuentes las cráteras griegas utilizadas como urnas cinerarias.
Cubrimiento de las tumbas
Todas las tumbas solían cubrirse con una losa o un cúmulo de piedras, llegando a formarse un túmulo, de forma cuadrangular con escalones. En el Sureste, este túmulo servía de base a un pilar-estela, que podía ser un vaso cerámico, una escultura de animal-toro, esfinge o friso, como Montforte del Cid (Alicante) y Corral de Saus (Valencia), un guerrero a caballo (Villares de Albacete) o complejas construcciones como la de Pozo Moro (Albacete), de origen orientalizante sobre el 500 a.C., con sillares decorados con animales y los frisos con escenas mitológicas.
El conjunto de Porcuna (Jaén) pudiera tratarse de un monumento de heroización funeraria de un rey o personaje importante, decorado con figuras de enfrentamientos bélicos, de caza y eróticas.
Esta variabilidad de cubriciones es símbolo de prestigio del difunto, al igual que el contenido de los ajuares, donde se observa una marcada jerarquización.
Santuarios y templos
La religión de los íberos puede integrarse, según Blázquez, en un tipo muy antiguo de cultos naturalistas en torno a la fecundidad y la vida. Lucas atribuye un dios masculino con funciones celestes, fecundadoras y guerreras.
Existen numerosos santuarios ubicados en emplazamientos naturales relacionados con el agua, como el Colado de los Jardines y Castellar de Santisteban (Jaén), santuario de La Luz (Murcia), El Cigarralejo (Murcia), Secreta de Alcoy (Alicante) y Cerro de los Santos (Albacete).
Se han localizado algunos restos identificados como templos, con características orientales, en lugares altos y con planta rectangular o tripartita. Destacan los templos de Ullastret (Gerona), los dos de Campello (Alicante), el de Tornbous (Lérida) y el palacio-santuario de Cancho Troano (Badajoz).
Arte
El arte ibérico es producto de un artesanado especializado, y refleja el alto nivel cultural desarrollado. Presenta elementos foráneos diversos, pero con personalidad propia determinada por ciertas diferencias regionales. Su funcionalidad básica es religiosa, encontrándose en santuarios y necrópolis.
Escultura en piedra
Es uno de los aspectos más sobresalientes del arte ibérico. La materia prima fue la caliza, trabajada con cincel, gubia, puntero y taladro. El trabajo se termina con el pulido de la piedra y a veces con el estuco y la pintura. Se compone de piezas antropomorfas y zoomorfas. Se observa un interés por la rigidez, la frontalidad y la minuciosidad en el detalle.
Se inicia a mediados del siglo VI a.C., durando cinco siglos.
Época Arcaica
Ocupa los siglos VI-V a.C. Temática zoomorfa, real o fantástica. Proceden de monumentos funerarios de la Alta Andalucía, Sureste, Meseta y Levante. Influencia del arte oriental (sobre todo fenicio), y por otra parte incidencia del ámbito foceo, donde se incluyen la mayoría de los modelos escultóricos de esta etapa, como el conjunto de Porcuna, pilares-estela con esfinges de Agost (Alicante) y Bogarra (Albacete), grifos de Redovan y Elche (Alicante) y la Bicha de Bazalote.
Fase Plena
Ocupa desde mediados del siglo V al III a.C. Piezas relacionadas con el mundo foceo y gran producción indígena. Destacan dos piezas claves: la Dama de Elche y la Dama de Baza (Granada), que sirvieron para contener las cenizas de altos personajes. También están el torso de guerrero de La Alcudia (Elche) y la cabeza de Verdolay (Murcia).
Dentro de las esculturas que reflejan el arte indígena se encuentran las figuras o exvotos, con un mayor porcentaje femenino, ricamente ataviadas, de las necrópolis del Llano de la Consolación y del santuario del Cerro de los Santos (siglos III y II a.C.). Entre ellas destaca la Gran Dama oferente del Cerro, de estilo hierático. Son también interesantes los pequeños exvotos de équidos del santuario del Cigarralejo (Murcia).
Dentro de estas obras, y enlazando con el último momento de la escultura ibérica, sobresalen las figuras y relieves de Osuna (Sevilla), que representan procesiones, desfiles, combates, etc., apreciándose dos características de diferente época, una del siglo III-II a.C. y otra del siglo I a.C.
Bronces
La toréutica alcanzó gran desarrollo. Fueron significativas las pequeñas estatuillas humanas, siendo notables las halladas en los santuarios de Castellar de Santisteban, Collado de los Jardines y Nuestra Señora de la Luz. Son figuras masculinas y femeninas de pie, la mayoría orantes u oferentes. Existen también representaciones de miembros sueltos, así como animales, distinguiéndose los jinetes, como el de la Bastida (Valencia) o el Guerrero de Medina de las Torres (Badajoz).
Las piezas se fabrican en cera perdida con posterior retoque, excepto los alfileres muy finos, obtenidos por martilleado. Se trata de una manifestación indígena, aunque algunas obras reflejan influencias de la Koine mediterránea, situándose estilísticamente desde el siglo VI a.C. a la romanización.
Pueden agruparse en tres períodos:
- Época arcaica: de mediados del siglo VI a.C. a mediados del V a.C., con influencia jonia arcaizante.
- Época media o clásica: en los siglos IV-III a.C. Continúa el arcaismo anterior, pero con mayor industrialización, extendido hacia el Sureste.
- Época Final: a partir de la romanización, con influencias helenísticas y figuras en movimiento.
Terracotas
La coroplastia es menos abundante que la toréutica. Se compone de exvotos depositados para una divinidad. El lote más numeroso está en el santuario de La Serreta de Alcoy, con variada tipología.
En Coimbra del Barranco Ancho (Murcia) se han localizado terracotas identificables con Démeter, diosa de la fertilidad y la agricultura.
Cerámica
La cerámica alcanzó gran desarrollo por la introducción del torno rápido y de hornos oxidantes. Existe también cerámica hecha a mano o a torno lento, denominada cerámica de cocina.
Las formas son variadas, derivando unas de prototipos exteriores (ánforas fenicias, cráteras y platos griegos) y otras propiamente ibéricas, como recipientes bicónicos, toneletes, urnas de orejeras, etc.
En la zona andaluza existe una decoración geométrica con motivos monocromos de bandas horizontales, circunferencias, líneas onduladas, etc. Existe la policromía con temas vegetales y animales, de influencia orientalizante, de los siglos VI-V a.C.
En la zona Sureste se distinguen dos etapas:
- Siglos V-finales del IV a.C.: cerámica geométrica sencilla, y cerámicas grises.
- Finales del siglo IV a.C. a la romanización: mayor personalidad de la alfarería levantina, con figuras humanas, animales y motivos florales. Dentro de esta última etapa pueden encontrarse dos estilos:
- Elche-Archena (o estilo simbólico de la Contestana): motivos geométricos y vegetales mezclados con temas figurativos, da tamaño grande. Uno de los ejemplos más notable es el vaso de los guerreros de Archena.
- Oliva-Liria (o estilo narrativo de la Edetania): escenas de caza, guerras, procesiones y vida cotidiana, de menor tamaño. Representaciones desde siluetas a tintas planas oscuras, a veces con grafitos ibéricos.
Otras artes menores
Los objetos ornamentales se ejecutaron en bronce, y en menor medida en hierro. Suelen estar decorados con incisiones o troquelados, y en algunas piezas, como los broches de cinturón, se aprecia una damasquinación en plata.
Son abundantes las fíbulas, con dos tipos característicos: las anulares hispánicas y los tipos de La Tène I. En la romanización se encuentran ya los tipos de La Tène II, con apéndice caudal fijado al puente. Existen también jarras, braseros, pasadores, etc.
En la orfebrería cabe destacar la afición por las joyas. En los elementos de oro se empleó el repujado, filigrana y granulado, destacando los tesoros de Javea (Alicante) y las arracadas de Santiago de la Espada (Jaén), del siglo IV a.C., con tipos de origen griego. También sobresalen las vajillas de plata como la de Castellar de Banyolas (Tivissa, Tarragona), del siglo II a.C., con rica decoración a base de escenas.
Guerra
La guerra fue una actividad frecuente entre los íberos. Destaca su papel como mercenarios en las guerras entre griegos y cartagineses, fundamentalmente en Sicilia (siglo IV a.C.). También existieron combates en el interior peninsular y bandolerismo. La presencia de armas en ajuares y sus representaciones cerámicas y esculturas indican una arraigada ideología militar.
Armamento
Entre las armas defensivas están los cascos de cuero o metal, a veces con penacho o cimera. Excepcionalmente usaron corazas metálicas. Los escudos eran de dos tipos: caetra, pequeño y circular, que no se embraza, y scuttum, de forma oblonga, más grande y de influencia celta.
En las armas ofensivas, además de la honda, falaricas, flechas con pedúnculo y hachas de doble filo, destaca el soliferrum, larga lanza de hierro con filo agudo, y sobre todo la falcata, sable grueso de hoja curva y acanaladuras longitudinales, con filo cortante, empuñadura en forma de cabeza de ave o caballo, y decorada con damasquinados en cobre y plata. También usaron espadas tipo La Tène y puñales afalcatados rectos, con empuñaduras más simples que la falcata.
Escritura
El desciframiento de la escritura ibérica ofrece dificultades. Su alfabeto es semisilábico, escribiendo de derecha a izquierda, pero los signos no siempre tienen el mismo valor. Parece que la más antigua es la del suroeste, y de ella derivaron la meridional y la levantina.
Existe otra escritura de tipo alfabético en la región contestana, pero de corto período de uso, de origen griego. El resto de los signos ibéricos parecen proceder del alfabeto fenicio.