El siglo XVI constituye un periodo de desarrollo no sólo en el ámbito demográfico, marítimo, económico y político, sino también en el religioso. Las actividades culturales experimentaron igualmente un notable incremento. La nueva técnica de los caracteres de imprenta móviles realizó rápidos progresos de modo que a comienzos de siglo ya estaba en plena actividad. La imprenta se convirtió en un instrumento cultural de mucho valor, las censuras que se montaron para frenarlo lograron sus objetivos en muy pocos países, como España. Los talleres tipográficos desempeñaron un gran papel en la propaganda de las controversias religiosas e igualmente se acrecentó su uso político y administrativo, por ejemplo, los contratos marítimos comenzaron a realizarse por el sistema de rellenar formularios. El uso de la imprenta fue un vehículo notable en obras literarias, geográficas, jurídicas, científicas, técnicas o musicales.
El libro se convirtió en el objeto cultural más vendido, cada vez más en las lenguas vulgares y cada vez menos en latín. Fue un producto de factura esmerada y a menudo muy bella, bien encuadernado, compaginado, con papel verjurado a mano y adornado con óptimas ilustraciones hechas a pluma. Si el libro fue un descubrimiento del siglo XV, fue innegablemente una conquista del siglo XVI, sus formatos fueron de lo más diverso, desde el gran infolio al minúsculo en dozavo.
La mayor parte de las literaturas nacionales pusieron en circulación unas obras maestras que no tenían parangón con las del siglo anterior, por ejemplo la historiografía italiana que por un lado tiene una ampulosa producción humanística y por otro el ritmo de un Maquiavelo o de un Guiciardini, así como en la literatura caballeresca las sobresalientes obras de Pulci, Boiardo, Ariosto y de Tasso, dentro de este género fuera de Italia tenemos los éxitos del “Amadis de Gaula” (1540-1548) y de “Os Lusiadas” de Camoens (1572).
Otra característica importante relacionada con la imprenta como vehículo difusor de la cultura fue la nueva artificiosidad del lenguaje vulgar, que se hace académico y con una tendencia excesiva al clasicismo. El patrimonio literario sufría la influencia de las tendencias aristocráticas y elitistas dominantes de los estratos superiores de la sociedad de la época.
El siglo estuvo animado por la creatividad, nacieron el teatro de Ruzzante, la novela picaresca y la comedia dell´arte. Grandes obras como las de Rabelais, Montaigne, Lutero o Shakespeare.
Algo similar ocurrió con las artes figurativas, un producto de serie era claramente más popular que el similar salido de la imprenta, teniendo en cuenta que para los indoctos la apreciación visual, la contemplación de las obras, les permitía apreciar muchas de sus intenciones y valores estéticos.
El estilo renacentista, aunque no se difundió en igual medida en todos los países europeos, era grandilocuente y estaba basado en valores doctos. En un sentido relativo, el peso específico de pintores y escultores fue mayor que el de los escritores. En su ejecución el clasicismo significaba estudio y estilo amanerado, los contenidos siguieron siendo los tradicionales, en gran medida temas religiosos, que llegó a cambiar e incluso traicionar en ocasiones el espíritu cristiano de la historia, así cuando más adelante en las regiones católicas los artistas fueron inducidos de nuevo a respetar las intenciones religiosas, los resultados no fueron muy positivos. El arte de la Contrarreforma quiso ser edificante pero, a menudo, resulto ser retórico.
El estilo renacentista se impuso en todas partes, sólo en el siglo XVII. Durante el XVI muchas zonas, sobre todo del norte de Europa, permanecieron adheridas al gótico.
En el plano arquitectónico, se alzaron edificios civiles y privados en cantidad mucho mayor que en el siglo anterior. El nuevo lenguaje de los artistas se hizo clásico (elementos empleados por los antiguos: columnas, frontones, cariátides, bóvedas de cañón, etc), la única innovación relativa fue la cúpula para las construcciones religiosas. Los arquitectos, aparte de introducir estos elementos, impusieron un rigor de perspectiva, una simetría espacial totalmente diferente a la del gótico. Toda construcción fue sometida a normas geométricas y a relaciones de volumen consideradas ideales y perfectas, se tendía a lo imponente, a lo majestuoso, además de a lo regular y armonioso. La arquitectura se estaba convirtiendo más en un marco que en algo representativo de la comunidad.
Entre las estructuras urbanas en transformación, se manifestaba todavía en formas bastante espontáneas y variopintas con una participación colectiva en los tipos más diversos de ceremonia pública: procesiones, ejecuciones capitales, autos de fe, entradas triunfales, carnavales, fiestas de todo tipo, etc. El gusto por la manifestación pública era muy vivo, los príncipes daban ejemplo, tomaban y provocaban las iniciativas, aunque las comunidades no se quedaban atrás. Las Cortes eran aún itinerantes y las estancias de los soberanos daban lugar a escenas llenas de movimiento. La pasión por el espectáculo animó la producción teatral, de marcado carácter religioso, con sus misterios y representaciones sacras y también cada vez más, comedias típicamente laicas. Los edificios dedicados a las representaciones eran todavía escasos, los patios de los palacios se adaptaban fácilmente, siendo típica del siglo XVI la utilización provisional de espacios, sobre todo abiertos pero también cerrados, como lugares teatrales y escénicos y donde se recurría a grandes artistas o a eminentes técnicos para la maquinaria y dirección, desde Leonardo hasta Tiziano o Palladio.
Requiere especial atención en este periodo el desarrollo de la música como elemento esencial de los espectáculos profanos, las iglesias contribuyeron a su valoración. El impulso aportado a este campo por Lutero fue uno de sus mayores logros culturales. En el canto de los salmos, son célebres los de Claude Goudimel. Calvino la adaptó a la religiosidad por él predicada y fue un arma eficaz entre sus seguidores hugonotes en las guerras de religión francesas, no permitió el uso de instrumentos musicales en los servicios religiosos en los lugares donde se observó su mandato. La Contrarreforma promovió más tarde unas tomas de posición que no eran tan diferentes a las de Calvino, Carlos Borromeo prohibió en su diócesis de Milán el uso de cualquier instrumento en la iglesia, a excepción del órgano, y varios teólogos católicos se declararon en contra de las formas demasiado elaboradas de música religiosa, aunque no fue hostil, la Contrarreforma, al uso de la música. Los ballets, la caza, la guerra, las paradas al aire libre y las simples canciones estimularon una gama riquísima de obras.
La canción francesa reinaba en la primera mitad del siglo, con Clément Janequin (1480-1557) y Guillaume Costeley (1531-1606) después. Los Países Bajos se encontraban en el origen de los más notables desarrollos de la música del siglo, los flamencos perfeccionaron la tradición polifónica del período anterior y combinaron las líneas melódicas con las sonoridades vocales. Las obras procedentes de los Países Bajos —los madrigales— ocupan un lugar importante; Italia se había abierto a la influencia flamenca, aunque la supo nutrir y renovar. Adriaan Willaert fue nombrado maestro de capilla de la iglesia de San Marcos en Venecia en 1527 y hata 1571 él y su sucesor, Cyprien de Roe, formaron generaciones de músicos italianos. Willaert introdujo lo coros múltiples con trombones, instrumentos de cuerda y órgano; Verdelot y Arcadelt fueron apreciados por sus madrigales.
Roma se convirtió también en un gran centro musical, donde brilló Luigi da Palestrina (1525-1594) y su alumnos español Victoria (1535-1611). Músico de renombre europeo fue Roland de Lassus (1532-1594) un flamenco que residió en Italia y que desde 1556 fue llamado a Munich por Alberto V de Baviera donde permaneció hasta su muerte, fue autor de decenas de misas, centenares de motetes, además de salmos, letanías, canciones, madrigales y lieder.
En Francia la música tendió a concentrarse en la corte, floreció el ballet. Inglaterra conoció su edad de oro con Isabel y Jacobo I. En Italia se desarrollaron, a final de siglo, los gérmenes de la ópera, cuyos primeros ejemplos fueron “Dafne” (1597) de Peri, y “Orfeo” (1607) de Claudio Monteverdi (1567-1643).
El libro se convirtió en el objeto cultural más vendido, cada vez más en las lenguas vulgares y cada vez menos en latín. Fue un producto de factura esmerada y a menudo muy bella, bien encuadernado, compaginado, con papel verjurado a mano y adornado con óptimas ilustraciones hechas a pluma. Si el libro fue un descubrimiento del siglo XV, fue innegablemente una conquista del siglo XVI, sus formatos fueron de lo más diverso, desde el gran infolio al minúsculo en dozavo.
La mayor parte de las literaturas nacionales pusieron en circulación unas obras maestras que no tenían parangón con las del siglo anterior, por ejemplo la historiografía italiana que por un lado tiene una ampulosa producción humanística y por otro el ritmo de un Maquiavelo o de un Guiciardini, así como en la literatura caballeresca las sobresalientes obras de Pulci, Boiardo, Ariosto y de Tasso, dentro de este género fuera de Italia tenemos los éxitos del “Amadis de Gaula” (1540-1548) y de “Os Lusiadas” de Camoens (1572).
Otra característica importante relacionada con la imprenta como vehículo difusor de la cultura fue la nueva artificiosidad del lenguaje vulgar, que se hace académico y con una tendencia excesiva al clasicismo. El patrimonio literario sufría la influencia de las tendencias aristocráticas y elitistas dominantes de los estratos superiores de la sociedad de la época.
El siglo estuvo animado por la creatividad, nacieron el teatro de Ruzzante, la novela picaresca y la comedia dell´arte. Grandes obras como las de Rabelais, Montaigne, Lutero o Shakespeare.
Algo similar ocurrió con las artes figurativas, un producto de serie era claramente más popular que el similar salido de la imprenta, teniendo en cuenta que para los indoctos la apreciación visual, la contemplación de las obras, les permitía apreciar muchas de sus intenciones y valores estéticos.
El estilo renacentista, aunque no se difundió en igual medida en todos los países europeos, era grandilocuente y estaba basado en valores doctos. En un sentido relativo, el peso específico de pintores y escultores fue mayor que el de los escritores. En su ejecución el clasicismo significaba estudio y estilo amanerado, los contenidos siguieron siendo los tradicionales, en gran medida temas religiosos, que llegó a cambiar e incluso traicionar en ocasiones el espíritu cristiano de la historia, así cuando más adelante en las regiones católicas los artistas fueron inducidos de nuevo a respetar las intenciones religiosas, los resultados no fueron muy positivos. El arte de la Contrarreforma quiso ser edificante pero, a menudo, resulto ser retórico.
El estilo renacentista se impuso en todas partes, sólo en el siglo XVII. Durante el XVI muchas zonas, sobre todo del norte de Europa, permanecieron adheridas al gótico.
En el plano arquitectónico, se alzaron edificios civiles y privados en cantidad mucho mayor que en el siglo anterior. El nuevo lenguaje de los artistas se hizo clásico (elementos empleados por los antiguos: columnas, frontones, cariátides, bóvedas de cañón, etc), la única innovación relativa fue la cúpula para las construcciones religiosas. Los arquitectos, aparte de introducir estos elementos, impusieron un rigor de perspectiva, una simetría espacial totalmente diferente a la del gótico. Toda construcción fue sometida a normas geométricas y a relaciones de volumen consideradas ideales y perfectas, se tendía a lo imponente, a lo majestuoso, además de a lo regular y armonioso. La arquitectura se estaba convirtiendo más en un marco que en algo representativo de la comunidad.
Entre las estructuras urbanas en transformación, se manifestaba todavía en formas bastante espontáneas y variopintas con una participación colectiva en los tipos más diversos de ceremonia pública: procesiones, ejecuciones capitales, autos de fe, entradas triunfales, carnavales, fiestas de todo tipo, etc. El gusto por la manifestación pública era muy vivo, los príncipes daban ejemplo, tomaban y provocaban las iniciativas, aunque las comunidades no se quedaban atrás. Las Cortes eran aún itinerantes y las estancias de los soberanos daban lugar a escenas llenas de movimiento. La pasión por el espectáculo animó la producción teatral, de marcado carácter religioso, con sus misterios y representaciones sacras y también cada vez más, comedias típicamente laicas. Los edificios dedicados a las representaciones eran todavía escasos, los patios de los palacios se adaptaban fácilmente, siendo típica del siglo XVI la utilización provisional de espacios, sobre todo abiertos pero también cerrados, como lugares teatrales y escénicos y donde se recurría a grandes artistas o a eminentes técnicos para la maquinaria y dirección, desde Leonardo hasta Tiziano o Palladio.
Requiere especial atención en este periodo el desarrollo de la música como elemento esencial de los espectáculos profanos, las iglesias contribuyeron a su valoración. El impulso aportado a este campo por Lutero fue uno de sus mayores logros culturales. En el canto de los salmos, son célebres los de Claude Goudimel. Calvino la adaptó a la religiosidad por él predicada y fue un arma eficaz entre sus seguidores hugonotes en las guerras de religión francesas, no permitió el uso de instrumentos musicales en los servicios religiosos en los lugares donde se observó su mandato. La Contrarreforma promovió más tarde unas tomas de posición que no eran tan diferentes a las de Calvino, Carlos Borromeo prohibió en su diócesis de Milán el uso de cualquier instrumento en la iglesia, a excepción del órgano, y varios teólogos católicos se declararon en contra de las formas demasiado elaboradas de música religiosa, aunque no fue hostil, la Contrarreforma, al uso de la música. Los ballets, la caza, la guerra, las paradas al aire libre y las simples canciones estimularon una gama riquísima de obras.
La canción francesa reinaba en la primera mitad del siglo, con Clément Janequin (1480-1557) y Guillaume Costeley (1531-1606) después. Los Países Bajos se encontraban en el origen de los más notables desarrollos de la música del siglo, los flamencos perfeccionaron la tradición polifónica del período anterior y combinaron las líneas melódicas con las sonoridades vocales. Las obras procedentes de los Países Bajos —los madrigales— ocupan un lugar importante; Italia se había abierto a la influencia flamenca, aunque la supo nutrir y renovar. Adriaan Willaert fue nombrado maestro de capilla de la iglesia de San Marcos en Venecia en 1527 y hata 1571 él y su sucesor, Cyprien de Roe, formaron generaciones de músicos italianos. Willaert introdujo lo coros múltiples con trombones, instrumentos de cuerda y órgano; Verdelot y Arcadelt fueron apreciados por sus madrigales.
Roma se convirtió también en un gran centro musical, donde brilló Luigi da Palestrina (1525-1594) y su alumnos español Victoria (1535-1611). Músico de renombre europeo fue Roland de Lassus (1532-1594) un flamenco que residió en Italia y que desde 1556 fue llamado a Munich por Alberto V de Baviera donde permaneció hasta su muerte, fue autor de decenas de misas, centenares de motetes, además de salmos, letanías, canciones, madrigales y lieder.
En Francia la música tendió a concentrarse en la corte, floreció el ballet. Inglaterra conoció su edad de oro con Isabel y Jacobo I. En Italia se desarrollaron, a final de siglo, los gérmenes de la ópera, cuyos primeros ejemplos fueron “Dafne” (1597) de Peri, y “Orfeo” (1607) de Claudio Monteverdi (1567-1643).
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