En este capítulo se entra en el mundo de los primates no humanos. ¿Cuánto de lo que vemos en los sistemas de parentesco humano pertenece exclusivamente a nuestra especie? Después de estudiar el parentesco y el género entre primates no humanos, se abordan algunas conjeturas en torno a la evolución del parentesco, y lo que implica para el género entre los humanos.
Los primates son un grupo natural (un orden) de mamíferos que incluye prosimios (animales que habitan en los árboles, como los lemures y los társidos), monos, simios y humanos. Algunas de las características físicas que distinguen a los primates de otros mamíferos son la visión binocular y la mano prensil con dedos móviles y uñas planas. Entre las tendencias evolutivas características del orden de los primates, más pronunciadas entre los humanos, se hallan también la prolongación de la gestación del feto, la prolongación del período de cuidado del niño y la expansión y elaboración del cerebro.
Algunos primates (los gibones y muchos prosimios) viven en parejas «monógamas». Otros (los babuinos) viven y se aparean «poligínicamente» en unidades de un solo macho adulto y varias hembras. Los hay (los chimpancés) que viven en unidades multimacho-multihembra en las que el apareamiento es muy promiscuo. Incluso hay casos de primates «poliándricos» (los tamarinos ensillados): donde entre dos y cuatro machos viven y copulan con una hembra, y todos los machos ayudan a cuidar a las crías.
Un aspecto importante de la vida social de muchos primates no humanos es la dominación y la formación de «jerarquías de dominación». Los primatólogos consideran que un animal «dominante» es aquel que suele ganar en un encuentro agresivo con otro. Con frecuencia (pero no siempre) el animal dominante tendrá mayor acceso a recursos como la comida, el agua o las parejas sexuales. En algunos casos, los resultados de encuentros agresivos tienen como resultado la formación de una jerarquía lineal. Y, por supuesto, en cualquier momento las relaciones de dominación pueden cambiar.
Muchos investigadores estudian los primates no humanos para obtener nuevos enfoques sobre la conducta y la evolución humanas. En esta empresa, han gozado de mayor popularidad han sido los babuinos y los chimpancés. En el pasado, algunos tipos de babuinos fueron elegidos como objeto de estudio porque, al igual que nuestros antepasados, durante su evolución abandonaron los árboles y se adaptaron al campo abierto. Se les consideraba como una línea de primates que se enfrentó a desafíos ecológicos similares a los nuestros. La investigación se centró más adelante en los chimpancés, ya que los análisis de cromosomas, proteínas de la sangre y ADN confirman son nuestros «primos» evolutivos más cercanos. En la actualidad se cree que humanos y chimpancés tomaron rumbos diferentes hace unos cinco millones de años. Hoy en día se analiza a menudo la conducta humana en relación con el espectro total de la conducta y organización social de los primates.
Es importante tener presente que las investigaciones han mostrado que los primates no humanos son mucho más inteligentes y diestros, y viven en órdenes sociales más complicados, de lo que suponíamos. No hace tanto tiempo, se pensaba que algunas adaptaciones entre primates, como la manufactura y el uso de herramientas, el compartir comida y caza, eran exclusivamente humanas. Hoy se sabe que esto no es así. Se pensaba que la receptividad sexual durante todo el año era exclusiva de las hembras humanas, pero se ha descubierto que ciertas hembras de primates no humanos pueden aparearse, y lo hacen, fuera de sus períodos de celo, y que las jóvenes chimpancés pigmeo son receptivas casi constantemente. Además de estos hallazgos, irrumpieron en escena los descubrimientos sobre las habilidades para la comunicación vocal de los chimpancés salvajes y sobre el aprendizaje del lenguaje humano de los signos entre chimpancés cautivos.
Una segunda tendencia de las últimas décadas ha sido reconocer que hay una diversidad conductual entre y dentro de especies de primates mucho mayor de lo que se suponía, lo que incluye las conductas de apareamiento, su frecuencia, tipo de vínculos, nivel de dominio de los machos sobre las hembras, etc.
PARENTESCO y TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
Algunas ideas sobre la evolución del parentesco implican el concepto de selección natural, propuesto por Darwin y posteriormente refinado a través de desarrollos en el campo de la genética. La selección natural se refiere a la reproducción diferencial, o a la tendencia de ciertos individuos en un entorno particular a producir crías más fértiles que otros individuos. Aquellos que más se reproducen tienen la mayor aptitud o éxito reproductivo, de manera que sus genes pasan a la siguiente generación con mayor frecuencia. Estos rasgos que favorecen la aptitud en cierto entorno serán seleccionados positivamente. Con el paso del tiempo, entonces, la selección natural opera sobre la base de la variación genética (fruto de la mutación y la recombinación), provocando a la larga el cambio evolutivo.
En 1964, W. D. Hamilton estudió el problema de los actos altruistas entre animales en relación con la selección natural. Si decimos que la selección natural favorece la aptitud, o el éxito reproductivo, ¿cómo explicamos entonces la conducta individual que aumenta la aptitud de otros a la vez que reduce la propia? ¿Por qué, por ejemplo, algunos animales se arriesgan frente a depredadores emitiendo llamadas de alarma para que otros puedan huir? O ¿por qué otros abandonan del todo la reproducción con el fin de trabajar para la colonia?. Para explicar estas conductas altruistas, Hamilton propuso el concepto de aptitud inclusiva, por la que un individuo puede promover la transmisión de sus genes a la siguiente generación no sólo a través de sus hijos sino también a través de actos altruistas que favorecen la supervivencia (y la eventual reproducción) de otros que comparten al menos algunos de los mismos genes -parientes cercanos-. Así, Hamilton sostuvo que el concepto de aptitud debería ser inclusivo de la capacidad para conductas altruistas que favorecen a los parientes. Posteriores investigaciones han usado el término selección de parientes para referirse al proceso por el que la selección natural actúa sobre la aptitud inclusiva. En esencia, la teoría de la selección de parientes propone una base biológica para aquella conducta que favorezca a los parientes.
Recientes datos genéticos afectan al parentesco primate y a la teoría de la selección de parientes. Los investigadores de Gombe lograron una caracterización genética de la comunidad de chimpancés pudiendo confirmar y cuantificar un patrón de dispersión de las hembras chimpancé. Evidentemente, las hembras de un grupo tienden a emigrar en la adolescencia y a aparearse con machos de otros grupos. Puede que se unan a esos grupos, y a veces regresan más tarde a su comunidad natal. O puede que vayan y vengan entre grupos. Los machos, por el contrario, casi siempre permanecen toda la vida en su comunidad natal. Los chimpancés de Gombe han desarrollado una especie de patrón de residencia «patrilocal».
El diagrama refleja una hipotética «patrilínea» macho. Podemos suponer que los chimpancés no «saben» nada de sus conexiones patrilineales, pero ahí está el patrón. En todo caso, los machos que permanecen juntos tendrán estrechas relaciones de parentesco entre ellos; y como estos machos se asocian estrechamente unos con otros y cooperan para defender un territorio así como el acceso a las hembras de su grupo, este patrón puede apoyar la teoría de la selección por el parentesco. Pero entre los primates, el patrón chimpancé de dispersión de las hembras es la excepción. En la mayoría de las especies primates multimacho, son los machos los que se dispersan en la adolescencia.
En relación con la aptitud, los investigadores también usan los conceptos de selección sexual e inversión de los padres cuando estudian la condición primate. La selección sexual se refiere al proceso por el que un sexo (casi siempre los machos) compite por el acceso sexual al otro sexo. y la inversión de los padres se refiere a las contribuciones que hacen los padres a la aptitud de sus crías (que beneficia por definición su propia aptitud). Entre casi todos los primates (y entre casi todos los mamíferos), la inversión de las hembras es mucho más alta que la del macho. Pero hay un gran interés científico por las condiciones en las que se favorece la inversión del macho más allá del apareamiento, en especial entre los seres humanos. Algunos investigadores sugieren que hay relación entre la selección sexual y la inversión de los padres: aquel sexo que más invierta en las crías se convertirá en el recurso relativamente más escaso para la reproducción, así que los miembros del otro sexo competirán por tener acceso a este sexo. Así, por ejemplo, allí donde la inversión paterna de las hembras es muy alta en relación con la de los machos, los machos competirán por los recursos reproductivos de las hembras. Puesto que las crías de los primates exigen una cantidad de cuidados relativamente grande para sobrevivir y reproducirse, las hembras de los primates aumentan su propia aptitud no quedándose embarazadas y pariendo todo lo posible, sino, más bien, criando menos descendencia con mejores cuidados. Por el contrario, los machos, cuya inversión paterna es baja, aumentan su aptitud impregnando a la mayoría de hembras posible.
SOCIOBIOLOGÍA
Cuando los investigadores aplicaron estos conceptos de aptitud, selección de parientes, inversión de los padres y estrategias de apareamiento al estudio de las bases biológicas de la conducta en insectos y mamíferos, incluso en primates no humanos, la reacción pública fue neutral; pero hubo un aluvión de polémica en tomo a su aplicación a los seres humanos cuando en un artículo se afirmó que gran parte de la conducta humana está sometida a control genético. Muchos críticos acusaron a Wilson y otros sociobiólogos de ser «deterministas biológicos» que buscaban justificar la agresión y la territorialidad humanas y todo tipo de desigualdades sociales diciendo que «lo llevamos en los genes». Otros protestaron diciendo que los sociobiólogos pasaban por alto el hecho de que gran parte de la conducta humana es aprendida y no «instalada genéticamente», o que no tomaban en cuenta la fuerza de la cultura humana. protestas que azuzaron el debate «naturaleza versus cultura» en el estudio de la conducta humana.
La sociobiología se convirtió en un asunto feminista en los años 70, cuando algunos sociobiólogos argumentaron que la violación entre humanos, aun siendo indeseable, en realidad es comprensible porque, al fin y al cabo, los machos que la siguen practicando simplemente intentan (por inconscientemente que sea) propagar sus genes. Años más tarde, Anne Fausto-Sterling, una bióloga que criticó a la sociobiología, destacó el pequeño paso que habría desde esta forma de pensar a la defensa legal de un violador si se aceptara que «sus genes le obligaron a hacerlo». Otros sociobiólogos contrastaron las «estrategias reproductivas» de los machos y las hembras humanos, sosteniendo que para maximizar su aptitud los machos humanos son naturalmente poligínicos, o buscan muchas parejas, mientras que las hembras (que intentan promover su aptitud criando a un número menor de hijos que los que sería posible producir biológicamente) son naturalmente monógamas. Las mujeres, al fin y al cabo, sólo necesitan una buena pareja, y lo que buscan más allá de la donación de esperma es provisión y protección para ellas y sus hijos. Algunas feministas objetaron a este modo de pensar, señalando que no hacía sino «excusar conductas masculinas detestables» -por ejemplo, la conducta de un hombre que abandona a su mujer, que ya no puede reproducir, por una mujer mucho más joven. Por estas vías, pensaban las feministas, la sociobiología «sirve sólo para justificar y promover la opresión de las mujeres al perpetuar la idea de que la dominación del macho y la opresión de la hembra son resultados naturales de la historia evolutiva humana».
Los primeros sociobiólogos dirigían su atención a los primates no humanos en busca de confirmación a sus ideas sobre las diferentes estrategias de apareamiento de los machos y las hembras en relación con la evolución humana. Subrayaban que los machos de los primates no humanos son agresivos y competitivos y generalmente buscan una pluralidad de parejas, mientras que las hembras son sexualmente más reticentes, discriminadoras y «difíciles de contentar» con respecto a sus parejas. Sin embargo, la crítica a los primeros sociobiólogos vino del interior del propio campo. Una sociobióloga, Sarah Hrdy, se quejó de que los sociobiólogos anteriores habían pasado por alto, o malinterpretado, a las hembras y su sexualidad cuando estudiaban la conducta y evolución de los primates. En líneas generales, afirmaba que las hembras de los primates, lejos de ser sexualmente pasivas, podían ser activas, competitivas y agresivas. Hace mucho que se sabe que las chimpancés hembra se aparean con varios machos dentro de sus grupos y, a menudo, con machos que no son de su grupo.
APAREAMIENTO y SEXUALIDAD: PSICOLOGÍA EVOLUTIVA
En lo esencial, las mismas ideas que se encuentran en la sociobiología -tendencia de los machos al apareamiento poligínico, tendencia de las hembras a la monogamia y una «natural» dependencia de las hembras respecto de los machos para la provisión y la protección- se escuchan hoy en día entre aquellos científicos sociales que adoptan perspectivas evolutivas, pero con algunas modificaciones, Muchos psicólogos evolutivos sostienen que las preferencias y estrategias distintivas de apareamiento de machos y hembras evolucionaron en un tiempo y un lugar cruciales, básicamente el Paleolítico de la prehistoria humana. Sostienen que estas preferencias y estrategias resultado de la evolución continúan guiando la conducta humana contemporánea. David Buss sostiene que en todas partes los hombres tienden a sentirse atraídos por mujeres que exhiben signos de buena fertilidad: juventud y salud. Por el contrario, a las mujeres les atraen más en los hombres los signos de riqueza y poder, ya que estos rasgos indican el acceso de los hombres a recursos o su habilidad para ser buenos proveedores.
Pero estos psicólogos evolucionistas ya no afirman que las mujeres sean por naturaleza estrictamente monógamas. Aun así, dicen que a través de la selección natural las mujeres adquirieron un apetito sexual atenuado en relación con el de los hombres, una menor tendencia hacia las correrías sexuales y una mayor tolerancia de las correrías de sus parejas. Los hombres desarrollaron más celos sexuales ya que la infidelidad de una mujer a un hombre amenaza directamente el éxito reproductivo de éste, mientras que la aptitud de las mujeres ancestrales no se veía amenazada por los machos mujeriegos.
Hoy en día, los psicólogos evolucionistas y otros científicos sociales evolucionistas plantean estrategias de apareamiento entre machos y hembras más complejas y diversificadas, que pueden depender de diversas circunstancias. No obstante, la idea general parece ser que a través de la selección natural las mujeres han venido a orientar su conducta sexual según la disponibilidad de recursos masculinos y que, dado su propio «curso óptimo» para maximizar la aptitud, se han desarrollado para tender menos, en general, a la variedad sexual que los machos. La pregunta sigue en pie: Las suposiciones de los científicos sociales evolucionistas -relatíva contención sexual de las hembras y dependencia de los machos para obtener recursos ¿son válidos en términos de la evolución humana? Hemos visto que la primera suposición no está bien apoyada por estudios recientes de las hembras de los primates no humanos. y con respecto a la conducta de las hembras humanas, la idea está aún menos clara; en efecto, sería difícil establecer si los patrones de la conducta humana están arraigados en la evolución biológica, en factores sociales y culturales o en alguna combinación de ambos.
LA EVOLUCIÓN DEL PATRIARCADO: ECOLOCIA EVOLUTIVA
La ecología evolutiva, al igual que la psicología evolutiva, es una disciplina que estudia cómo influyen los procesos evolutivos en la conducta social, pero pone el énfasis en factores medioambientales o en las interacciones entre la conducta humana, el entorno y la cultura. La mayoría de los ecologistas evolucionistas se alejan del determinismo genético. En este sentido, Barbara Smuts ha avanzado recientemente algunas ideas interesantes sobre los orígenes evolutivos del patriarcado, o dominación del macho. Smuts empieza con algunas suposiciones que son las mismas que las que sostienen los sociobiólogos: que los primates no humanos y humanos buscan maximizar su aptitud y que los machos y las hembras tienen diferentes estrategias reproductivas. Los machos buscan la «cantidad de parejas» mientras que las hembras buscan la «calidad de las parejas». Por un lado, Smuts es muy explícita cuando dice que la conducta humana no está «genéticamente programada» sino que, más bien, la «selección natural ha favorecido en los humanos el potencial para desarrollar y expresar cualquier estrategia reproductiva dentro de una amplia gama, dependiendo de las condiciones ambientales». Así, condiciones sociales humanas como el patriarcado no son inevitables y se pueden cambiar.
Smuts centra su atención en un patrón conductual que a su modo de ver es omnipresente entre la mayoría de las sociedades de primates: la agresión de los machos contra las hembras y la resistencia de las hembras a esta agresión. Señala que los machos se portan agresivamente con las hembras con el fin de aparearse con ellas; pero las hembras, siguiendo sus propios intereses reproductivos, pueden resistirse y lo hacen. Al mismo tiempo, la medida en que las hembras consiguen resistirse a la agresión del macho varía. La consideración de los numerosos factores que pueden estar implicados en esta variación ha llevado a Smuts a proponer un conjunto de hipótesis. Una hipótesis afecta a la habilidad de las hembras para resistir a la agresión de los machos formando alianzas con otras hembras. Entre las especies primates en las que las hembras se unen, esta estrategia funciona muy bien. Es interesante, señala Smuts, que entre los chimpancé bonobo las hembras se dispersen al exterior pero también sean capaces de formar alianzas con hembras de los grupos nuevos con las que no están emparentadas. Aplicando la misma lógica a la evolución humana, Smuts propone que la prevalencia de la residencia patrilocal en las sociedades humanas significa que las mujeres se ven privadas a menudo del apoyo de parientes y aliadas hembra, dejándolas más vulnerables a la agresión del macho.
Otra interesante, aunque deprimente, hipótesis propuesta por Smuts es la siguiente: «Al buscar sus intereses materiales y reproductivos, las mujeres ejercen a menudo conductas que promueven el control de los recursos y de la sexualidad femenina por parte del macho. Así, las mujeres, igual que los hombres, contribuyen a perpetuar el patriarcado». Aquí, Smuts sugiere que en algunas circunstancias las mujeres pueden facilitar su propio éxito reproductivo no tanto aliándose con otras hembras como aliándose con machos que disponen de más recursos y acatando costumbres que aumentan la certidumbre de la paternidad. Su conducta promueve entonces el patriarcado.
El énfasis de Smuts en que los machos buscan la cantidad de apareamientos y las hembras su calidad es paralelo al escenario de poliginia del macho/monogamia de la hembra de los anteriores sociobiólogos.
Es importante tener en cuenta que las suposiciones en las que basa Smuts sus conclusiones -los conceptos de maximización de la aptitud, estrategias reproductivas distintivas de machos y hembras e interés del macho por la certidumbre de la paternidad-siguen siendo muy polémicas en lo que respecta a la conducta humana. Aun así, su trabajo contribuye mucho a demostrar que sería un error asumir que hay algo inherentemente sexista en la exploración de las bases biológicas de la conducta humana.
RECONOCIMIENTO DE PARIENTES
Se sabe que el reconocimiento de los parientes está extendido entre insectos, pájaros y mamíferos. En muchas especies, la conducta con los parientes se diferencia claramente de la conducta hacia aquéllos que no lo son: cuidado de crías emparentadas pero no de crías no emparentadas, preferencia de apareamiento intrafamiliar, tolerancia cuando se encuentran los miembros de la familia y agresivos o esquivos frente a los extraños, ...
También se sabe que los primates no humanos son capaces de reconocerse unos a otros individualmente y de retener el reconocimiento durante mucho tiempo, reconocimiento de parientes que es un rasgo de la vida social del primate no humano. En este contexto, muchos estudios han demostrado que entre las especies primates hay una gran parcialidad a favor de los parientes frente a los no parientes.
Sin embargo, el estudio de la conducta primate de parentesco se restringe en la mayoría de los casos a parientes relacionados por vía materna. En especies como los chimpancés, en las que el apareamiento es promiscuo, ni los observadores humanos ni los animales pueden saber quién es el padre o quién está emparentado con quién a través del padre.
Lo que sí sabemos en la actualidad es que en ciertas especies -por ejemplo, los langures indios- hay veces en que un macho mata a aquellas crías de las que no es el padre. Los langures indios viven en unidades poligínicas de un solo macho. En ocasiones, un nuevo macho, mata al macho poligínico, se aparea con las hembras y mata a las crías que éstas hayan tenido antes. El infanticidio, también observado en otras especies primates de un solo macho, se interpreta generalmente como una estrategia del macho para promover la aptitud individual, o el éxito reproductor, dado que la hembra reinicia rápidamente el celo tras perder a una cría a la que está amamantando y el nuevo macho evita el gasto de energía que supone proteger a crías que no son suyas.
Los investigadores se han interesado por la cuestión de si el cuidado de las crías por parte de los machos aumenta entre aquellos primates con elevados niveles de «certidumbre de paternidad».
Patricia Wright ha demostrado que en el cuidado de las crías por parte de los machos hay una gran variedad entre los primates. La conclusión que aplica a todos los primates no humanos es que «si la ayuda del macho no es necesaria para la supervivencia de las crías, entonces el macho no invierte en cuidado paterno» y que dónde la ayuda del macho es esencial para la supervivencia de las crías, todos los machos que se aparean con una hembra prestan una gran ayuda en el cuidado de las crías. Wright relaciona este patrón con la cuestión de la «certidumbre de la paternidad» al sugerir que «incluso con la mera posibilidad de la paternidad, estos machos están dispuestos a invertir mucho en el cuidado de las crías».
Entre las especies multimacho-multihembra, los machos participan algo en el cuidado de las crías. Algunos investigadores han interpretado este descubrimiento no en términos de inversión paterna sino como medio de obtener acceso sexual a la madre sugieren que, entre los primates en general, el cuidado de las crías por parte de los machos se entiende mejor como una estrategia de apareamiento que como una estrategia de inversión paterna vinculada a la «certidumbre de la paternidad». Según este punto de vista, un macho cuida de las crías de una hembra con el fin de hacerse amigo de la madre y aumentar las oportunidades de aparearse con ella. Si se puede extrapolar esta hipótesis a la evolución humana, el cuidado de las crías por parte de los machos tal vez se debiese a «amistades» macho-hembra más que acondiciones de una mayor «certidumbre de la paternidad».
Entre los primates hay otras conductas que sugieren la existencia de más formas de reconocimiento del parentesco. Una es la evitación del incesto. Otra es la adopción de crías huérfanas por sus hermanas mayores o por parientes matemos.
Hay evidencia de que algunos primates son capaces de reconocer no sólo a sus propios parientes sino también a los de otros.
Los primates no-humanos reconocen a sus parientes, pero ¿cómo lo hacen exactamente? No lo sabemos. Pero sentimos que algo mas que los mecanismos Innatos está involucrado. Hay investigaciones que sugieren la existencia de un mecanismo de reconocimiento, como por ejemplo el ajuste de fenotipos o el reconocimiento visual de «semejanzas de familia» físicas. Otra posibilidad, más probable, es un mecanismo de asociación por el que una cría de primate simplemente crece, formando un vínculo estrecho con la madre y con cierto reconocimiento de ella, y poco a poco aprende a distinguir, o clasificar, a otros basándose en la interacción de éstos con la madre y con él o ella. Lo que esto implica es que lo que existe dentro de las mentes de los primates no son «categorías de parentesco» sino varias «categorías de asociación» aprendidas. Aun así, cuando abordamos el reconocimiento primate de los respectivos parientes, resulta tentador especular que está ocurriendo algo más complejo.
¿Son exclusivas de nuestra especie las formas de parentesco plenamente humanas?.
En otro momento se definió el parentesco como el reconocimiento de relaciones basadas en (1) la descendencia o (2) el matrimonio. Robin Fox se centró en estos dos aspectos fundamentales del parentesco humano, estudiando hasta qué punto se fundamentan, por rudimentariamente que sea, en la vida primate, sugiriendo que algunos tipos de primates han adoptado una especie de patrón rudimentario de «matrimonio» (que él denomina «alianza») mientras que otros han adoptado un patrón rudimentario de «descendencia», pero que ninguna especie primate presenta a la vez alianza y descendencia. Sugería que las dos piedras angulares del parentesco humano ya existen entre los primates no humanos; el desarrollo exclusivamente humano consistió sencillamente en unir los dos elementos, alianza y descendencia, en un solo sistema.
En su estudio de los monos y simios del Viejo Mundo, Fox contrastó a los que viven en grupos de un solo macho con los que viven en grupos multimacho-multihembra. Los babuinos hamadryas constituyen un buen ejemplo de los primeros. Se organizan en unidades poligínicas formadas por un macho adulto y varias hembras, por lo general en torno a cuatro, con sus crías. El macho se aparea con estas hembras y las «pastorea», manteniéndolas juntas en una unidad. Si otro macho se aventura a entrar en el grupo e intenta copular con las hembras, el macho pastor peleará con él y le expulsará. A las jóvenes hijas de esta unidad se les permite quedarse con el grupo, pero los hijos jóvenes son ahuyentados por el macho adulto.
Varias unidades poligínicas de babuinos hamadryas como ésta se organizan sin excesivo rigor en el seno de unidades mayores llamadas «tropas». Los miembros de una tropa se desplazan juntos por una zona, y los machos adultos a veces se reúnen para defenderse. Pero por lo demás los machos adultos tienen poco que ver entre sí, y no hay entre ellos ninguna jerarquía de dominación. Cuando se ahuyenta a los hijos jóvenes de las unidades poligínicas pasan a la periferia; al margen de la sociedad babuina pero dentro de sus tropas.
Ahora bien, a medida que van madurando los jóvenes machos periféricos, ¿cómo encuentran pareja? Aquí entran en juego dos mecanismos. El primero, llamado «aprendizaje», implica los esfuerzos de un joven macho por unirse a una unidad de reproducción poligínica. No intenta copular con las hembras, porque le expulsarían a la fuerza, sino que intenta ganarse la aceptación del macho más viejo ayudando a pastorear a las hembras y a ahuyentar a cualquier otro macho que se acerque. Poco a poco su presencia se va tolerando. Con el paso del tiempo, cuando el macho mayor ya es demasiado viejo, el más joven le sustituye como macho poligínico de la manada y se aparea, ~n exclusiva, con las hembras. El segundo mecanismo, llamado «rapto», entra en juego cuando un macho periférico secuestra a una cría hembra, la cría, la cuida y, cuando es adulta, se aparea con ella. Al cabo de varios raptos ya tiene su propio grupo de hembras.
En opinión de Fox, las unidades poligínicas de babuinos hamadryas son casos de alianza. Se trata de unidades de reproducción diferenciadas, y los mecanismos sociales de los babuinos tienen como resultado la asignación a largo plazo de parejas. Es interesante que los babuinos tengan una época de reproducción y que sin embargo, en vez de unirse para aparearse durante esa época, los machos y las hembras pasen todo el año juntos en unidades relativamente estables. Un estudio descubrió que las hembras de estas unidades cambiaban sus unidades de un solo macho en menos de tres años. Así, las hembras pueden pasar de una unidad a otra a pesar del pastoreo de los machos y de los mordiscos en el cuello. El mismo estudio reveló que las hembras cambian sus unidades de un solo macho dos o tres veces a lo largo de su vida. También, que los machos tienden a trasladarse a nuevas unidades que contienen hembras con las que han vivido previamente. J. Abegglen ha sugerido que no es sólo el pastoreo de los machos sino también la creación de vínculos entre las hembras en el seno de estas unidades lo que mantiene al grupo unido.
Estos arreglos poligínicos relativamente estables entre los babuinos hamadryas no son, por supuesto, casos de «matrimonio» en ningún sentido humano, pero Fox propuso que debido a su relativa estabilidad y exclusividad están cerca de categorizarse como tales. Y ¿qué hay de la «descendencia»? Para ver en funcionamiento una especie de patrón rudimentario de descendencia, Fox estudió monos del Viejo Mundo multimacho-multihembra como los babuinos corrientes, los monos rhesus, los monos vervet, los macacos japoneses y otros.
Las cuatro especies viven en grupos formados por una subunidad de hembras con sus crías y una subunidad de machos adultos. Los machos se distribuyen en una jerarquía de dominación entre ellos. Al mismo tiempo, todos los machos adultos dominan a todas las hembras. Los grupos básicos de hembras contienen madres con sus crías, y en algunos casos estas unidades se prolongan durante varias generaciones, produciendo «matrilíneas». Así, por ejemplo, una subunidad puede contener a una madre vieja, sus hijas y las crías de sus hijas.
Los machos jóvenes empiezan a crecer en estas unidades pero después se marchan y pasan un tiempo en la periferia en calidad de machos periféricos.
En estos grupos el apareamiento es breve y no exclusivo, aunque a veces un macho forme una «relación de consorte» con alguna de las hembras en celo.
En estos grupos multimacho-multihembra hay una jerarquía de dominación no sólo entre los machos adultos sino también entre las hembras. Por añadidura, la jerarquía de hembras viene establecida por el parentesco materno. De hecho, las diferentes matrilíneas del grupo central de hembras tienen a su vez rangos. Una madre es dominante sobre sus crías, y las crías asumen un rango basado en el nacimiento. Exactamente por qué ocurre este ordenamiento de rangos no se sabe, pero hay indicios de que la madre ayuda a su hija mientras ésta va volviéndose dominante sobre sus hermanas mayores.
Los machos de estas especies tienen una jerarquía lineal, que en parte desarrollan ellos mismos, basada en la fuerza relativa, las competencias agresivas, etc. Pero hasta cierto punto la posición de un macho dentro del grupo de los machos también está determinada por la posición de su matrilínea natal dentro del grupo de las hembras. Así, un hijo de la matrilínea superior del grupo de las hembras tiene muchas probabilidades de convertirse en un macho de rango muy alto en el grupo de machos al que se incorpora. .
En este tipo de sistema multimacho-multlhembra no hay, claramente, ninguna «alianza» en el sentido que da Fox al término. En contraste con los grupos de un solo macho, los primates multimacho-multihembra no entablan relaciones de pareja a largo plazo, sino que el apareamiento consiste en su mayor parte en un breve encuentro entre macho y hembra. y a diferencia de los grupos de un solo macho, estos primates multimacho-multihembra presentan lo que Fox llama «descendencia». Su conducta diferencia en gran medida entre unos y otros, basándose no sólo en sus lazos de parentesco inmediatos (vínculos madre-hijo y entre hermanos) sino también en las posiciones que ocupan dentro de las líneas de matriparientes (es decir, en relaciones basadas en la descendencia a lo largo de las generaciones).
En pocas palabras, Fox vio que entre los primates se daban los elementos rudimentarios de auténticos sistemas de parentesco humano. Algunos primates presentan «alianza», otros «descendencia». Si tomásemos el patrón de alianza de los babuinos y lo combinásemos de algún modo con el patrón de descendencia de los grupos multimacho, tendríamos la base completa del parentesco humano. Esto, según Fox, es lo que hicieron nuestros ancestros homínidos en algún momento.
L. Rodseth y sus colegas ven las cosas de otro modo. Después de comparar la organización social de una amplia gama de primates, humanos incluidos, en términos de la distribución en grupos de machos y hembras, parientes y no parientes, han concluido que los humanos son únicos entre los primates en el sentido de que ambos sexos mantienen relaciones de por vida con parientes consanguíneos, al margen de qué sexo abandone su grupo natal o de si ambos sexos lo hacen. Entre otros primates, por contraste, sólo un sexo (el que se queda y no se dispersa) mantiene estos vínculos de por vida con los parientes. Según Rodseth fue este desarrollo único entre los humanos lo que permitió que los humanos se vinculasen y se aliasen con otros grupos de no parientes. Al mantener los vínculos con un hijo o hija disperso, los humanos podían forjar vínculos con el grupo al que éste o ésta se desplazaba. Así, un rasgo exclusivamente humano, y que es significativo para nuestra organización social, es la habilidad para mantener relaciones sociales con otros aun cuando estén ausentes durante largas temporadas.
Usando datos sobre los babuinos hamadryas, Rodseth et al. exponen argumentos a favor de la «alianza» y la «descendencia» de Fox combinadas ya en un solo sistema. Estos babuinos, en sus unidades de un solo macho, no sólo presentan «alianza» como lo describiera Fox, sino que los machos de estas unidades se organizan de forma flexible en tropas o «clanes» y, por encima de éstos, en bandas sobre la base del parentesco compartido entre machos. Vemos así un arreglo según el cual la organización social global (clanes, bandas) sigue un patrón de «descendencia», aun cuando dentro de la estructura se distinguen claramente unidades de reproducción que siguen un patrón de «alianza».
GÉNERO PRIMATE
Volveremos a algunas de estas ideas en tomo al parentesco primate pero, primero, veamos el «género» primate. ¿Hay diferencias conductuales importantes entre hembras y machos (más allá de las evidentes diferencias en lo relativo a la reproducción y el cuidado de las crías)? Un estudio de chimpancés del bosque de la Costa de Marfil mostró que las hembras son mucho más eficaces que los machos a la hora de partir nueces con martillos de piedra y de madera: las hembras trabajan con persistencia, mientras que los machos son fácilmente distraídos por interacciones sociales. Parecida diferencia entre los sexos en relación con la persistencia se ha encontrado entre otros chimpancés. Un factor que puede explicar esta última diferencia es la mayor necesidad de proteínas que tienen las hembras, dado que las hembras adultas de los chimpancés están a menudo embarazadas o amamantando.
Antes se pensaba que los machos de los primates eran más agresivos que las hembras, pero esta suposición no se ve apoyada por las pruebas de que disponemos hoy en día, al menos en lo que respecta a la frecuencia de actos agresivos. Según Smuts, hay diferencias sexuales tanto en el estilo como en el contexto de la agresión. En cuanto el estilo, los machos de muchas especies tienen más probabilidades de preceder la agresión con «amenazas ritualizadas», mientras que las hembras se limitan a menudo a atacar sin previo aviso. Y un ejemplo de diferencia contextual es que con frecuencia las hembras son muy agresivas cuando está en juego la protección de las crías, mientras que los machos son muy agresivos cuando ven amenazado el acceso sexual a las hembras.
Respecto al género primate, otra suposición generalizada ha sido que los machos dominan típicamente a las hembras. La idea sigue sosteniéndose, pero nuestra comprensión del panorama global está cambiando. Esta imagen ha dado paso a la documentación de una mayor diversidad de género. Patricia Wright ha concluido que la dominación del macho es una característica de las sociedades de casi todos los monos y simios del Viejo Mundo, pero señala que en más o menos el 40% de las especies de primates, las hembras son dominantes o iguales en estatus. Entre estas especies, las hembras lideran grupos de viaje, asumen la prioridad en la alimentación y pueden desplazar a los machos de un lugar. En todos los grupos dominantes de hembras, la reproducción depende estrictamente de la época. Entre los ejemplos de especies en las que ningún sexo es dominante están las especies monógamas como los gibones y los társidos. Y entre otras especies (por ejemplo, algunos monos capuchinos), un macho siempre es el primero en una jerarquía lineal local mientras que una hembra puede ser la segunda, la tercera o la cuarta.
En otra revisión del tema, Joan Silk comenta que, a pesar de la dominación masculina en algunos casos, «en todas las especies de primates no humanos, las hembras mantienen una autonomía considerable sobre sus propias vidas». Las hembras pasan una buena parte de su vida a solas con sus hijos o con otras hembras. Ejercitan un alto grado de elección a la hora de aparearse, pueden formar coaliciones con otras hembras contra los machos,... Esta cuestión de la autonomía de las hembras es fundamental para estudiar el género humano. De hecho, una pregunta clave elevada por los estudios de primates es la de cómo, cuándo, dónde y en qué circunstancias perdieron su autonomía algunas primates humanas.
Entre los primates, las variaciones en la dominación del macho suelen estar correlacionadas con el dimorfismo sexual, o las diferencias físicas externas entre machos y hembras. El dimorfismo sexual afecta a diferencias de tamaño y peso, y a características como unos dientes caninos más largos o más afilados. Así, entre especies donde domina el macho, los machos son notablemente más grandes y pesan más. Entre las especies donde dominan las hembras, las hembras son ligeramente más grandes. y entre las especies monógamas en las que ningún sexo es dominante, ambos tienden a ser del mismo tamaño. Aunque los humanos son más dimórficos sexualmente que estas especies monógamas, Silk mantiene que las sociedades humanas presentan por lo general un mayor grado de dominación del macho del que predecirían los primatólogos teniendo en cuenta el dimorfismo sexual y las prácticas de apareamiento.
Las interpretaciones que hacen los humanos de la conducta de otros primates no sólo cambian con el paso del tiempo sino que a menudo, son polémicas ya que aún no han llegado a un consenso total respecto a la naturaleza de algunas de sus conductas: grado de agresividad, jerarquías de dominación de los machos y el dominio de los machos sobre las hembras, ...
Incluso cuando hay consenso en tomo a los «hechos» de la conducta chimpancé, su interpretación varía. Hay que recordar que los chimpancés, aun siendo la especie más cercana a nosotros, son, con todo, chimpancés, no antepasados humanos. Podemos aprender mucho sobre los humanos, en tanto que primates, examinando el espectro de la variación primate; pero como advierte Robert Hinde, «Intentar establecer paralelismos directos entre especies humanas y no humanas es un pasatiempo peligroso.»
PARENTESCO, GÉNERO y EVOLUCIÓN HUMANA
El término hominoide se refiere a una clasificación de los primates (Superfamilia Hominoidea) que incluye a simios y a humanos. Dentro de esta clase está la categoría homínido (Familia Hominidae), que incluye a los humanos modernos y a sus antepasados extintos. Los homínidos divergieron del resto de la línea de los hominoides hace unos cinco millones de años. Se han encontrado restos de los homínidos más antiguos conocidos, los Australopithecos, en fósiles que datan de hace 2-4 millones de años o posiblemente de antes, desenterrados en sitios como Laetoli (Tanzania) y Hardar (Etiopía). Según algunos investigadores, estos homínidos constituyen una sola especie, Australopithecus afarensis. Análisis de materiales de esqueleto, además de unas asombrosas huellas preservadas en ceniza volcánica en Laetoli, muestra que los A. afarensis caminaban bipedalmente pero que es probable que también trepasen árboles. A excepción de su bipedalismo, es probable que estos AustraIopithecos se pareciesen mucho a los chimpancés modernos.
Hoy en día parece que diferentes especies de Australopithecos cubrieron un período de dos millones de años o más en el este y el sur de Africa. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre sus conexiones evolutivas; y tampoco sobre qué tipo de Australopitheco fue el antepasado del siguiente fósil homínido importante, Horno habilis (o el genus Horno y la especie habilis). Éste apareció. hace unos dos millones de años en el este y sur de Africa y vivió al mismo tiempo que algunos Australopithecos. El cerebro del H. Habilis mostraba un claro aumento de tamaño respecto al del Australopithecus. Por añadidura, H. habilis (y, posiblemente, también algunos Australopithecos) construía herramientas de piedra. Lo más probable es que ambos subsistieran comiendo plantas y carne, que o bien cazaban o carroñeaban, o ambas cosas. Qué proporción de su dieta consistía en carne, y cómo y hasta qué punto cazaban, no se sabe.
Se considera que H. habilis es antepasado de H. erectus, que apareció en Africa hace aproximadamente un millón y medio de años y luego se propagó por Asia y Europa. H. erectus presentaba otro aumento más del tamaño del cerebro y dejó pruebas de herramientas más avanzadas, caza de grandes animales y uso del fuego. H. erectus vivió durante aproximadamente un millón de años, posiblemente solapándose con el H. sapiens arcaico, que a su vez es antepasado del H. sapiens moderno. H. sapiens apareció por vez primera hace 70.000-100.000 años.
El registro fósil nos cuenta muchas cosas acerca de la evolución humana, pero nada sobre algunos detalles importantes como cuándo se desarrolló por vez primera el lenguaje humano o qué tipo de sistemas de apareamiento practicaban estas criaturas. Pero la investigación ha propuesto algunas interesantes especulaciones respecto a lo que puede haber ocurrido, y algunas tienen implicaciones para el desarrollo del parentesco humano y del género.
Como ya se ha señalado, Fox mantenía que una innovación exclusivamente humana fue combinar «alianza» con «descendencia» en un solo sistema. Fox apunta como causa de ello una adaptación fundamental: la caza homínida. Conocida como la "hipótesis de la caza», esta corriente de pensamiento estuvo en boga en los años 60 y 70, apoyada por antropólogos como Sherwood Washburn y Chet Lancaster, y popularizada por Robert Ardrey. Sostenía que los primeros homínidos (Australopithecos), al dejar los árboles, se adaptaron al campo abierto, donde, para sobrevivir, se dedicaron a la caza de presas de gran tamaño. Este nuevo «simio matador» desarrolló herramientas para la caza. A su vez, la fabricación y el uso de herramientas impulsó el aumento del tamaño y la complejidad del cerebro. Mientras tanto, como era más fácil tener manos y brazos libres para utilizar herramientas de caza, se impulsó el bidepalismo. En esencia, por tanto, fue la temprana caza mayor de los homínidos lo que nos convirtió en criaturas erguidas, con grandes cerebros, inteligentes y que usan herramientas, con potencial para el lenguaje y la cultura. y eran los machos, no las hembras, los que cazaban. Lo que implica este panorama es que los hombres fueron los principales impulsores de la evolución humana, pero también que las mujeres fueron abastecidas por los hombres y pasaron a depender de ellos.
Una serie de descubrimientos puso fin a esta forma temprana de la hipótesis de la caza. Uno fue que los chimpancés hacen y utilizan herramientas; ya no cabía pensar que las herramientas eran un invento distintivamente homínido. Es más, no había suficientes pruebas para apoyar el argumento de que los primeros homínidos cazaban con herramientas. De hecho, el examen de huesos y calaveras de Australopithecos dejó bien claro que probablemente estas criaturas fueran más presas que depredadores. El examen de esqueletos de los primeros Australopithecos (afarensis) sugirió que más que un imponente «simio matador» en proceso de convertirse en el «hombre», era ahora descrito como un pequeño bípedo que seguía pasando tiempo en los árboles y era cazado por carnívoros.
Llegados a este punto, surge la «hipótesis de la recolección». Según esta hipótesis, la dieta de los homínidos probablemente consistiera en gran medida en plantas recolectadas. Lo mismo cabe decir de los modernos cazadores recolectores humanos en que la comida de plantas recolectadas constituye entre el 60 y el 80 por cien de la dieta (en calorías) de los !Kung. Entre los modernos cazadores recolectores, la recolección es una actividad fundamentalmente femenina; así pues, es probable que las hembras de los homínidos hicieran la recolección. La hipótesis de la recolección sugiere que en la evolución homínida las herramientas más tempranas fueron las que desarrollaron las mujeres para que la recolección fuera más eficiente. Además, las mujeres inventaron contenedores para facilitar el transporte de alimento recogido y para llevar consigo a sus crías durante la recolección.
La hipótesis de la recolección encajaba mejor con las pruebas que la hipótesis de la caza. Pero, quizás aún más importante, revelaba el sesgo masculino de los anteriores estudios de la evolución humana, en los que se había hecho caso omiso de las mujeres y sus contribuciones.
A medida que la hipótesis de la recolección fue ganando terreno, surgieron ideas tentadoras, aunque muy especulativas, sobre otros desarrollos humanos, y claramente situaban a las hembras en un papel evolutivo activo. Así, Nancy Tanner sostenía que hembras y machos desarrollaron el bidepalismo por distintos motivos. En las hembras, la selección natural favoreció el bipedalismo para actividades como el uso de herramientas y el transporte de los bebés; pero en los machos, lo que lo favoreció fue la selección sexual de las hembras. Al erguirse los machos, las hembras veían mejor sus penes. Y «un macho erguido y desnudo con un pene erecto y muy visible pudo ser llamativo y atractivo». Del mismo modo, respecto a la reducción evolutiva de los grandes dientes caninos, sugirió que «tal vez las hembras acabasen prefiriendo aparearse más a menudo con machos que realmente las besaban que con machos que les gruñían y exponían grandes caninos».
Aunque estos contraargumentos no supusieron del todo el final de la hipótesis de la caza, garantizaron que a partir de entonces ésta sólo se ofreciera en versiones género-inclusivas. No obstante, hubo quien criticó la hipótesis de la recolección porque pasaba por alto el impacto de la caza, y sostenían que la caza pudo haber seguido siendo importante en la evolución homínida, si bien en un período posterior al que antes se suponía.
Esto nos remite de nuevo a Robin Fox y a sus ideas sobre cómo se combinó la alianza con la descendencia para formar sistemas de parentesco humano. La teoría de Fox puede considerarse como una versión remozada de la hipótesis de la caza. También se enmarca en la teoría evolutiva. Es importante tener en cuenta sus ideas porque sugieren que el nacimiento de un parentesco plenamente humano es simultáneamente el nacimiento de la subordinación de la hembra.
Volviendo a la evolución homínida, Fox sitúa la «transición cazadora» en tomo a la época en que el Australopithecus se estaba convirtiendo en H. habilis; ciertamente, estaba ya en marcha con el H. erectus. Con «transición cazadora» Fox se refería no sólo a que los homínidos empezasen a cazar en serio con herramientas, sino a que empezaron a desarrollar una división del trabajo según el sexo. Cada sexo se especializó en lo que era más capaz de hacer físicamente: los hombres, en la caza, y las mujeres en la recolección. Pero la transición a la caza y recolección especializada según el sexo sacó provecho de, e intensificó, un arreglo que ya estaba presente en el repertorio social de los homínidos (y que existe hoy entre primates no humanos): las coaliciones de parientes. Este nuevo orden exigía un aumento de la cooperación, que fue aportado por los grupos de parientes. En efecto, la cooperación fue siendo de manera especial cada vez más importante para la caza cooperativa de los machos, pero también para la recolección de las hembras.
Veamos ahora la otra mitad, la «alianza». La nueva división sexual del trabajo trajo consigo un intercambio de comida entre macho y hembra, y este intercambio alteró sus relaciones. Antes, había asociaciones sólo de machos (como entre los chimpancés y entre algunos monos multimacho-multihembra) y asociaciones de mujeres (con crías) solamente (como entre grupos multimacho con matrilíneas), pero machos y hembras adultos apenas tenían que ver unos con otros salvo en lo relativo al sexo y a la protección de las hembras por parte de los machos.
Con la división sexual del trabajo, sin embargo, hombres y mujeres se necesitaban en un nuevo sentido: para obtener comida, para el intercambio de vegetales y de carne. Este intercambio, según Fox, «se encuentra probablemente en el origen de una sociedad auténticamente humana.» Ahora los machos necesitaban a las hembras no sólo por el sexo sino también por la comida; y, más adelante, para procesarla y guisarla (esto es, para el trabajo doméstico). Así que surgió una nueva motivación de los machos para intensificar y prolongar la asociación de machos y hembras (y sus crías). También es probable que a las primeras hembras humanas les hubiera interesado fortalecer las alianzas con los machos porque querían un suministro regular de carne para ellas y sus crías. Mientras, por supuesto, las mujeres salían no sólo a forragear sino también a recolectar alimentos vegetales que traían de vuelta para cambiarlos por carne. De este modo iniciaron el camino hacia las unidades domésticas que con el paso del tiempo harían que los machos adultos se uniesen a las hembras adultas y sus crías.
A estas alturas se estaban produciendo muchos cambios fisiológicos (por ejemplo, el aumento del cerebro en tamaño y complejidad, y el alargamiento del período de dependencia infantil), pero una cosa no cambiaba: los machos seguían compitiendo por las hembras. De hecho, la competición es incluso más intensa ahora que a las hembras se las valora por sus vegetales además de por el sexo. Los machos dominantes más viejos procuran adquirir muchas hembras; se encaminan más o menos hacia la poliginia. Esta situación lleva no sólo a la competición entre los machos más mayores sino a la escasez de hembras para los machos más jóvenes. Aumentan las tensiones. Pero los machos ya no pueden resolverlo simplemente a través de la lucha; se necesitan unos a otros demasiado para la caza cooperativa y, más tarde, para el intercambio de otros servicios especializados. Tiene que surgir alguna manera de regular el apareamiento y el acceso a las mujeres (con sus vegetales). y así ocurre: los machos más mayores pasan a encargarse de asignar hembras como compañeras. Los machos más jóvenes acaban consiguiendo mujeres, pero sólo si obedecen un conjunto de reglas (que se convierten en reglas de matrimonio) que depositan el poder de asignar mujeres en manos de los machos más viejos. Entre humanos, los machos jóvenes se vuelven dependientes de los machos más viejos para obtener pareja (hoy, novias). Como pronto veremos. en muchas sociedades humanas los machos jóvenes (y las hembras jóvenes, por qué no) dependen de sus mayores para la obtención de esposas.
Pero ¿por qué entretanto las hembras de los homínidos llegaron a «aceptar» este arreglo? ¿Por qué no se asignaron a sí mismas, o crearon reglas para asignar a los machos? La respuesta de Fox es que probablemente fueran las coaliciones de hembras parientes las que iniciasen el monopolio de los machos sobre la asignación de parejas. Dice: «Es más probable que el impulso viniese de las coaliciones de parentesco de las hembras. La necesidad de las coaliciones de hembras para el abastecimiento de los machos -carne para los hijos- fue sin duda el empujón». Bajo el nuevo orden, cada sexo encuentra su lugar y obtiene lo que quiere:
Bien considerado, según la teoría de Fox es la necesidad que tiene la hembra (o la percepción por parte de la hembra de la necesidad de los hijos) de proteínas procedentes de la caza lo que subyace a los orígenes del nuevo sistema social. Así, las hembras participaron claramente en la evolución homínida y su recolección fue importante; pero en última instancia fue la caza del macho lo que dio ventaja a los hombres y abocó en su control económico y político sobre las mujeres. Se podría decir que las mujeres se vendieron por proteínas; o, como sostuvo Fox, tal vez las mujeres, viendo una oportunidad de oro para conseguir proteínas, fingieron astutamente que daban a los machos el monopolio de la asignación de parejas.
Pero en este nuevo sistema homínido estaban ocurriendo varias cosas más. En cierto sentido, las mujeres se volvieron aún más valiosas para los machos. Como si no bastase con el sexo y los vegetales, ahora se las valoraba en términos de intercambio. El control sobre las mujeres (en tanto que esposas potenciales para otros) se convirtió en una fuente de poder político masculino. Además (y asumamos que en esta época ya tenía lugar el matrimonio al estilo humano), al repartir hembras, los machos adquirían nuevos y valiosos parientes, como cuñados y yernos. En efecto, con la combinación de alianza (ahora matrimonio) y descendencia, nos encontramos con un elemento verdaderamente exclusivo del parentesco humano: la «contribución del primate humano no es la invención del parentesco, sino la invención de los parientes por alianza, de los afines, de los "parientes por matrimonio"».
Por último, aunque Fox parece minimizar la importancia de esta parte de la ecuación del parentesco humano, sostiene que las hembras se volvieron valiosas en tanto que productoras de crías. Su teoría no aborda de qué manera pasaron los machos a interesarse por sus propias crías, aunque sí que habla de una mayor inversión paterna de los machos como algo buscado por las hembras durante la evolución. Fox también señala que el reclutamiento de otros machos por parte de un hombre supuso en muchos aspectos una ventaja, pero que este reclutamiento podía conseguirse mediante matrimonios concertados (en los que se ganarían parientes políticos machos) así como a través de la reproducción. No menciona la producción de hijas como fuente de nuevos artículos para el intercambio, aunque esta observación estaría en la misma línea que sus otros argumentos.
La teoría de Fox se puede criticar desde dos frentes más. En primer lugar, ¿de verdad tiene sentido que las mujeres cediesen a los hombres el monopolio de la asignación de parejas (real o putativo) a cambio de carne, cuando tenían tantas otras cosas con las que negociar, a saber, vegetales, sexo, trabajo doméstico y crías? Por supuesto, las hembras también estaban recibiendo la protección de los machos y la inversión paterna de éstos. Pero la pregunta es la siguiente: ¿Cómo pasamos del intercambio entre machos y hembras de productos y servicios valorados por ambos al control político y económico masculino sobre las mujeres? ¿Tan importante era la carne? Los defensores de la hipótesis recolectora han defendido que la comida recogida probablemente fuese tan importante como la carne cazada. Añádase a esto que las mujeres de las modernas sociedades de cazadores-recolectores sí cazan algunos animales pequeños, y el argumento de la desesperada necesidad de las hembras de proteínas cazadas por los machos se debilita un poco.
En segundo lugar, ¿qué hay del sexo? Fox sostiene que los machos homínidos en desarrollo, de modo muy similar a los machos de los primates no humanos, querían tener acceso sexual a las hembras; pero en ningún lugar menciona el sexo, en y por sí mismo, como un motivo para las hembras.
Sarah Hrdy presenta una situación completamente distinta. Hrdy considera que las hembras de los primates están sexualmente motivadas y son reivindicativas y que las estrategias de las hembras para el sexo y la reproducción son importantes en la evolución humana. En su opinión, las hembras desarrollaron un interés por el sexo promiscuo para que muchos machos «supusieran»que podían ser el padre del hijo de una hembra. De este modo, muchos machos cuidarían de sus crías o al menos no les harían ningún daño, lo cual aumentaría la aptitud tanto de sus crías como de ellas mismas. Hrdy y otros también han contemplado a esta luz la pérdida en la hembra humana de los signos físicos de la ovulación: la ovulación oculta se debió a la selección natural porque ayudaba a disminuir la certidumbre de la paternidad. Hrdy sostiene que la incertidumbre de la paternidad fue una ventaja para las mujeres homínidas durante la evolución, pero que, a medida que se fue desarrollando la sociedad humana, los hombres inventaron modos de aumentar la certidumbre de la paternidad (recluyendo a las mujeres, con cinturones de castidad, etc.). De este modo, las mujeres perdieron su autonomía, (que, por lo demás, era grande entre las hembras de los primates) como resultado de que los machos consiguieran aumentar la certidumbre de la paternidad. Pero Hrdy no aborda esta transición: ¿Cómo y por qué desbancó la estrategia del macho a la estrategia de la hembra?
Ambas teorías vinculan el parentesco humano con la supremacía de los machos sobre las hembras. Para Fox, fue el vínculo matrimonial lo que adquirió importancia, puesto que los machos se hicieron con el monopolio sobre la asignación de hembras en alianzas maritales. Pero para Hrdy fue la descendencia, en concreto el vínculo padre-hijo, lo que pasó a ser importante, ya que los machos, para aumentar su aptitud, tuvieron que inventarse el modos de promover la certidumbre de la paternidad a medida que iban aumentando su inversión parental. Fox sostiene que la inversión paterna del macho era algo que las hembras querían y lograron, mientras que Hrdy insiste en que esta inversión respondía a los intereses del macho. Es interesante que ambas teorías sugieran que las hembras resultaron ser ligeramente astutas y embusteras. Según la teoría de Fox, es probable que las hembras sólo dieran a los machos la «apariencia» del monopolio sobre la asignación de parejas a la vez que, cabe suponer, desempeñaban algún papel en la asignación. Es casi como si las mujeres lo hubieran hablado todo de antemano y hubieran decidido guardarse el secretito. Según la teoría de Hrdy, sin embargo, las hembras distaban mucho de ser conscientemente falsas; sencillamente, la selección natural les ocultó la ovulación. Pero aun así resultó que tenían un secreto que les daba ventaja sobre los machos, y su éxito dependió de que los machos cayeran en el engaño.
Antes de acabar con este asunto, deberíamos señalar otra forma más en que se ha vinculado la caza humana con los orígenes de la desigualdad de los sexos entre los humanos. M. Harris sostiene que el hecho de que los machos ejercieran la caza mayor dio ventajas a los hombres sobre las mujeres no porque aportasen la valorada proteína de la caza sino porque de este modo los hombres adquirían familiaridad con el uso de armas, y su monopolio. Los machos se convirtieron en los cazadores especializados debido a la fuerza superior de sus brazos, pechos y hombros, que les permitía dominar mejor el uso de lanzas, garrotes y arcos y flechas. Entonces los machos se especializaron aún más como guerreros que luchaban contra otros grupos humanos. Pero el impulso original a la dominación del macho se debió a que los machos no sólo eran más fuertes que las hembras sino también más diestros en el uso de las armas, lo cual, a su vez, les daba más autoridad y más poder a la hora de tomar decisiones públicas. Harris pasa a continuación a detallar las diversas formas en que los diferentes tipos, o estadios, de la guerra humana afectaron al género. Explica que, a medida que los sistemas estatales y las clases sociales se fueron desarrollando, la guerra fue asumida por profesionales, y las desigualdades entre hombres y mujeres pasaron a tener que ver con sus relativas contribuciones a la producción económica.
INCESTO y EXOGAMIA
En la sección anterior vimos que los primates no humanos siguen patrones regulares de apareamiento, mientras que los humanos cuentan con matrimonios institucionalizados. Desde cierto punto de vista podríamos decir que la diferencia básica entre los primates no humanos y los humanos no se refiere tanto a la conducta como al hecho de que los humanos han inventado reglas e instituciones en las que enmarcar su conducta y regularla. Podemos desarrollar este punto señalando dos rasgos distintivos más del parentesco humano. Primero, mientras que los primates no humanos presentan la «evitación del incesto», la mayoría de las sociedades humanas tiene un «tabú del incesto». Y, segundo, muchos primates no humanos practican la «dispersión» de un sexo en la adolescencia, mientras que los humanos inventaron la «exogamia», la regla según la cual uno debe casarse fuera del grupo. Veamos por orden cada uno de estos conceptos.
El tabú del incesto humano es una prohibición de relaciones sexuales entre parientes primarios: madre-hijo, padre-hija y hermano-hermana. Algunas sociedades incluyen a otros parientes en su categoría de «unión incestuosa», pero lo que es común a casi todas las sociedades es la prohibición del sexo entre parientes primarios. El tabú del incesto no es, sin embargo, universal entre los humanos. Es de sobra conocido que las familias reales del antiguo Egipto, Perú (Incas) y Hawaii permitían o alentaban los matrimonios entre hermano y hermana (y por tanto el apareamiento), y que en Egipto también se dieron algunos matrimonios reales padre-hija.
Durante décadas, los antropólogos han querido explicar por qué las sociedades humanas tienen un tabú del incesto, por qué es casi universal y por qué la gente de tantas sociedades siente horror y aversión por el incesto. Para Lévi-Strauss, el tabú era una clave para entender lo que significaba ser humano en vez de «animal». Con este tabú, los humanos se señalaban como pertenecientes a la «cultura» humana frente a la «naturaleza» animal. Y en términos de sistemas de parentesco el tabú es importante porque si no existiera (y si la gente practicase el incesto habitualmente) ni siquiera necesitaríamos sistemas de parentesco para regular la reproducción humana. No necesitaríamos reglas de parentesco con las que reclutar nuevos miembros para los grupos; cada grupo se limitaría a «criar a los suyos» incestuosamente.
Aunque el tabú del incesto es un elemento central de los sistemas de parentesco humano, Fox y otros han demostrado convincentemente que muchos teóricos anteriores estaban equivocados cuando intentaban localizar el origen de los sistemas de parentesco humano en el surgimiento del apareamiento humano no incestuoso. La idea era que, habiendo' prohibido el incesto y habiéndose separado de este modo de los animales, los humanos tuvieron que definir otras reglas para el apareamiento y para asignar niños a los grupos sociales. Pero hoy se sabe que la mayoría de los mamíferos en libertad presenta patrones de evitación del incesto. En efecto, entre muchos primates Y otros animales salvajes, los patrones de dispersión de los jóvenes garantizan que la mayor parte de la reproducción no tendrá lugar entre parientes genéticos cercanos. Por consiguiente, al margen de las reglas y concretamente en términos de conducta, los humanos no son los únicos que evitan el incesto.
A lo largo del siglo pasado surgieron muchas teorías para explicar el tabú del incesto humano. La mayoría no eran demasiado satisfactorias, y en la actualidad sigue siendo una cuestión debatida. Las dos teorías más populares fueron las que propusieron originariamente Edward Westermarck y Sigmund Freud. Westermarck dijo que las personas que se crían juntas, o las personas que viven muy cerca desde la temprana infancia, desarrollan una aversión natural a entablar relaciones sexuales. Se refería a las relaciones hermano-hermana, pero esta misma idea era también válida para las relaciones padre/madre-hijo/a, y explicaba la aversión a las relaciones sexuales entre criadores de hijos e hijos. Como lo habitual es que sean los padres quienes críen a los hijos y que los hermanos vivan juntos durante la infancia, se evita el incesto entre los parientes de primer orden. En opinión de Westennarck, esta natural aversión al incesto era un instinto humano que se desarrollaba o era seleccionado naturalmente para impedir los efectos dañinos de una endogamia estrecha. Sólo más adelante se desarrolló un tabú para intentar evitar toda tendencia aberrante.
Según Freud (que se centró más en el incesto paterno-filial), los humanos desean inconscientemente cometer incesto, pero este deseo es reprimido. Su idea era que la represión viene provocada por la culpa. Lo que sugería Freud era que en algún momento del pasado remoto existió una «horda primordial» humana encabezada por un padre que se reservaba para sí mismo a un grupo de mujeres con las que se apareaba. Sus hijos, como querían tener acceso a las hembras, le mataron; pero entonces, como habían sido criados para respetar y obedecer a su padre, se sintieron culpables y de este modo «tabuizaron» su propio acceso a las mujeres (sus madres y hermanas). Desde entonces los humanos han heredado de algún modo todo este trauma y continúan «viviéndolo». Por supuesto, freudianos posteriores creyeron necesario renunciar a esta idea de la «horda primordial» como acontecimiento prehistórico, pero retuvieron las nociones del deseo inconsciente, la culpa y la represión para explicar el tabú del incesto.
Estas dos teorías de Westennarck y Freud estaban en desacuerdo. Una mantenía que los humanos normalmente no quieren cometer incesto, así que necesitamos un tabú para los pocos inadaptados que sí quieren. El otro sostenía que los humanos quieren cometer incesto, pero que este impulso provoca inmediatamente culpa y represión y aboca en un tabú que expresa y confirma ese muy humano proceso psico-familiar.
Ambas teorías han sido criticadas, pero la de Westennarck tal vez sea la que mejor haya resistido. La idea de una aversión al sexo entre niños criados juntos fue apoyada por estudios de los kibbutzim de Israel, donde a los bebés de ambos sexos se les separa de sus padres y se les cría juntos durante la adolescencia. Según estos estudios, los niños que se habían criado juntos no mostraban el menor interés sexual unos por otros al llegar a la edad adulta, y, aunque libres para hacerlo, no se casaban entre ellos. Westennarck se ha visto apoyado también por los estudios de una costumbre china, los «matrimonios menores», según la cual los padres adoptan a una niña para criarla como futura novia de su hijo. A la niña y el niño se les cría juntos y, más adelante, se les obliga a casarse. Se descubrió que estos matrimonios eran considerablemente menos fértiles, menos felices y mucho más tendentes al divorcio que los matrimonios chinos normales o «mayores».
Buena parte de lo que se ha teorizado acerca del tabú del incesto conlleva el supuesto implícito o explícito de que la endogamia estrecha supone una desventaja biológica o genética. Pero ¿hasta qué punto sería perjudicial la endogamia? Por un lado, en un grupo pequeño cuyo pool genético contiene mayoritariamente genes «buenos», a lo largo del tiempo la endogamia estrecha no sería perjudicial e incluso podría ser ventajosa. Por otro lado, la endogamia estrecha sería desfavorable para organismos de reproducción sexual que viven en un entorno cambiante, ya que el resultado sería la pérdida de variación genética, y en consecuencia la pérdida de flexibilidad en la adaptación. Se sigue debatiendo en torno a un «motivo» biológico para la evitación del incesto o bien para el tabú del incesto.
Ahora bien, ¿qué hay de la exogamia? ¿Cómo y por qué desarrollaron los humanos reglas exógamas? Estas reglas son habituales en muchos tipos de sociedades y se supone que fueron muy importantes para el desarrollo de la cultura humana; pero la exogamia del grupo de parentesco no es un universal humano. Otro punto importante, y que se ha subrayado en repetidas ocasiones, es que la exogamia y el tabú del incesto son diferentes, aunque guarden relación. El tabú del incesto tiene que ver con restricciones a las relaciones sexuales, mientras que la exogamia tiene que ver con restricciones al matrimonio.
El tabú del incesto y la exogamia guardan relación en el sentido de que si una sociedad prohibe el sexo entre dos personas, sería bastante estúpido que les permitiera casarse. No así lo contrario. Una sociedad puede prohibir a determinadas personas que se casen pero aun así permitirles que tengan relaciones sexuales.
La exogamia, a diferencia del tabú del incesto, es bastante fácil de explicar: ayuda a promover relaciones pacíficas entre grupos. Vimos que, según la teoría de Fax, los homínidos (o, más bien, los homínidos machos) descubrieron que el poder sobre la asignación de la pareja tenía ventajas políticas, en tanto que al asignar parejas uno podía adquirir útiles parientes políticos. Sólo hay un pequeño paso de aquí a una regla de exogamia que garantizaba que un grupo de gente usaría el matrimonio para establecer vínculos con otros grupos.
Si un grupo prohibe el matrimonio dentro del grupo, se ve obligado a adquirir cónyuges de otros grupos; y cuando esto ocurre, las relaciones armónicas entre los grupos se promueven porque dependen unos de otros para obtener cónyuges. Esta interdependencia fue sin duda importante para los primeros humanos. Un antropólogo del siglo pasado, Edward B. Taylor, lo dijo sucintamente: «una y otra vez en la historia del mundo, las tribus salvajes han debido de enfrentarse a la simple alternativa práctica entre casarse fuera o que los maten fuera».
Los matrimonios, por tanto, se pueden usar para poner freno a hostilidades o, más positivamente, para formar y consolidar alianzas entre grupos. Por supuesto, la paz o las alianzas políticas duraderas a través de matrimonios mixtos no siempre quedan garantizadas (como también muestra la historia europea), pero la regla de la exogamia puede aumentar la posibilidad.
PARENTESCO HUMANO
El mundo de los primates nos ha enseñado que los humanos no son únicos en términos de evitar el incesto o de hacer de los vínculos de parentesco un rasgo central de su conducta social. El parentesco entre primates va mucho más allá de un lazo fuerte y duradero entre madre e hijo. La vida social de muchas especies de primates supone la estructura (si no el concepto) de la descendencia. En otras especies vemos un tipo rudimentario de asignación de la pareja que resulta en asociaciones relativamente duraderas y estables entre machos y hembras adultos. Pero el especial desarrollo de los humanos, según Fox fue combinar la «descendencia» con las «alianzas» entre machos y hembras adultos en un solo sistema. Este sistema de asignación de los machos tuvo como resultado una nueva categoría de parentesco: los parientes políticos. Suponemos que, en un momento dado, la exogamia del grupo de descendencia se hizo significativa y sirvió como mecanismo por el cual los grupos podían interrelacionarse de maneras potencialmente no hostiles.
¿Qué ocurrió después?. La respuesta no es clara, pues no sabemos qué tipos de organización del parentesco tenían los primeros grupos humanos de cazadores recolectores. Diversos autores han intentado mostrar que el modo humano original era la monogamia o la poliginia, o que las primeras sociedades humanas eran matriarcales, patriarcales o igualitarias; pero semejantes teorías se topan con el mismo problema que vimos en el caso de los chimpancés: el de «leer en» los orígenes humanos lo que uno quiere ver. Estudios de cazadores-recolectores modernos muestran variaciones en los sistemas de parentesco. Lo que sí sabemos es que el parentesco humano se hizo extremadamente importante como marco de la estructura social y que pasó a entrelazarse estrechamente con las relaciones económicas, la política y la religión. Con la llegada del pastoreo de ganado y la producción de comida, es probable que el parentesco se volviera aún más complejo, ya que habría sido utilizado para definir derechos sobre nuevos tipos de propiedad productiva y para transmitir esos derechos a las siguientes generaciones. Fue en este punto cuando las «corporaciones de parentesco».
Los primates son un grupo natural (un orden) de mamíferos que incluye prosimios (animales que habitan en los árboles, como los lemures y los társidos), monos, simios y humanos. Algunas de las características físicas que distinguen a los primates de otros mamíferos son la visión binocular y la mano prensil con dedos móviles y uñas planas. Entre las tendencias evolutivas características del orden de los primates, más pronunciadas entre los humanos, se hallan también la prolongación de la gestación del feto, la prolongación del período de cuidado del niño y la expansión y elaboración del cerebro.
Algunos primates (los gibones y muchos prosimios) viven en parejas «monógamas». Otros (los babuinos) viven y se aparean «poligínicamente» en unidades de un solo macho adulto y varias hembras. Los hay (los chimpancés) que viven en unidades multimacho-multihembra en las que el apareamiento es muy promiscuo. Incluso hay casos de primates «poliándricos» (los tamarinos ensillados): donde entre dos y cuatro machos viven y copulan con una hembra, y todos los machos ayudan a cuidar a las crías.
Un aspecto importante de la vida social de muchos primates no humanos es la dominación y la formación de «jerarquías de dominación». Los primatólogos consideran que un animal «dominante» es aquel que suele ganar en un encuentro agresivo con otro. Con frecuencia (pero no siempre) el animal dominante tendrá mayor acceso a recursos como la comida, el agua o las parejas sexuales. En algunos casos, los resultados de encuentros agresivos tienen como resultado la formación de una jerarquía lineal. Y, por supuesto, en cualquier momento las relaciones de dominación pueden cambiar.
Muchos investigadores estudian los primates no humanos para obtener nuevos enfoques sobre la conducta y la evolución humanas. En esta empresa, han gozado de mayor popularidad han sido los babuinos y los chimpancés. En el pasado, algunos tipos de babuinos fueron elegidos como objeto de estudio porque, al igual que nuestros antepasados, durante su evolución abandonaron los árboles y se adaptaron al campo abierto. Se les consideraba como una línea de primates que se enfrentó a desafíos ecológicos similares a los nuestros. La investigación se centró más adelante en los chimpancés, ya que los análisis de cromosomas, proteínas de la sangre y ADN confirman son nuestros «primos» evolutivos más cercanos. En la actualidad se cree que humanos y chimpancés tomaron rumbos diferentes hace unos cinco millones de años. Hoy en día se analiza a menudo la conducta humana en relación con el espectro total de la conducta y organización social de los primates.
Es importante tener presente que las investigaciones han mostrado que los primates no humanos son mucho más inteligentes y diestros, y viven en órdenes sociales más complicados, de lo que suponíamos. No hace tanto tiempo, se pensaba que algunas adaptaciones entre primates, como la manufactura y el uso de herramientas, el compartir comida y caza, eran exclusivamente humanas. Hoy se sabe que esto no es así. Se pensaba que la receptividad sexual durante todo el año era exclusiva de las hembras humanas, pero se ha descubierto que ciertas hembras de primates no humanos pueden aparearse, y lo hacen, fuera de sus períodos de celo, y que las jóvenes chimpancés pigmeo son receptivas casi constantemente. Además de estos hallazgos, irrumpieron en escena los descubrimientos sobre las habilidades para la comunicación vocal de los chimpancés salvajes y sobre el aprendizaje del lenguaje humano de los signos entre chimpancés cautivos.
Una segunda tendencia de las últimas décadas ha sido reconocer que hay una diversidad conductual entre y dentro de especies de primates mucho mayor de lo que se suponía, lo que incluye las conductas de apareamiento, su frecuencia, tipo de vínculos, nivel de dominio de los machos sobre las hembras, etc.
PARENTESCO y TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
Algunas ideas sobre la evolución del parentesco implican el concepto de selección natural, propuesto por Darwin y posteriormente refinado a través de desarrollos en el campo de la genética. La selección natural se refiere a la reproducción diferencial, o a la tendencia de ciertos individuos en un entorno particular a producir crías más fértiles que otros individuos. Aquellos que más se reproducen tienen la mayor aptitud o éxito reproductivo, de manera que sus genes pasan a la siguiente generación con mayor frecuencia. Estos rasgos que favorecen la aptitud en cierto entorno serán seleccionados positivamente. Con el paso del tiempo, entonces, la selección natural opera sobre la base de la variación genética (fruto de la mutación y la recombinación), provocando a la larga el cambio evolutivo.
En 1964, W. D. Hamilton estudió el problema de los actos altruistas entre animales en relación con la selección natural. Si decimos que la selección natural favorece la aptitud, o el éxito reproductivo, ¿cómo explicamos entonces la conducta individual que aumenta la aptitud de otros a la vez que reduce la propia? ¿Por qué, por ejemplo, algunos animales se arriesgan frente a depredadores emitiendo llamadas de alarma para que otros puedan huir? O ¿por qué otros abandonan del todo la reproducción con el fin de trabajar para la colonia?. Para explicar estas conductas altruistas, Hamilton propuso el concepto de aptitud inclusiva, por la que un individuo puede promover la transmisión de sus genes a la siguiente generación no sólo a través de sus hijos sino también a través de actos altruistas que favorecen la supervivencia (y la eventual reproducción) de otros que comparten al menos algunos de los mismos genes -parientes cercanos-. Así, Hamilton sostuvo que el concepto de aptitud debería ser inclusivo de la capacidad para conductas altruistas que favorecen a los parientes. Posteriores investigaciones han usado el término selección de parientes para referirse al proceso por el que la selección natural actúa sobre la aptitud inclusiva. En esencia, la teoría de la selección de parientes propone una base biológica para aquella conducta que favorezca a los parientes.
Recientes datos genéticos afectan al parentesco primate y a la teoría de la selección de parientes. Los investigadores de Gombe lograron una caracterización genética de la comunidad de chimpancés pudiendo confirmar y cuantificar un patrón de dispersión de las hembras chimpancé. Evidentemente, las hembras de un grupo tienden a emigrar en la adolescencia y a aparearse con machos de otros grupos. Puede que se unan a esos grupos, y a veces regresan más tarde a su comunidad natal. O puede que vayan y vengan entre grupos. Los machos, por el contrario, casi siempre permanecen toda la vida en su comunidad natal. Los chimpancés de Gombe han desarrollado una especie de patrón de residencia «patrilocal».
El diagrama refleja una hipotética «patrilínea» macho. Podemos suponer que los chimpancés no «saben» nada de sus conexiones patrilineales, pero ahí está el patrón. En todo caso, los machos que permanecen juntos tendrán estrechas relaciones de parentesco entre ellos; y como estos machos se asocian estrechamente unos con otros y cooperan para defender un territorio así como el acceso a las hembras de su grupo, este patrón puede apoyar la teoría de la selección por el parentesco. Pero entre los primates, el patrón chimpancé de dispersión de las hembras es la excepción. En la mayoría de las especies primates multimacho, son los machos los que se dispersan en la adolescencia.
En relación con la aptitud, los investigadores también usan los conceptos de selección sexual e inversión de los padres cuando estudian la condición primate. La selección sexual se refiere al proceso por el que un sexo (casi siempre los machos) compite por el acceso sexual al otro sexo. y la inversión de los padres se refiere a las contribuciones que hacen los padres a la aptitud de sus crías (que beneficia por definición su propia aptitud). Entre casi todos los primates (y entre casi todos los mamíferos), la inversión de las hembras es mucho más alta que la del macho. Pero hay un gran interés científico por las condiciones en las que se favorece la inversión del macho más allá del apareamiento, en especial entre los seres humanos. Algunos investigadores sugieren que hay relación entre la selección sexual y la inversión de los padres: aquel sexo que más invierta en las crías se convertirá en el recurso relativamente más escaso para la reproducción, así que los miembros del otro sexo competirán por tener acceso a este sexo. Así, por ejemplo, allí donde la inversión paterna de las hembras es muy alta en relación con la de los machos, los machos competirán por los recursos reproductivos de las hembras. Puesto que las crías de los primates exigen una cantidad de cuidados relativamente grande para sobrevivir y reproducirse, las hembras de los primates aumentan su propia aptitud no quedándose embarazadas y pariendo todo lo posible, sino, más bien, criando menos descendencia con mejores cuidados. Por el contrario, los machos, cuya inversión paterna es baja, aumentan su aptitud impregnando a la mayoría de hembras posible.
SOCIOBIOLOGÍA
Cuando los investigadores aplicaron estos conceptos de aptitud, selección de parientes, inversión de los padres y estrategias de apareamiento al estudio de las bases biológicas de la conducta en insectos y mamíferos, incluso en primates no humanos, la reacción pública fue neutral; pero hubo un aluvión de polémica en tomo a su aplicación a los seres humanos cuando en un artículo se afirmó que gran parte de la conducta humana está sometida a control genético. Muchos críticos acusaron a Wilson y otros sociobiólogos de ser «deterministas biológicos» que buscaban justificar la agresión y la territorialidad humanas y todo tipo de desigualdades sociales diciendo que «lo llevamos en los genes». Otros protestaron diciendo que los sociobiólogos pasaban por alto el hecho de que gran parte de la conducta humana es aprendida y no «instalada genéticamente», o que no tomaban en cuenta la fuerza de la cultura humana. protestas que azuzaron el debate «naturaleza versus cultura» en el estudio de la conducta humana.
La sociobiología se convirtió en un asunto feminista en los años 70, cuando algunos sociobiólogos argumentaron que la violación entre humanos, aun siendo indeseable, en realidad es comprensible porque, al fin y al cabo, los machos que la siguen practicando simplemente intentan (por inconscientemente que sea) propagar sus genes. Años más tarde, Anne Fausto-Sterling, una bióloga que criticó a la sociobiología, destacó el pequeño paso que habría desde esta forma de pensar a la defensa legal de un violador si se aceptara que «sus genes le obligaron a hacerlo». Otros sociobiólogos contrastaron las «estrategias reproductivas» de los machos y las hembras humanos, sosteniendo que para maximizar su aptitud los machos humanos son naturalmente poligínicos, o buscan muchas parejas, mientras que las hembras (que intentan promover su aptitud criando a un número menor de hijos que los que sería posible producir biológicamente) son naturalmente monógamas. Las mujeres, al fin y al cabo, sólo necesitan una buena pareja, y lo que buscan más allá de la donación de esperma es provisión y protección para ellas y sus hijos. Algunas feministas objetaron a este modo de pensar, señalando que no hacía sino «excusar conductas masculinas detestables» -por ejemplo, la conducta de un hombre que abandona a su mujer, que ya no puede reproducir, por una mujer mucho más joven. Por estas vías, pensaban las feministas, la sociobiología «sirve sólo para justificar y promover la opresión de las mujeres al perpetuar la idea de que la dominación del macho y la opresión de la hembra son resultados naturales de la historia evolutiva humana».
Los primeros sociobiólogos dirigían su atención a los primates no humanos en busca de confirmación a sus ideas sobre las diferentes estrategias de apareamiento de los machos y las hembras en relación con la evolución humana. Subrayaban que los machos de los primates no humanos son agresivos y competitivos y generalmente buscan una pluralidad de parejas, mientras que las hembras son sexualmente más reticentes, discriminadoras y «difíciles de contentar» con respecto a sus parejas. Sin embargo, la crítica a los primeros sociobiólogos vino del interior del propio campo. Una sociobióloga, Sarah Hrdy, se quejó de que los sociobiólogos anteriores habían pasado por alto, o malinterpretado, a las hembras y su sexualidad cuando estudiaban la conducta y evolución de los primates. En líneas generales, afirmaba que las hembras de los primates, lejos de ser sexualmente pasivas, podían ser activas, competitivas y agresivas. Hace mucho que se sabe que las chimpancés hembra se aparean con varios machos dentro de sus grupos y, a menudo, con machos que no son de su grupo.
APAREAMIENTO y SEXUALIDAD: PSICOLOGÍA EVOLUTIVA
En lo esencial, las mismas ideas que se encuentran en la sociobiología -tendencia de los machos al apareamiento poligínico, tendencia de las hembras a la monogamia y una «natural» dependencia de las hembras respecto de los machos para la provisión y la protección- se escuchan hoy en día entre aquellos científicos sociales que adoptan perspectivas evolutivas, pero con algunas modificaciones, Muchos psicólogos evolutivos sostienen que las preferencias y estrategias distintivas de apareamiento de machos y hembras evolucionaron en un tiempo y un lugar cruciales, básicamente el Paleolítico de la prehistoria humana. Sostienen que estas preferencias y estrategias resultado de la evolución continúan guiando la conducta humana contemporánea. David Buss sostiene que en todas partes los hombres tienden a sentirse atraídos por mujeres que exhiben signos de buena fertilidad: juventud y salud. Por el contrario, a las mujeres les atraen más en los hombres los signos de riqueza y poder, ya que estos rasgos indican el acceso de los hombres a recursos o su habilidad para ser buenos proveedores.
Pero estos psicólogos evolucionistas ya no afirman que las mujeres sean por naturaleza estrictamente monógamas. Aun así, dicen que a través de la selección natural las mujeres adquirieron un apetito sexual atenuado en relación con el de los hombres, una menor tendencia hacia las correrías sexuales y una mayor tolerancia de las correrías de sus parejas. Los hombres desarrollaron más celos sexuales ya que la infidelidad de una mujer a un hombre amenaza directamente el éxito reproductivo de éste, mientras que la aptitud de las mujeres ancestrales no se veía amenazada por los machos mujeriegos.
Hoy en día, los psicólogos evolucionistas y otros científicos sociales evolucionistas plantean estrategias de apareamiento entre machos y hembras más complejas y diversificadas, que pueden depender de diversas circunstancias. No obstante, la idea general parece ser que a través de la selección natural las mujeres han venido a orientar su conducta sexual según la disponibilidad de recursos masculinos y que, dado su propio «curso óptimo» para maximizar la aptitud, se han desarrollado para tender menos, en general, a la variedad sexual que los machos. La pregunta sigue en pie: Las suposiciones de los científicos sociales evolucionistas -relatíva contención sexual de las hembras y dependencia de los machos para obtener recursos ¿son válidos en términos de la evolución humana? Hemos visto que la primera suposición no está bien apoyada por estudios recientes de las hembras de los primates no humanos. y con respecto a la conducta de las hembras humanas, la idea está aún menos clara; en efecto, sería difícil establecer si los patrones de la conducta humana están arraigados en la evolución biológica, en factores sociales y culturales o en alguna combinación de ambos.
LA EVOLUCIÓN DEL PATRIARCADO: ECOLOCIA EVOLUTIVA
La ecología evolutiva, al igual que la psicología evolutiva, es una disciplina que estudia cómo influyen los procesos evolutivos en la conducta social, pero pone el énfasis en factores medioambientales o en las interacciones entre la conducta humana, el entorno y la cultura. La mayoría de los ecologistas evolucionistas se alejan del determinismo genético. En este sentido, Barbara Smuts ha avanzado recientemente algunas ideas interesantes sobre los orígenes evolutivos del patriarcado, o dominación del macho. Smuts empieza con algunas suposiciones que son las mismas que las que sostienen los sociobiólogos: que los primates no humanos y humanos buscan maximizar su aptitud y que los machos y las hembras tienen diferentes estrategias reproductivas. Los machos buscan la «cantidad de parejas» mientras que las hembras buscan la «calidad de las parejas». Por un lado, Smuts es muy explícita cuando dice que la conducta humana no está «genéticamente programada» sino que, más bien, la «selección natural ha favorecido en los humanos el potencial para desarrollar y expresar cualquier estrategia reproductiva dentro de una amplia gama, dependiendo de las condiciones ambientales». Así, condiciones sociales humanas como el patriarcado no son inevitables y se pueden cambiar.
Smuts centra su atención en un patrón conductual que a su modo de ver es omnipresente entre la mayoría de las sociedades de primates: la agresión de los machos contra las hembras y la resistencia de las hembras a esta agresión. Señala que los machos se portan agresivamente con las hembras con el fin de aparearse con ellas; pero las hembras, siguiendo sus propios intereses reproductivos, pueden resistirse y lo hacen. Al mismo tiempo, la medida en que las hembras consiguen resistirse a la agresión del macho varía. La consideración de los numerosos factores que pueden estar implicados en esta variación ha llevado a Smuts a proponer un conjunto de hipótesis. Una hipótesis afecta a la habilidad de las hembras para resistir a la agresión de los machos formando alianzas con otras hembras. Entre las especies primates en las que las hembras se unen, esta estrategia funciona muy bien. Es interesante, señala Smuts, que entre los chimpancé bonobo las hembras se dispersen al exterior pero también sean capaces de formar alianzas con hembras de los grupos nuevos con las que no están emparentadas. Aplicando la misma lógica a la evolución humana, Smuts propone que la prevalencia de la residencia patrilocal en las sociedades humanas significa que las mujeres se ven privadas a menudo del apoyo de parientes y aliadas hembra, dejándolas más vulnerables a la agresión del macho.
Otra interesante, aunque deprimente, hipótesis propuesta por Smuts es la siguiente: «Al buscar sus intereses materiales y reproductivos, las mujeres ejercen a menudo conductas que promueven el control de los recursos y de la sexualidad femenina por parte del macho. Así, las mujeres, igual que los hombres, contribuyen a perpetuar el patriarcado». Aquí, Smuts sugiere que en algunas circunstancias las mujeres pueden facilitar su propio éxito reproductivo no tanto aliándose con otras hembras como aliándose con machos que disponen de más recursos y acatando costumbres que aumentan la certidumbre de la paternidad. Su conducta promueve entonces el patriarcado.
El énfasis de Smuts en que los machos buscan la cantidad de apareamientos y las hembras su calidad es paralelo al escenario de poliginia del macho/monogamia de la hembra de los anteriores sociobiólogos.
Es importante tener en cuenta que las suposiciones en las que basa Smuts sus conclusiones -los conceptos de maximización de la aptitud, estrategias reproductivas distintivas de machos y hembras e interés del macho por la certidumbre de la paternidad-siguen siendo muy polémicas en lo que respecta a la conducta humana. Aun así, su trabajo contribuye mucho a demostrar que sería un error asumir que hay algo inherentemente sexista en la exploración de las bases biológicas de la conducta humana.
RECONOCIMIENTO DE PARIENTES
Se sabe que el reconocimiento de los parientes está extendido entre insectos, pájaros y mamíferos. En muchas especies, la conducta con los parientes se diferencia claramente de la conducta hacia aquéllos que no lo son: cuidado de crías emparentadas pero no de crías no emparentadas, preferencia de apareamiento intrafamiliar, tolerancia cuando se encuentran los miembros de la familia y agresivos o esquivos frente a los extraños, ...
También se sabe que los primates no humanos son capaces de reconocerse unos a otros individualmente y de retener el reconocimiento durante mucho tiempo, reconocimiento de parientes que es un rasgo de la vida social del primate no humano. En este contexto, muchos estudios han demostrado que entre las especies primates hay una gran parcialidad a favor de los parientes frente a los no parientes.
Sin embargo, el estudio de la conducta primate de parentesco se restringe en la mayoría de los casos a parientes relacionados por vía materna. En especies como los chimpancés, en las que el apareamiento es promiscuo, ni los observadores humanos ni los animales pueden saber quién es el padre o quién está emparentado con quién a través del padre.
Lo que sí sabemos en la actualidad es que en ciertas especies -por ejemplo, los langures indios- hay veces en que un macho mata a aquellas crías de las que no es el padre. Los langures indios viven en unidades poligínicas de un solo macho. En ocasiones, un nuevo macho, mata al macho poligínico, se aparea con las hembras y mata a las crías que éstas hayan tenido antes. El infanticidio, también observado en otras especies primates de un solo macho, se interpreta generalmente como una estrategia del macho para promover la aptitud individual, o el éxito reproductor, dado que la hembra reinicia rápidamente el celo tras perder a una cría a la que está amamantando y el nuevo macho evita el gasto de energía que supone proteger a crías que no son suyas.
Los investigadores se han interesado por la cuestión de si el cuidado de las crías por parte de los machos aumenta entre aquellos primates con elevados niveles de «certidumbre de paternidad».
Patricia Wright ha demostrado que en el cuidado de las crías por parte de los machos hay una gran variedad entre los primates. La conclusión que aplica a todos los primates no humanos es que «si la ayuda del macho no es necesaria para la supervivencia de las crías, entonces el macho no invierte en cuidado paterno» y que dónde la ayuda del macho es esencial para la supervivencia de las crías, todos los machos que se aparean con una hembra prestan una gran ayuda en el cuidado de las crías. Wright relaciona este patrón con la cuestión de la «certidumbre de la paternidad» al sugerir que «incluso con la mera posibilidad de la paternidad, estos machos están dispuestos a invertir mucho en el cuidado de las crías».
Entre las especies multimacho-multihembra, los machos participan algo en el cuidado de las crías. Algunos investigadores han interpretado este descubrimiento no en términos de inversión paterna sino como medio de obtener acceso sexual a la madre sugieren que, entre los primates en general, el cuidado de las crías por parte de los machos se entiende mejor como una estrategia de apareamiento que como una estrategia de inversión paterna vinculada a la «certidumbre de la paternidad». Según este punto de vista, un macho cuida de las crías de una hembra con el fin de hacerse amigo de la madre y aumentar las oportunidades de aparearse con ella. Si se puede extrapolar esta hipótesis a la evolución humana, el cuidado de las crías por parte de los machos tal vez se debiese a «amistades» macho-hembra más que acondiciones de una mayor «certidumbre de la paternidad».
Entre los primates hay otras conductas que sugieren la existencia de más formas de reconocimiento del parentesco. Una es la evitación del incesto. Otra es la adopción de crías huérfanas por sus hermanas mayores o por parientes matemos.
Hay evidencia de que algunos primates son capaces de reconocer no sólo a sus propios parientes sino también a los de otros.
Los primates no-humanos reconocen a sus parientes, pero ¿cómo lo hacen exactamente? No lo sabemos. Pero sentimos que algo mas que los mecanismos Innatos está involucrado. Hay investigaciones que sugieren la existencia de un mecanismo de reconocimiento, como por ejemplo el ajuste de fenotipos o el reconocimiento visual de «semejanzas de familia» físicas. Otra posibilidad, más probable, es un mecanismo de asociación por el que una cría de primate simplemente crece, formando un vínculo estrecho con la madre y con cierto reconocimiento de ella, y poco a poco aprende a distinguir, o clasificar, a otros basándose en la interacción de éstos con la madre y con él o ella. Lo que esto implica es que lo que existe dentro de las mentes de los primates no son «categorías de parentesco» sino varias «categorías de asociación» aprendidas. Aun así, cuando abordamos el reconocimiento primate de los respectivos parientes, resulta tentador especular que está ocurriendo algo más complejo.
¿Son exclusivas de nuestra especie las formas de parentesco plenamente humanas?.
En otro momento se definió el parentesco como el reconocimiento de relaciones basadas en (1) la descendencia o (2) el matrimonio. Robin Fox se centró en estos dos aspectos fundamentales del parentesco humano, estudiando hasta qué punto se fundamentan, por rudimentariamente que sea, en la vida primate, sugiriendo que algunos tipos de primates han adoptado una especie de patrón rudimentario de «matrimonio» (que él denomina «alianza») mientras que otros han adoptado un patrón rudimentario de «descendencia», pero que ninguna especie primate presenta a la vez alianza y descendencia. Sugería que las dos piedras angulares del parentesco humano ya existen entre los primates no humanos; el desarrollo exclusivamente humano consistió sencillamente en unir los dos elementos, alianza y descendencia, en un solo sistema.
En su estudio de los monos y simios del Viejo Mundo, Fox contrastó a los que viven en grupos de un solo macho con los que viven en grupos multimacho-multihembra. Los babuinos hamadryas constituyen un buen ejemplo de los primeros. Se organizan en unidades poligínicas formadas por un macho adulto y varias hembras, por lo general en torno a cuatro, con sus crías. El macho se aparea con estas hembras y las «pastorea», manteniéndolas juntas en una unidad. Si otro macho se aventura a entrar en el grupo e intenta copular con las hembras, el macho pastor peleará con él y le expulsará. A las jóvenes hijas de esta unidad se les permite quedarse con el grupo, pero los hijos jóvenes son ahuyentados por el macho adulto.
Varias unidades poligínicas de babuinos hamadryas como ésta se organizan sin excesivo rigor en el seno de unidades mayores llamadas «tropas». Los miembros de una tropa se desplazan juntos por una zona, y los machos adultos a veces se reúnen para defenderse. Pero por lo demás los machos adultos tienen poco que ver entre sí, y no hay entre ellos ninguna jerarquía de dominación. Cuando se ahuyenta a los hijos jóvenes de las unidades poligínicas pasan a la periferia; al margen de la sociedad babuina pero dentro de sus tropas.
Ahora bien, a medida que van madurando los jóvenes machos periféricos, ¿cómo encuentran pareja? Aquí entran en juego dos mecanismos. El primero, llamado «aprendizaje», implica los esfuerzos de un joven macho por unirse a una unidad de reproducción poligínica. No intenta copular con las hembras, porque le expulsarían a la fuerza, sino que intenta ganarse la aceptación del macho más viejo ayudando a pastorear a las hembras y a ahuyentar a cualquier otro macho que se acerque. Poco a poco su presencia se va tolerando. Con el paso del tiempo, cuando el macho mayor ya es demasiado viejo, el más joven le sustituye como macho poligínico de la manada y se aparea, ~n exclusiva, con las hembras. El segundo mecanismo, llamado «rapto», entra en juego cuando un macho periférico secuestra a una cría hembra, la cría, la cuida y, cuando es adulta, se aparea con ella. Al cabo de varios raptos ya tiene su propio grupo de hembras.
En opinión de Fox, las unidades poligínicas de babuinos hamadryas son casos de alianza. Se trata de unidades de reproducción diferenciadas, y los mecanismos sociales de los babuinos tienen como resultado la asignación a largo plazo de parejas. Es interesante que los babuinos tengan una época de reproducción y que sin embargo, en vez de unirse para aparearse durante esa época, los machos y las hembras pasen todo el año juntos en unidades relativamente estables. Un estudio descubrió que las hembras de estas unidades cambiaban sus unidades de un solo macho en menos de tres años. Así, las hembras pueden pasar de una unidad a otra a pesar del pastoreo de los machos y de los mordiscos en el cuello. El mismo estudio reveló que las hembras cambian sus unidades de un solo macho dos o tres veces a lo largo de su vida. También, que los machos tienden a trasladarse a nuevas unidades que contienen hembras con las que han vivido previamente. J. Abegglen ha sugerido que no es sólo el pastoreo de los machos sino también la creación de vínculos entre las hembras en el seno de estas unidades lo que mantiene al grupo unido.
Estos arreglos poligínicos relativamente estables entre los babuinos hamadryas no son, por supuesto, casos de «matrimonio» en ningún sentido humano, pero Fox propuso que debido a su relativa estabilidad y exclusividad están cerca de categorizarse como tales. Y ¿qué hay de la «descendencia»? Para ver en funcionamiento una especie de patrón rudimentario de descendencia, Fox estudió monos del Viejo Mundo multimacho-multihembra como los babuinos corrientes, los monos rhesus, los monos vervet, los macacos japoneses y otros.
Las cuatro especies viven en grupos formados por una subunidad de hembras con sus crías y una subunidad de machos adultos. Los machos se distribuyen en una jerarquía de dominación entre ellos. Al mismo tiempo, todos los machos adultos dominan a todas las hembras. Los grupos básicos de hembras contienen madres con sus crías, y en algunos casos estas unidades se prolongan durante varias generaciones, produciendo «matrilíneas». Así, por ejemplo, una subunidad puede contener a una madre vieja, sus hijas y las crías de sus hijas.
Los machos jóvenes empiezan a crecer en estas unidades pero después se marchan y pasan un tiempo en la periferia en calidad de machos periféricos.
En estos grupos el apareamiento es breve y no exclusivo, aunque a veces un macho forme una «relación de consorte» con alguna de las hembras en celo.
En estos grupos multimacho-multihembra hay una jerarquía de dominación no sólo entre los machos adultos sino también entre las hembras. Por añadidura, la jerarquía de hembras viene establecida por el parentesco materno. De hecho, las diferentes matrilíneas del grupo central de hembras tienen a su vez rangos. Una madre es dominante sobre sus crías, y las crías asumen un rango basado en el nacimiento. Exactamente por qué ocurre este ordenamiento de rangos no se sabe, pero hay indicios de que la madre ayuda a su hija mientras ésta va volviéndose dominante sobre sus hermanas mayores.
Los machos de estas especies tienen una jerarquía lineal, que en parte desarrollan ellos mismos, basada en la fuerza relativa, las competencias agresivas, etc. Pero hasta cierto punto la posición de un macho dentro del grupo de los machos también está determinada por la posición de su matrilínea natal dentro del grupo de las hembras. Así, un hijo de la matrilínea superior del grupo de las hembras tiene muchas probabilidades de convertirse en un macho de rango muy alto en el grupo de machos al que se incorpora. .
En este tipo de sistema multimacho-multlhembra no hay, claramente, ninguna «alianza» en el sentido que da Fox al término. En contraste con los grupos de un solo macho, los primates multimacho-multihembra no entablan relaciones de pareja a largo plazo, sino que el apareamiento consiste en su mayor parte en un breve encuentro entre macho y hembra. y a diferencia de los grupos de un solo macho, estos primates multimacho-multihembra presentan lo que Fox llama «descendencia». Su conducta diferencia en gran medida entre unos y otros, basándose no sólo en sus lazos de parentesco inmediatos (vínculos madre-hijo y entre hermanos) sino también en las posiciones que ocupan dentro de las líneas de matriparientes (es decir, en relaciones basadas en la descendencia a lo largo de las generaciones).
En pocas palabras, Fox vio que entre los primates se daban los elementos rudimentarios de auténticos sistemas de parentesco humano. Algunos primates presentan «alianza», otros «descendencia». Si tomásemos el patrón de alianza de los babuinos y lo combinásemos de algún modo con el patrón de descendencia de los grupos multimacho, tendríamos la base completa del parentesco humano. Esto, según Fox, es lo que hicieron nuestros ancestros homínidos en algún momento.
L. Rodseth y sus colegas ven las cosas de otro modo. Después de comparar la organización social de una amplia gama de primates, humanos incluidos, en términos de la distribución en grupos de machos y hembras, parientes y no parientes, han concluido que los humanos son únicos entre los primates en el sentido de que ambos sexos mantienen relaciones de por vida con parientes consanguíneos, al margen de qué sexo abandone su grupo natal o de si ambos sexos lo hacen. Entre otros primates, por contraste, sólo un sexo (el que se queda y no se dispersa) mantiene estos vínculos de por vida con los parientes. Según Rodseth fue este desarrollo único entre los humanos lo que permitió que los humanos se vinculasen y se aliasen con otros grupos de no parientes. Al mantener los vínculos con un hijo o hija disperso, los humanos podían forjar vínculos con el grupo al que éste o ésta se desplazaba. Así, un rasgo exclusivamente humano, y que es significativo para nuestra organización social, es la habilidad para mantener relaciones sociales con otros aun cuando estén ausentes durante largas temporadas.
Usando datos sobre los babuinos hamadryas, Rodseth et al. exponen argumentos a favor de la «alianza» y la «descendencia» de Fox combinadas ya en un solo sistema. Estos babuinos, en sus unidades de un solo macho, no sólo presentan «alianza» como lo describiera Fox, sino que los machos de estas unidades se organizan de forma flexible en tropas o «clanes» y, por encima de éstos, en bandas sobre la base del parentesco compartido entre machos. Vemos así un arreglo según el cual la organización social global (clanes, bandas) sigue un patrón de «descendencia», aun cuando dentro de la estructura se distinguen claramente unidades de reproducción que siguen un patrón de «alianza».
GÉNERO PRIMATE
Volveremos a algunas de estas ideas en tomo al parentesco primate pero, primero, veamos el «género» primate. ¿Hay diferencias conductuales importantes entre hembras y machos (más allá de las evidentes diferencias en lo relativo a la reproducción y el cuidado de las crías)? Un estudio de chimpancés del bosque de la Costa de Marfil mostró que las hembras son mucho más eficaces que los machos a la hora de partir nueces con martillos de piedra y de madera: las hembras trabajan con persistencia, mientras que los machos son fácilmente distraídos por interacciones sociales. Parecida diferencia entre los sexos en relación con la persistencia se ha encontrado entre otros chimpancés. Un factor que puede explicar esta última diferencia es la mayor necesidad de proteínas que tienen las hembras, dado que las hembras adultas de los chimpancés están a menudo embarazadas o amamantando.
Antes se pensaba que los machos de los primates eran más agresivos que las hembras, pero esta suposición no se ve apoyada por las pruebas de que disponemos hoy en día, al menos en lo que respecta a la frecuencia de actos agresivos. Según Smuts, hay diferencias sexuales tanto en el estilo como en el contexto de la agresión. En cuanto el estilo, los machos de muchas especies tienen más probabilidades de preceder la agresión con «amenazas ritualizadas», mientras que las hembras se limitan a menudo a atacar sin previo aviso. Y un ejemplo de diferencia contextual es que con frecuencia las hembras son muy agresivas cuando está en juego la protección de las crías, mientras que los machos son muy agresivos cuando ven amenazado el acceso sexual a las hembras.
Respecto al género primate, otra suposición generalizada ha sido que los machos dominan típicamente a las hembras. La idea sigue sosteniéndose, pero nuestra comprensión del panorama global está cambiando. Esta imagen ha dado paso a la documentación de una mayor diversidad de género. Patricia Wright ha concluido que la dominación del macho es una característica de las sociedades de casi todos los monos y simios del Viejo Mundo, pero señala que en más o menos el 40% de las especies de primates, las hembras son dominantes o iguales en estatus. Entre estas especies, las hembras lideran grupos de viaje, asumen la prioridad en la alimentación y pueden desplazar a los machos de un lugar. En todos los grupos dominantes de hembras, la reproducción depende estrictamente de la época. Entre los ejemplos de especies en las que ningún sexo es dominante están las especies monógamas como los gibones y los társidos. Y entre otras especies (por ejemplo, algunos monos capuchinos), un macho siempre es el primero en una jerarquía lineal local mientras que una hembra puede ser la segunda, la tercera o la cuarta.
En otra revisión del tema, Joan Silk comenta que, a pesar de la dominación masculina en algunos casos, «en todas las especies de primates no humanos, las hembras mantienen una autonomía considerable sobre sus propias vidas». Las hembras pasan una buena parte de su vida a solas con sus hijos o con otras hembras. Ejercitan un alto grado de elección a la hora de aparearse, pueden formar coaliciones con otras hembras contra los machos,... Esta cuestión de la autonomía de las hembras es fundamental para estudiar el género humano. De hecho, una pregunta clave elevada por los estudios de primates es la de cómo, cuándo, dónde y en qué circunstancias perdieron su autonomía algunas primates humanas.
Entre los primates, las variaciones en la dominación del macho suelen estar correlacionadas con el dimorfismo sexual, o las diferencias físicas externas entre machos y hembras. El dimorfismo sexual afecta a diferencias de tamaño y peso, y a características como unos dientes caninos más largos o más afilados. Así, entre especies donde domina el macho, los machos son notablemente más grandes y pesan más. Entre las especies donde dominan las hembras, las hembras son ligeramente más grandes. y entre las especies monógamas en las que ningún sexo es dominante, ambos tienden a ser del mismo tamaño. Aunque los humanos son más dimórficos sexualmente que estas especies monógamas, Silk mantiene que las sociedades humanas presentan por lo general un mayor grado de dominación del macho del que predecirían los primatólogos teniendo en cuenta el dimorfismo sexual y las prácticas de apareamiento.
Las interpretaciones que hacen los humanos de la conducta de otros primates no sólo cambian con el paso del tiempo sino que a menudo, son polémicas ya que aún no han llegado a un consenso total respecto a la naturaleza de algunas de sus conductas: grado de agresividad, jerarquías de dominación de los machos y el dominio de los machos sobre las hembras, ...
Incluso cuando hay consenso en tomo a los «hechos» de la conducta chimpancé, su interpretación varía. Hay que recordar que los chimpancés, aun siendo la especie más cercana a nosotros, son, con todo, chimpancés, no antepasados humanos. Podemos aprender mucho sobre los humanos, en tanto que primates, examinando el espectro de la variación primate; pero como advierte Robert Hinde, «Intentar establecer paralelismos directos entre especies humanas y no humanas es un pasatiempo peligroso.»
PARENTESCO, GÉNERO y EVOLUCIÓN HUMANA
El término hominoide se refiere a una clasificación de los primates (Superfamilia Hominoidea) que incluye a simios y a humanos. Dentro de esta clase está la categoría homínido (Familia Hominidae), que incluye a los humanos modernos y a sus antepasados extintos. Los homínidos divergieron del resto de la línea de los hominoides hace unos cinco millones de años. Se han encontrado restos de los homínidos más antiguos conocidos, los Australopithecos, en fósiles que datan de hace 2-4 millones de años o posiblemente de antes, desenterrados en sitios como Laetoli (Tanzania) y Hardar (Etiopía). Según algunos investigadores, estos homínidos constituyen una sola especie, Australopithecus afarensis. Análisis de materiales de esqueleto, además de unas asombrosas huellas preservadas en ceniza volcánica en Laetoli, muestra que los A. afarensis caminaban bipedalmente pero que es probable que también trepasen árboles. A excepción de su bipedalismo, es probable que estos AustraIopithecos se pareciesen mucho a los chimpancés modernos.
Hoy en día parece que diferentes especies de Australopithecos cubrieron un período de dos millones de años o más en el este y el sur de Africa. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre sus conexiones evolutivas; y tampoco sobre qué tipo de Australopitheco fue el antepasado del siguiente fósil homínido importante, Horno habilis (o el genus Horno y la especie habilis). Éste apareció. hace unos dos millones de años en el este y sur de Africa y vivió al mismo tiempo que algunos Australopithecos. El cerebro del H. Habilis mostraba un claro aumento de tamaño respecto al del Australopithecus. Por añadidura, H. habilis (y, posiblemente, también algunos Australopithecos) construía herramientas de piedra. Lo más probable es que ambos subsistieran comiendo plantas y carne, que o bien cazaban o carroñeaban, o ambas cosas. Qué proporción de su dieta consistía en carne, y cómo y hasta qué punto cazaban, no se sabe.
Se considera que H. habilis es antepasado de H. erectus, que apareció en Africa hace aproximadamente un millón y medio de años y luego se propagó por Asia y Europa. H. erectus presentaba otro aumento más del tamaño del cerebro y dejó pruebas de herramientas más avanzadas, caza de grandes animales y uso del fuego. H. erectus vivió durante aproximadamente un millón de años, posiblemente solapándose con el H. sapiens arcaico, que a su vez es antepasado del H. sapiens moderno. H. sapiens apareció por vez primera hace 70.000-100.000 años.
El registro fósil nos cuenta muchas cosas acerca de la evolución humana, pero nada sobre algunos detalles importantes como cuándo se desarrolló por vez primera el lenguaje humano o qué tipo de sistemas de apareamiento practicaban estas criaturas. Pero la investigación ha propuesto algunas interesantes especulaciones respecto a lo que puede haber ocurrido, y algunas tienen implicaciones para el desarrollo del parentesco humano y del género.
Como ya se ha señalado, Fox mantenía que una innovación exclusivamente humana fue combinar «alianza» con «descendencia» en un solo sistema. Fox apunta como causa de ello una adaptación fundamental: la caza homínida. Conocida como la "hipótesis de la caza», esta corriente de pensamiento estuvo en boga en los años 60 y 70, apoyada por antropólogos como Sherwood Washburn y Chet Lancaster, y popularizada por Robert Ardrey. Sostenía que los primeros homínidos (Australopithecos), al dejar los árboles, se adaptaron al campo abierto, donde, para sobrevivir, se dedicaron a la caza de presas de gran tamaño. Este nuevo «simio matador» desarrolló herramientas para la caza. A su vez, la fabricación y el uso de herramientas impulsó el aumento del tamaño y la complejidad del cerebro. Mientras tanto, como era más fácil tener manos y brazos libres para utilizar herramientas de caza, se impulsó el bidepalismo. En esencia, por tanto, fue la temprana caza mayor de los homínidos lo que nos convirtió en criaturas erguidas, con grandes cerebros, inteligentes y que usan herramientas, con potencial para el lenguaje y la cultura. y eran los machos, no las hembras, los que cazaban. Lo que implica este panorama es que los hombres fueron los principales impulsores de la evolución humana, pero también que las mujeres fueron abastecidas por los hombres y pasaron a depender de ellos.
Una serie de descubrimientos puso fin a esta forma temprana de la hipótesis de la caza. Uno fue que los chimpancés hacen y utilizan herramientas; ya no cabía pensar que las herramientas eran un invento distintivamente homínido. Es más, no había suficientes pruebas para apoyar el argumento de que los primeros homínidos cazaban con herramientas. De hecho, el examen de huesos y calaveras de Australopithecos dejó bien claro que probablemente estas criaturas fueran más presas que depredadores. El examen de esqueletos de los primeros Australopithecos (afarensis) sugirió que más que un imponente «simio matador» en proceso de convertirse en el «hombre», era ahora descrito como un pequeño bípedo que seguía pasando tiempo en los árboles y era cazado por carnívoros.
Llegados a este punto, surge la «hipótesis de la recolección». Según esta hipótesis, la dieta de los homínidos probablemente consistiera en gran medida en plantas recolectadas. Lo mismo cabe decir de los modernos cazadores recolectores humanos en que la comida de plantas recolectadas constituye entre el 60 y el 80 por cien de la dieta (en calorías) de los !Kung. Entre los modernos cazadores recolectores, la recolección es una actividad fundamentalmente femenina; así pues, es probable que las hembras de los homínidos hicieran la recolección. La hipótesis de la recolección sugiere que en la evolución homínida las herramientas más tempranas fueron las que desarrollaron las mujeres para que la recolección fuera más eficiente. Además, las mujeres inventaron contenedores para facilitar el transporte de alimento recogido y para llevar consigo a sus crías durante la recolección.
La hipótesis de la recolección encajaba mejor con las pruebas que la hipótesis de la caza. Pero, quizás aún más importante, revelaba el sesgo masculino de los anteriores estudios de la evolución humana, en los que se había hecho caso omiso de las mujeres y sus contribuciones.
A medida que la hipótesis de la recolección fue ganando terreno, surgieron ideas tentadoras, aunque muy especulativas, sobre otros desarrollos humanos, y claramente situaban a las hembras en un papel evolutivo activo. Así, Nancy Tanner sostenía que hembras y machos desarrollaron el bidepalismo por distintos motivos. En las hembras, la selección natural favoreció el bipedalismo para actividades como el uso de herramientas y el transporte de los bebés; pero en los machos, lo que lo favoreció fue la selección sexual de las hembras. Al erguirse los machos, las hembras veían mejor sus penes. Y «un macho erguido y desnudo con un pene erecto y muy visible pudo ser llamativo y atractivo». Del mismo modo, respecto a la reducción evolutiva de los grandes dientes caninos, sugirió que «tal vez las hembras acabasen prefiriendo aparearse más a menudo con machos que realmente las besaban que con machos que les gruñían y exponían grandes caninos».
Aunque estos contraargumentos no supusieron del todo el final de la hipótesis de la caza, garantizaron que a partir de entonces ésta sólo se ofreciera en versiones género-inclusivas. No obstante, hubo quien criticó la hipótesis de la recolección porque pasaba por alto el impacto de la caza, y sostenían que la caza pudo haber seguido siendo importante en la evolución homínida, si bien en un período posterior al que antes se suponía.
Esto nos remite de nuevo a Robin Fox y a sus ideas sobre cómo se combinó la alianza con la descendencia para formar sistemas de parentesco humano. La teoría de Fox puede considerarse como una versión remozada de la hipótesis de la caza. También se enmarca en la teoría evolutiva. Es importante tener en cuenta sus ideas porque sugieren que el nacimiento de un parentesco plenamente humano es simultáneamente el nacimiento de la subordinación de la hembra.
Volviendo a la evolución homínida, Fox sitúa la «transición cazadora» en tomo a la época en que el Australopithecus se estaba convirtiendo en H. habilis; ciertamente, estaba ya en marcha con el H. erectus. Con «transición cazadora» Fox se refería no sólo a que los homínidos empezasen a cazar en serio con herramientas, sino a que empezaron a desarrollar una división del trabajo según el sexo. Cada sexo se especializó en lo que era más capaz de hacer físicamente: los hombres, en la caza, y las mujeres en la recolección. Pero la transición a la caza y recolección especializada según el sexo sacó provecho de, e intensificó, un arreglo que ya estaba presente en el repertorio social de los homínidos (y que existe hoy entre primates no humanos): las coaliciones de parientes. Este nuevo orden exigía un aumento de la cooperación, que fue aportado por los grupos de parientes. En efecto, la cooperación fue siendo de manera especial cada vez más importante para la caza cooperativa de los machos, pero también para la recolección de las hembras.
Veamos ahora la otra mitad, la «alianza». La nueva división sexual del trabajo trajo consigo un intercambio de comida entre macho y hembra, y este intercambio alteró sus relaciones. Antes, había asociaciones sólo de machos (como entre los chimpancés y entre algunos monos multimacho-multihembra) y asociaciones de mujeres (con crías) solamente (como entre grupos multimacho con matrilíneas), pero machos y hembras adultos apenas tenían que ver unos con otros salvo en lo relativo al sexo y a la protección de las hembras por parte de los machos.
Con la división sexual del trabajo, sin embargo, hombres y mujeres se necesitaban en un nuevo sentido: para obtener comida, para el intercambio de vegetales y de carne. Este intercambio, según Fox, «se encuentra probablemente en el origen de una sociedad auténticamente humana.» Ahora los machos necesitaban a las hembras no sólo por el sexo sino también por la comida; y, más adelante, para procesarla y guisarla (esto es, para el trabajo doméstico). Así que surgió una nueva motivación de los machos para intensificar y prolongar la asociación de machos y hembras (y sus crías). También es probable que a las primeras hembras humanas les hubiera interesado fortalecer las alianzas con los machos porque querían un suministro regular de carne para ellas y sus crías. Mientras, por supuesto, las mujeres salían no sólo a forragear sino también a recolectar alimentos vegetales que traían de vuelta para cambiarlos por carne. De este modo iniciaron el camino hacia las unidades domésticas que con el paso del tiempo harían que los machos adultos se uniesen a las hembras adultas y sus crías.
A estas alturas se estaban produciendo muchos cambios fisiológicos (por ejemplo, el aumento del cerebro en tamaño y complejidad, y el alargamiento del período de dependencia infantil), pero una cosa no cambiaba: los machos seguían compitiendo por las hembras. De hecho, la competición es incluso más intensa ahora que a las hembras se las valora por sus vegetales además de por el sexo. Los machos dominantes más viejos procuran adquirir muchas hembras; se encaminan más o menos hacia la poliginia. Esta situación lleva no sólo a la competición entre los machos más mayores sino a la escasez de hembras para los machos más jóvenes. Aumentan las tensiones. Pero los machos ya no pueden resolverlo simplemente a través de la lucha; se necesitan unos a otros demasiado para la caza cooperativa y, más tarde, para el intercambio de otros servicios especializados. Tiene que surgir alguna manera de regular el apareamiento y el acceso a las mujeres (con sus vegetales). y así ocurre: los machos más mayores pasan a encargarse de asignar hembras como compañeras. Los machos más jóvenes acaban consiguiendo mujeres, pero sólo si obedecen un conjunto de reglas (que se convierten en reglas de matrimonio) que depositan el poder de asignar mujeres en manos de los machos más viejos. Entre humanos, los machos jóvenes se vuelven dependientes de los machos más viejos para obtener pareja (hoy, novias). Como pronto veremos. en muchas sociedades humanas los machos jóvenes (y las hembras jóvenes, por qué no) dependen de sus mayores para la obtención de esposas.
Pero ¿por qué entretanto las hembras de los homínidos llegaron a «aceptar» este arreglo? ¿Por qué no se asignaron a sí mismas, o crearon reglas para asignar a los machos? La respuesta de Fox es que probablemente fueran las coaliciones de hembras parientes las que iniciasen el monopolio de los machos sobre la asignación de parejas. Dice: «Es más probable que el impulso viniese de las coaliciones de parentesco de las hembras. La necesidad de las coaliciones de hembras para el abastecimiento de los machos -carne para los hijos- fue sin duda el empujón». Bajo el nuevo orden, cada sexo encuentra su lugar y obtiene lo que quiere:
Bien considerado, según la teoría de Fox es la necesidad que tiene la hembra (o la percepción por parte de la hembra de la necesidad de los hijos) de proteínas procedentes de la caza lo que subyace a los orígenes del nuevo sistema social. Así, las hembras participaron claramente en la evolución homínida y su recolección fue importante; pero en última instancia fue la caza del macho lo que dio ventaja a los hombres y abocó en su control económico y político sobre las mujeres. Se podría decir que las mujeres se vendieron por proteínas; o, como sostuvo Fox, tal vez las mujeres, viendo una oportunidad de oro para conseguir proteínas, fingieron astutamente que daban a los machos el monopolio de la asignación de parejas.
Pero en este nuevo sistema homínido estaban ocurriendo varias cosas más. En cierto sentido, las mujeres se volvieron aún más valiosas para los machos. Como si no bastase con el sexo y los vegetales, ahora se las valoraba en términos de intercambio. El control sobre las mujeres (en tanto que esposas potenciales para otros) se convirtió en una fuente de poder político masculino. Además (y asumamos que en esta época ya tenía lugar el matrimonio al estilo humano), al repartir hembras, los machos adquirían nuevos y valiosos parientes, como cuñados y yernos. En efecto, con la combinación de alianza (ahora matrimonio) y descendencia, nos encontramos con un elemento verdaderamente exclusivo del parentesco humano: la «contribución del primate humano no es la invención del parentesco, sino la invención de los parientes por alianza, de los afines, de los "parientes por matrimonio"».
Por último, aunque Fox parece minimizar la importancia de esta parte de la ecuación del parentesco humano, sostiene que las hembras se volvieron valiosas en tanto que productoras de crías. Su teoría no aborda de qué manera pasaron los machos a interesarse por sus propias crías, aunque sí que habla de una mayor inversión paterna de los machos como algo buscado por las hembras durante la evolución. Fox también señala que el reclutamiento de otros machos por parte de un hombre supuso en muchos aspectos una ventaja, pero que este reclutamiento podía conseguirse mediante matrimonios concertados (en los que se ganarían parientes políticos machos) así como a través de la reproducción. No menciona la producción de hijas como fuente de nuevos artículos para el intercambio, aunque esta observación estaría en la misma línea que sus otros argumentos.
La teoría de Fox se puede criticar desde dos frentes más. En primer lugar, ¿de verdad tiene sentido que las mujeres cediesen a los hombres el monopolio de la asignación de parejas (real o putativo) a cambio de carne, cuando tenían tantas otras cosas con las que negociar, a saber, vegetales, sexo, trabajo doméstico y crías? Por supuesto, las hembras también estaban recibiendo la protección de los machos y la inversión paterna de éstos. Pero la pregunta es la siguiente: ¿Cómo pasamos del intercambio entre machos y hembras de productos y servicios valorados por ambos al control político y económico masculino sobre las mujeres? ¿Tan importante era la carne? Los defensores de la hipótesis recolectora han defendido que la comida recogida probablemente fuese tan importante como la carne cazada. Añádase a esto que las mujeres de las modernas sociedades de cazadores-recolectores sí cazan algunos animales pequeños, y el argumento de la desesperada necesidad de las hembras de proteínas cazadas por los machos se debilita un poco.
En segundo lugar, ¿qué hay del sexo? Fox sostiene que los machos homínidos en desarrollo, de modo muy similar a los machos de los primates no humanos, querían tener acceso sexual a las hembras; pero en ningún lugar menciona el sexo, en y por sí mismo, como un motivo para las hembras.
Sarah Hrdy presenta una situación completamente distinta. Hrdy considera que las hembras de los primates están sexualmente motivadas y son reivindicativas y que las estrategias de las hembras para el sexo y la reproducción son importantes en la evolución humana. En su opinión, las hembras desarrollaron un interés por el sexo promiscuo para que muchos machos «supusieran»que podían ser el padre del hijo de una hembra. De este modo, muchos machos cuidarían de sus crías o al menos no les harían ningún daño, lo cual aumentaría la aptitud tanto de sus crías como de ellas mismas. Hrdy y otros también han contemplado a esta luz la pérdida en la hembra humana de los signos físicos de la ovulación: la ovulación oculta se debió a la selección natural porque ayudaba a disminuir la certidumbre de la paternidad. Hrdy sostiene que la incertidumbre de la paternidad fue una ventaja para las mujeres homínidas durante la evolución, pero que, a medida que se fue desarrollando la sociedad humana, los hombres inventaron modos de aumentar la certidumbre de la paternidad (recluyendo a las mujeres, con cinturones de castidad, etc.). De este modo, las mujeres perdieron su autonomía, (que, por lo demás, era grande entre las hembras de los primates) como resultado de que los machos consiguieran aumentar la certidumbre de la paternidad. Pero Hrdy no aborda esta transición: ¿Cómo y por qué desbancó la estrategia del macho a la estrategia de la hembra?
Ambas teorías vinculan el parentesco humano con la supremacía de los machos sobre las hembras. Para Fox, fue el vínculo matrimonial lo que adquirió importancia, puesto que los machos se hicieron con el monopolio sobre la asignación de hembras en alianzas maritales. Pero para Hrdy fue la descendencia, en concreto el vínculo padre-hijo, lo que pasó a ser importante, ya que los machos, para aumentar su aptitud, tuvieron que inventarse el modos de promover la certidumbre de la paternidad a medida que iban aumentando su inversión parental. Fox sostiene que la inversión paterna del macho era algo que las hembras querían y lograron, mientras que Hrdy insiste en que esta inversión respondía a los intereses del macho. Es interesante que ambas teorías sugieran que las hembras resultaron ser ligeramente astutas y embusteras. Según la teoría de Fox, es probable que las hembras sólo dieran a los machos la «apariencia» del monopolio sobre la asignación de parejas a la vez que, cabe suponer, desempeñaban algún papel en la asignación. Es casi como si las mujeres lo hubieran hablado todo de antemano y hubieran decidido guardarse el secretito. Según la teoría de Hrdy, sin embargo, las hembras distaban mucho de ser conscientemente falsas; sencillamente, la selección natural les ocultó la ovulación. Pero aun así resultó que tenían un secreto que les daba ventaja sobre los machos, y su éxito dependió de que los machos cayeran en el engaño.
Antes de acabar con este asunto, deberíamos señalar otra forma más en que se ha vinculado la caza humana con los orígenes de la desigualdad de los sexos entre los humanos. M. Harris sostiene que el hecho de que los machos ejercieran la caza mayor dio ventajas a los hombres sobre las mujeres no porque aportasen la valorada proteína de la caza sino porque de este modo los hombres adquirían familiaridad con el uso de armas, y su monopolio. Los machos se convirtieron en los cazadores especializados debido a la fuerza superior de sus brazos, pechos y hombros, que les permitía dominar mejor el uso de lanzas, garrotes y arcos y flechas. Entonces los machos se especializaron aún más como guerreros que luchaban contra otros grupos humanos. Pero el impulso original a la dominación del macho se debió a que los machos no sólo eran más fuertes que las hembras sino también más diestros en el uso de las armas, lo cual, a su vez, les daba más autoridad y más poder a la hora de tomar decisiones públicas. Harris pasa a continuación a detallar las diversas formas en que los diferentes tipos, o estadios, de la guerra humana afectaron al género. Explica que, a medida que los sistemas estatales y las clases sociales se fueron desarrollando, la guerra fue asumida por profesionales, y las desigualdades entre hombres y mujeres pasaron a tener que ver con sus relativas contribuciones a la producción económica.
INCESTO y EXOGAMIA
En la sección anterior vimos que los primates no humanos siguen patrones regulares de apareamiento, mientras que los humanos cuentan con matrimonios institucionalizados. Desde cierto punto de vista podríamos decir que la diferencia básica entre los primates no humanos y los humanos no se refiere tanto a la conducta como al hecho de que los humanos han inventado reglas e instituciones en las que enmarcar su conducta y regularla. Podemos desarrollar este punto señalando dos rasgos distintivos más del parentesco humano. Primero, mientras que los primates no humanos presentan la «evitación del incesto», la mayoría de las sociedades humanas tiene un «tabú del incesto». Y, segundo, muchos primates no humanos practican la «dispersión» de un sexo en la adolescencia, mientras que los humanos inventaron la «exogamia», la regla según la cual uno debe casarse fuera del grupo. Veamos por orden cada uno de estos conceptos.
El tabú del incesto humano es una prohibición de relaciones sexuales entre parientes primarios: madre-hijo, padre-hija y hermano-hermana. Algunas sociedades incluyen a otros parientes en su categoría de «unión incestuosa», pero lo que es común a casi todas las sociedades es la prohibición del sexo entre parientes primarios. El tabú del incesto no es, sin embargo, universal entre los humanos. Es de sobra conocido que las familias reales del antiguo Egipto, Perú (Incas) y Hawaii permitían o alentaban los matrimonios entre hermano y hermana (y por tanto el apareamiento), y que en Egipto también se dieron algunos matrimonios reales padre-hija.
Durante décadas, los antropólogos han querido explicar por qué las sociedades humanas tienen un tabú del incesto, por qué es casi universal y por qué la gente de tantas sociedades siente horror y aversión por el incesto. Para Lévi-Strauss, el tabú era una clave para entender lo que significaba ser humano en vez de «animal». Con este tabú, los humanos se señalaban como pertenecientes a la «cultura» humana frente a la «naturaleza» animal. Y en términos de sistemas de parentesco el tabú es importante porque si no existiera (y si la gente practicase el incesto habitualmente) ni siquiera necesitaríamos sistemas de parentesco para regular la reproducción humana. No necesitaríamos reglas de parentesco con las que reclutar nuevos miembros para los grupos; cada grupo se limitaría a «criar a los suyos» incestuosamente.
Aunque el tabú del incesto es un elemento central de los sistemas de parentesco humano, Fox y otros han demostrado convincentemente que muchos teóricos anteriores estaban equivocados cuando intentaban localizar el origen de los sistemas de parentesco humano en el surgimiento del apareamiento humano no incestuoso. La idea era que, habiendo' prohibido el incesto y habiéndose separado de este modo de los animales, los humanos tuvieron que definir otras reglas para el apareamiento y para asignar niños a los grupos sociales. Pero hoy se sabe que la mayoría de los mamíferos en libertad presenta patrones de evitación del incesto. En efecto, entre muchos primates Y otros animales salvajes, los patrones de dispersión de los jóvenes garantizan que la mayor parte de la reproducción no tendrá lugar entre parientes genéticos cercanos. Por consiguiente, al margen de las reglas y concretamente en términos de conducta, los humanos no son los únicos que evitan el incesto.
A lo largo del siglo pasado surgieron muchas teorías para explicar el tabú del incesto humano. La mayoría no eran demasiado satisfactorias, y en la actualidad sigue siendo una cuestión debatida. Las dos teorías más populares fueron las que propusieron originariamente Edward Westermarck y Sigmund Freud. Westermarck dijo que las personas que se crían juntas, o las personas que viven muy cerca desde la temprana infancia, desarrollan una aversión natural a entablar relaciones sexuales. Se refería a las relaciones hermano-hermana, pero esta misma idea era también válida para las relaciones padre/madre-hijo/a, y explicaba la aversión a las relaciones sexuales entre criadores de hijos e hijos. Como lo habitual es que sean los padres quienes críen a los hijos y que los hermanos vivan juntos durante la infancia, se evita el incesto entre los parientes de primer orden. En opinión de Westennarck, esta natural aversión al incesto era un instinto humano que se desarrollaba o era seleccionado naturalmente para impedir los efectos dañinos de una endogamia estrecha. Sólo más adelante se desarrolló un tabú para intentar evitar toda tendencia aberrante.
Según Freud (que se centró más en el incesto paterno-filial), los humanos desean inconscientemente cometer incesto, pero este deseo es reprimido. Su idea era que la represión viene provocada por la culpa. Lo que sugería Freud era que en algún momento del pasado remoto existió una «horda primordial» humana encabezada por un padre que se reservaba para sí mismo a un grupo de mujeres con las que se apareaba. Sus hijos, como querían tener acceso a las hembras, le mataron; pero entonces, como habían sido criados para respetar y obedecer a su padre, se sintieron culpables y de este modo «tabuizaron» su propio acceso a las mujeres (sus madres y hermanas). Desde entonces los humanos han heredado de algún modo todo este trauma y continúan «viviéndolo». Por supuesto, freudianos posteriores creyeron necesario renunciar a esta idea de la «horda primordial» como acontecimiento prehistórico, pero retuvieron las nociones del deseo inconsciente, la culpa y la represión para explicar el tabú del incesto.
Estas dos teorías de Westennarck y Freud estaban en desacuerdo. Una mantenía que los humanos normalmente no quieren cometer incesto, así que necesitamos un tabú para los pocos inadaptados que sí quieren. El otro sostenía que los humanos quieren cometer incesto, pero que este impulso provoca inmediatamente culpa y represión y aboca en un tabú que expresa y confirma ese muy humano proceso psico-familiar.
Ambas teorías han sido criticadas, pero la de Westennarck tal vez sea la que mejor haya resistido. La idea de una aversión al sexo entre niños criados juntos fue apoyada por estudios de los kibbutzim de Israel, donde a los bebés de ambos sexos se les separa de sus padres y se les cría juntos durante la adolescencia. Según estos estudios, los niños que se habían criado juntos no mostraban el menor interés sexual unos por otros al llegar a la edad adulta, y, aunque libres para hacerlo, no se casaban entre ellos. Westennarck se ha visto apoyado también por los estudios de una costumbre china, los «matrimonios menores», según la cual los padres adoptan a una niña para criarla como futura novia de su hijo. A la niña y el niño se les cría juntos y, más adelante, se les obliga a casarse. Se descubrió que estos matrimonios eran considerablemente menos fértiles, menos felices y mucho más tendentes al divorcio que los matrimonios chinos normales o «mayores».
Buena parte de lo que se ha teorizado acerca del tabú del incesto conlleva el supuesto implícito o explícito de que la endogamia estrecha supone una desventaja biológica o genética. Pero ¿hasta qué punto sería perjudicial la endogamia? Por un lado, en un grupo pequeño cuyo pool genético contiene mayoritariamente genes «buenos», a lo largo del tiempo la endogamia estrecha no sería perjudicial e incluso podría ser ventajosa. Por otro lado, la endogamia estrecha sería desfavorable para organismos de reproducción sexual que viven en un entorno cambiante, ya que el resultado sería la pérdida de variación genética, y en consecuencia la pérdida de flexibilidad en la adaptación. Se sigue debatiendo en torno a un «motivo» biológico para la evitación del incesto o bien para el tabú del incesto.
Ahora bien, ¿qué hay de la exogamia? ¿Cómo y por qué desarrollaron los humanos reglas exógamas? Estas reglas son habituales en muchos tipos de sociedades y se supone que fueron muy importantes para el desarrollo de la cultura humana; pero la exogamia del grupo de parentesco no es un universal humano. Otro punto importante, y que se ha subrayado en repetidas ocasiones, es que la exogamia y el tabú del incesto son diferentes, aunque guarden relación. El tabú del incesto tiene que ver con restricciones a las relaciones sexuales, mientras que la exogamia tiene que ver con restricciones al matrimonio.
El tabú del incesto y la exogamia guardan relación en el sentido de que si una sociedad prohibe el sexo entre dos personas, sería bastante estúpido que les permitiera casarse. No así lo contrario. Una sociedad puede prohibir a determinadas personas que se casen pero aun así permitirles que tengan relaciones sexuales.
La exogamia, a diferencia del tabú del incesto, es bastante fácil de explicar: ayuda a promover relaciones pacíficas entre grupos. Vimos que, según la teoría de Fax, los homínidos (o, más bien, los homínidos machos) descubrieron que el poder sobre la asignación de la pareja tenía ventajas políticas, en tanto que al asignar parejas uno podía adquirir útiles parientes políticos. Sólo hay un pequeño paso de aquí a una regla de exogamia que garantizaba que un grupo de gente usaría el matrimonio para establecer vínculos con otros grupos.
Si un grupo prohibe el matrimonio dentro del grupo, se ve obligado a adquirir cónyuges de otros grupos; y cuando esto ocurre, las relaciones armónicas entre los grupos se promueven porque dependen unos de otros para obtener cónyuges. Esta interdependencia fue sin duda importante para los primeros humanos. Un antropólogo del siglo pasado, Edward B. Taylor, lo dijo sucintamente: «una y otra vez en la historia del mundo, las tribus salvajes han debido de enfrentarse a la simple alternativa práctica entre casarse fuera o que los maten fuera».
Los matrimonios, por tanto, se pueden usar para poner freno a hostilidades o, más positivamente, para formar y consolidar alianzas entre grupos. Por supuesto, la paz o las alianzas políticas duraderas a través de matrimonios mixtos no siempre quedan garantizadas (como también muestra la historia europea), pero la regla de la exogamia puede aumentar la posibilidad.
PARENTESCO HUMANO
El mundo de los primates nos ha enseñado que los humanos no son únicos en términos de evitar el incesto o de hacer de los vínculos de parentesco un rasgo central de su conducta social. El parentesco entre primates va mucho más allá de un lazo fuerte y duradero entre madre e hijo. La vida social de muchas especies de primates supone la estructura (si no el concepto) de la descendencia. En otras especies vemos un tipo rudimentario de asignación de la pareja que resulta en asociaciones relativamente duraderas y estables entre machos y hembras adultos. Pero el especial desarrollo de los humanos, según Fox fue combinar la «descendencia» con las «alianzas» entre machos y hembras adultos en un solo sistema. Este sistema de asignación de los machos tuvo como resultado una nueva categoría de parentesco: los parientes políticos. Suponemos que, en un momento dado, la exogamia del grupo de descendencia se hizo significativa y sirvió como mecanismo por el cual los grupos podían interrelacionarse de maneras potencialmente no hostiles.
¿Qué ocurrió después?. La respuesta no es clara, pues no sabemos qué tipos de organización del parentesco tenían los primeros grupos humanos de cazadores recolectores. Diversos autores han intentado mostrar que el modo humano original era la monogamia o la poliginia, o que las primeras sociedades humanas eran matriarcales, patriarcales o igualitarias; pero semejantes teorías se topan con el mismo problema que vimos en el caso de los chimpancés: el de «leer en» los orígenes humanos lo que uno quiere ver. Estudios de cazadores-recolectores modernos muestran variaciones en los sistemas de parentesco. Lo que sí sabemos es que el parentesco humano se hizo extremadamente importante como marco de la estructura social y que pasó a entrelazarse estrechamente con las relaciones económicas, la política y la religión. Con la llegada del pastoreo de ganado y la producción de comida, es probable que el parentesco se volviera aún más complejo, ya que habría sido utilizado para definir derechos sobre nuevos tipos de propiedad productiva y para transmitir esos derechos a las siguientes generaciones. Fue en este punto cuando las «corporaciones de parentesco».
0 comentarios:
Publicar un comentario