Tres periodos: el contexto histórico y el clima socio-político durante los años 1939-1990.
PRIMER PERIODO (1939-1972)
LA GUERRA CIVIL Y EL EXILIO
La tradición antropológica y folklórica desarrollada en España desde la 2ª mitad del S. XIX quedó truncada por la Guerra Civil. Los máximos representantes de esta tradición fueron represaliados u obligados a exiliarse. El régimen franquista no simpatizaba con las ideas ilustradas, evolucionistas y antidogmáticas de los antropólogos y acusaba a los folkloristas de fomentar el separatismo, sobre todo en las nacionalidades históricas con mayor tendencia a afirmar su propia identidad étnica. Los principales autores que hubieran podido mantener la continuidad de las ciencias antropológica y folklórica estaban en el exilio: C. Bernaldo de Quirós, E. Martínez Torner, J. Bal y Gay, P. Bosch i Gimpera, J. Comas, etc...
Caro Baroja describe un panorama desolado en los años 40, donde la Antropología estaba desterrada de la enseñanza universitaria y solo algunos arqueólogos tenían algunas nociones de la materia, casi siempre basadas en tendencias anticuadas (difusionismo), e impulsaron algunas iniciativas museísticas (Museo Nacional de Etnología, Museo de Industrias y Artes populares del Pueblo español, etc..).
Tras la Segunda Guerra Mundial comienzan a llegar antropólogos extranjeros (Pitt-Rivers, Foster) y se produce, durante los años 50, el regreso del exilio de algunos antropólogos (J.M. de Barandiarán, C. Esteva). Julio Caro Baroja desarrolló su obra antropológica fuera de los canales institucionales, mientras que Claudio Esteva, exiliado y formado en Méjico según los parámetros teóricos y metodológicos de la antropología americana, se moverá dentro de éstos y en 1965 funda la Escuela de Estudios Antropológicos (1965-68) en Madrid, que fue la primera institución antropológica española en sentido moderno tras la Guerra Civil.
Según Esteva, el panorama de la Etnología en Madrid a su regreso se caracterizaba por: escasa receptividad universitaria hacia la Antropología Cultural, inexistencia de una comunidad antropológica constituida, escaso relieve de la Etnología en la Universidad, aislamiento disciplinar entre especialidades (antropología física, arqueología, etc..). Esteva pretendía desarrollar un proyecto de Antropología integral, como el que conoció en Méjico, y orientó sus intereses hacia el Americanismo. En 1968 se trasladó a la universidad de Barcelona, dirigiendo el Centro de Etnología Peninsular del CSIC y fundando en 1971 la revista Éthnica, la primera revista especializada de Antropología Cultural de España. En 1972 ganaba la primera cátedra universitaria de AC y dirigía el primer Departamento de Antropología Cultural, reforzando el proceso de institucionalización de la disciplina. Formó a su alrededor un grupo de colaboradores que, junto con los de Madrid y Sevilla, serán los primeros profesionales jóvenes españoles de la Antropología Cultural y Social.
J. Alcina Franch fundó el Seminario de Antropología Americana en la Universidad de Sevilla, donde se realizaron estudios americanistas y también del ámbito andaluz, bajo una metodología y orientación teóricas inspiradas en la tendencia de las áreas culturales de la antropología americana (Steward).
A mediados de los años 60, Carmelo Lisón, formado en Oxford, regresó a la Universidad Complutense de Madrid creando otro núcleo de antropólogos. Otro núcleo se formará en Oviedo alrededor de R. Valdés, que luego se trasladará a la Universidad Autónoma de Barcelona. Estos núcleos formaron los gérmenes de una inicial institucionalización de la disciplina en España.
EL CONTEXTO INTELECTUAL
Es necesario situar el discurso etnológico predominante en los años 50 y 60 en el contexto intelectual global de la universidad española de esa época, es decir, la problemática teórica del primer periodo de la Antropología española debe entenderse en su concreto y específico contexto histórico e ideológico. Esteva en “La Etnología española y sus problemas” (1969) describe algunos problemas de la situación de la Antropología en los años 50-60: dependencia de la Etnología con respecto a la Prehistoria dominada por tendencias como el difusionismo y el paralelismo, desconociendo los enfoques evolucionistas, funcionalistas y estructuralistas; escaso trabajo de campo y ausencia de monografías etnológicas; desviación hacia métodos más descriptivos que analíticos por el autodidactismo dominante; tendencia a la especulación más que a la verificación; falta de dedicación personal plena; escasa financiación de investigaciones; ausencia de revistas especializadas; refugio de los etnólogos en la museografía; ausencia de planes de estudio en los que figurara la disciplina, etc...
Isidoro Moreno en “La investigación antropológica en España” (1975) complementa la visión del contexto de emergencia de la Antropología Cultural en España, centrando la práctica antropológica en una doble dependencia:
En este contexto intelectual y político se desarrollan los tres grandes objetos de estudio predominantes en la primera época de la Antropología Cultural española, desde mediados de los años 50 a mediados de los 60.
A) Monografías o estudios de comunidad.
Julian Pitt-Rivers fue el primer antropólogo extranjero que desarrollo su trabajo de campo en Andalucía, en Grazalema, en la Serranía de Cadiz, entre 1949-1952, dando lugar a su estudio “The People of the Sierra” (Un pueblo de la Sierra: Grazalema) (1954). El autor pretendía estudiar una serie de valores de una comunidad, la relación entre ellos y su influencia en la estructura social del país, bajo la influencia de las ideas funcionalistas de Evans-Pritchard de extender a las sociedades complejas actuales de Europa y el Mediterráneo los métodos y conceptos antropológicos aplicados a las sociedades primitivas. A partir de este trabajo pionero fueron varios los estudios de comunidad que diferentes autores extranjeros, sobre todo anglosajones, y españoles realizaron desde perspectivas diferentes: M. Kenny, C. Lisón, J.Mª. Arguedas, S. Tax Freeman, J. A. Aceves, W.A. Christian, I. Moreno.
Sobre estas monografías , a pesar de los diferentes enfoques seguidos, pueden hacerse una serie de generalizaciones:
Se produce la emergencia de una nueva orientación temática con el campesinado como objeto de estudio, que va a ser desarrollada por varias tradiciones teóricas, unas procedentes del exterior y otras de arraigada tradición interna, y que serán asimiladas por los primeros núcleos profesionales de la Antropología española en un contexto histórico en que constituían temas candentes el trasvase de población del campo a la ciudad y los flujos migratorios masivos.
Históricamente la Antropología Social y Cultural se ha centrado en el estudio de las “sociedades primitivas”, es decir, de los individuos de “otras culturas”. Pero con la emergencia de la antropología española, aunque los intereses teóricos fuesen similares a los de las grandes tradiciones antropológicas de referencia, la norteamericana y la inglesa, el carácter de subdesarrollo disciplinar y la escasez de recursos económicos impedían realizar estudios en los países del Tercer Mundo. Así, mientras los antropólogos de Sevilla y Barcelona conceptualizaban la imagen de la alteridad en las capas campesinas de la población, el núcleo de investigadores de Madrid, impulsado por C. Lisón, centraba su interés en los “pueblos marginados” de España, concebidos como los “primitivos” por excelencia para ser objeto de estudio. C. Lisón en “Sobre áreas culturales en España” (1073) planteó los objetivos metodológicos de esta opción: desterrar la identificación entre región y homogeneidad cultural y probar que a un modo característico de vida corresponden modos de obrar y de ser bien definidos, resultando en la cultura del grupo. A partir de estas ideas un grupo de investigadores relacionados con Lisón comenzaron una serie de investigaciones, con trabajo de campo, sobre diferentes “pueblos marginados” de España entre 1968 y 1970: los vaqueiros (M. Cátedra), los gitanos (T. San Román), los pasiegos (S. Tax Freeman), los agotes (A. Marquina), los maragatos (A. Melis), etc...
SEGUNDO PERIODO (1973-1977)
LA PRIMERA REUNIÓN DE ANTROPÓLOGOS ESPAÑOLES
En 1973 A. Jiménez Núñez, de la Universidad de Sevilla, convocó la Primera Reunión de Antropólogos Españoles en Sevilla, cuyos actas se publicaron en 1975, con el objetivo de discutir la problemática actual de la disciplina entre todos los investigadores y docentes relacionados con la Antropología. En sus conclusiones se diseñaron las estrategias para reforzar la débil institucionalización de la Antropología Cultural española. También tuvo gran relevancia la discusión y el debate sobre cuestiones teórico-metodológicas, criticándose la unidad de análisis tradicional (la comunidad) por homogeneizar y reducir las diferencias culturales y planteándose otras cuestiones sobre los criterios para elegir la unidad de investigación adecuada, la relación entre comunidad y cultura, el umbral mínimo de significación cultural o la significatividad de la territorialidad o del estudio de las clases sociales, o la mayor importancia de los estudios diacrónicos o de los sincrónicos.
ANTROPOLOGÍA CULTURAL VERSUS ANTROPOLOGÍA SOCIAL
En 1974 se celebró la Segunda Reunión de Antropólogos Españoles en Segovia. Se produce un cisma entre una concepción unitaria, integradora e interdisciplinar de la Antropología, defendida en esta Reunión (ponencias de A. Biológica, Arqueología, Etnología y Antropología, Etnología y Lingüística, Emigración en España), frente a una concepción más restrictiva y corporativista, defendida por C. Lisón en varios Simposia convocados por él (1976). Este cisma se puso de relieve en el I Congreso Español de Antropología, celebrado en Barcelona en 1977, donde a pesar de intentar mantener el proyecto de una Antropología unitaria (simposia de Etnohistoria, Sociedades campesinas en España, Relaciones interdisciplinares, Antropología Biológica, Hª de la Antropología., Antropología Española contemporánea, etc...), los intercambios científicos entre partidarios de las distintas concepciones fueron mínimos, y a partir de ahí, todos los Congresos estatales posteriores (años 80) fueron convocados exclusivamente por y para antropólogos culturales y sociales.
LA PRODUCCIÓN TEÓRICO-METODOLÓGICA: SEGUNDA SÍNTESIS
El crecimiento económico e industrial de la España de finales de los años 50 y década de los 60 tuvo como consecuencia el “boom” demográfico, que afectó al mundo universitario en los primeros años 70 con el aflujo masivo de nuevas generaciones de estudiantes universitarios. Este crecimiento de la población estudiantil universitaria fue percibido por las autoridades políticas y académicas como algo peligroso y se procedió a la descentralización, creando nuevas universidades (Autónomas de Madrid y Barcelona, UNED) y nuevos centros o delegaciones universitarias en diversas capitales de provincias. Este hecho, junto con la implantación de cursos introductorios de Antropología Cultural en algunos de estos centros, supuso crear un nuevo mercado de lectores potenciales, de ciencias sociales en general, y de Antropología Social y Cultural en particular, comenzando a producirse un desarrollo editorial que satisficiera esas necesidades con la publicación de traducciones de clásicos de la Antropología, manuales y libros introductorios, tanto extranjeros como de autores españoles, compilaciones y antologías de textos, etc... Aparecen obras que introducen nuevas orientaciones teóricas (ecología cultural, estructuralismo francés, marxismo) que van sustituyendo el discurso hegemónico estructural-funcionalista de la época anterior y también obras que reflejan la progresiva delimitación de los campos temáticos que se estaba llevando a cabo en la época: Cultura y Personalidad, Antropología Industrial, Antropología y Educación, Antropología Aplicada, Cultura y Lenguaje, etc...
TERCER PERIODO (1978-1991)
Durante el Tardofranquismo y la Transición, una serie de circunstancias y hechos, tanto académicos y profesionales como contextuales, determinaron el proceso de relativa institucionalización de la disciplina y la aparición de nuevos objetos de estudio que han caracterizado la última década de la Antropología Social y Cultural española.
Entre 1977-78 se habían consolidado núcleos de antropólogos en Cataluña, Madrid, Sevilla, Tenerife, Santiago, San Sebastián y, en menor medida, en Valencia, Salamanca y Murcia.
A partir de 1983, la enseñanza de la Antropología Social y Cultural deja de ser una ampliación curricular de otras carreras para convertirse en una licenciatura, aunque no en todos los centros citados.
Se puede hacer una panorámica global de la época, distinguiendo tres apartados distintos:
1) El movimiento corporativo.
Paralelamente a la institucionalización académica se desarrollaban los primeros esfuerzos corporativos para-universitarios, impulsados por miembros de la segunda generación (profesionales formados en el propio país) y reclamando para la Antropología un mayor protagonismo social del que pueden proporcionar las estructuras académicas. La fundación de institutos de investigación (Instituto Catalán d´Antropología, 1978; Asociación Madrileña de Antropología, 1979; Instituto Aragonés de Antropología, etc...) y revistas profesionales (Quaderns de l´Institut Catalá d´Antropología, Comentaris d´Antropología Cultural, Alcaveras. Revista de Antropología, Temas de Antropología Aragonesa, etc...) sirvió como medio para impulsar la disciplina más allá del marco universitario y enraizarla en le seno de las respectivas Comunidades Autónomas. Tanto las revistas, como la convocatoria de congresos estatales y reuniones profesionales institucionalizadas, como la discusión y negociación de los Planes de estudio de la licenciatura de Antropología Social y Cultural, han sido controladas o impulsadas por miembros del movimiento profesional corporativo, formado mayoritariamente por miembros de la segunda generación, que desde los inicios de los años 80 aparece como el recambio generacional responsable de asegurar la continuidad institucional de la Antropología Social y Cultural en España.
2) La crítica de los objetos de estudio tradicionales.
Los grandes objetos de estudio de la primera época de la Antropología española, principalmente los estudios o monografías de comunidad, comenzaron a ser criticados de forma más o menos contundente y constante en el cambio de década de los 70 a los 80. El ideal metodológico de estos estudios estaba enraizado con las corrientes funcionalistas predominantes en los años 50 y 60 y procedía del ideal de objeto de estudio que defendía Malinowski: la pequeña comunidad homogénea, casi cerrada a influencias externas. Este ideal ya era dudoso con respecto a los llamados “pueblos primitivos”, pero fue aplicado de forma mimética y mecánica a las sociedades complejas, forzando la interpretación y el conocimiento de la totalidad de la cultura de éstas a partir de generalizar y homogeneizar los resultados obtenidos en la comunidad estudiada como único punto de referencia.
Además algunas monografías de comunidad carecían de cualquier teoría explícita, se planteaban de forma ahistórica y era difícil establecer la diferencia entre unidad de análisis y unidad de observación. Por mimetismo con los estudios de sociedades “primitivas”, las comunidades rurales y “tradicionales” que se estudian son presentadas como unidades aisladas y cerradas, enfatizando su autosuficiencia económica y social con un alto nivel de localismo y endogamia, que facilitarían el mantenimiento de las tradiciones. Una vida social autónoma y con apenas mecanismos de relación con el exterior daría como resultado una visión del mundo con valores, comportamientos y un sistema de representaciones de carácter específico y único. Esta extrapolación del ideal metodológico de Malinowski llevará a un replanteamiento crítico, que coincide con la crisis del funcionalismo, y en este contexto los estudios de comunidad dejarán de considerarse como el objetivo último del antropólogo y pasarán a ser un simple procedimiento científico para estudiar la realidad social y cultural. Dichos planteamientos críticos se reflejarán en los artículos de algunos autores aparecidos en los años 80: G. Serrán, J. Frigolé, E. Luque, Comas d´Argemir y Pujadas. Estos últimos autores plantean el tema del control de la investigación y el de la generalización y representatividad de los datos y si cuando se estudian determinados aspectos de una o varias comunidades se hace teniendo en cuenta las variables que proceden de contextos más amplios (comarca, región, Estado) o por el contrario se omite esta necesaria articulación espacial y temporal, presentando modelos atemporales, abstractos y tópicos. Asimismo dividen el panorama de los estudios de comunidad en dos grandes enfoques teóricos de corte funcionalista: el culturalismo y el estructuralismo social; pero teniendo en cuenta otros como el procesual y materialista, el etnohistórico o el empirismo.
El culturalismo es dividido en tres variantes: formalismo, teoría de la aculturación y teoría de la modernización:
En general, los autores revisan el papel que estos estudios atribuyen al factor temporal y a la dimensión histórica en los análisis antropológicos.
3) El contexto político: del Estado centralizado a la España de las Autonomías.
Durante la transición política de la segunda mitad de los 70 las Consejerías de Cultura de los nuevos gobiernos autonómicos comenzaron a interesarse por los temas del folklore regional, la “cultura popular”, etc.. con fines eminentemente políticos, traduciéndose este interés en la proliferación de centros creados y financiados por las administraciones autonómicas, generándose a su vez una avalancha de Congresos, Jornadas, Seminarios, etc.. sobre etnografía, folklore, cultura tradicional y popular, etc...
En todos los casos son las comunidades autónomas, como entes políticos y territoriales, las que se convierten en objeto de estudio prioritario y las investigaciones se centran en problemas derivados de las propias peculiaridades y especificidades culturales en su sentido restringido. Esto se traduce en el protagonismo absoluto de las regiones como objeto de estudio, a las que se autoasimilan los gobiernos autónomos en un proceso de autoglorificación evidente en el discurso político, donde se refleja, el contexto político de las respectivas reivindicaciones regionales y nacionales.
En todos los casos los objetivos y fines son similares: se trata de descubrir, perfilar, reforzar o inventar las bases de las diferencias y peculiaridades propias, las raíces colectivas, los modos de ser y vivir, los rasgos culturales diferenciados, la personalidad idiosincrática, que, real o supuestamente, caracterizan a cada Comunidad Autónoma; se trata de construir unos sistemas simbólicos capaces de afianzar o generar las lealtades patriótico-políticas de las propias Comunidades Autónomas, algunas tan recientes que carecen de conciencia diferencial. La utilización y, en ciertos casos, manipulación de la cultura tradicional y popular para conseguir estos objetivos es similar a la utilización y manipulación del folklore por parte de los nacionalismos españoles del S. XIX (sobre todo en Cataluña, País Vasco y Galicia).
LOS NUEVOS OBJETOS DE ESTUDIO EN LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ESPAÑOLA
En 1977, tras el primer Congreso unitario de antropólogos españoles, celebrado en Barcelona, se integraban bajo la órbita de la Antropología Cultural, prehistoriadores, arqueólogos, antropólogos físicos y biológicos, etnohistoriadores, etc.
- En los primeros años de los 70, se produjo una fuerte implantación de la Antropología en las Universidades.
- Aparece un movimiento corporativo que cristaliza en la fundación de asociaciones de Antropología regionales, con un alto grado de conciencia profesional y corporativa, con deseos de impulsar la disciplina.
- Durante el período 65-78, destacan 3 grandes temas de estudio:
- El contexto político de la transición y la aparición de nuevas elites políticas autonómicas, implicó un intento de “folklorización” de la Antropología.
A) Las historias del folklore y de la antropología.
A medida que los diversos colectivos de antropólogos se iban asentando en las comunidades autonómicas se generaba una nueva necesidad: la de buscar las propias raíces históricas en una tradición distinta a la del modelo clásico. De esta forma, los antropólogos y los folkloristas decimonónicos pasaron a ocupar el papel de ancestros y precursores y comenzaron a ser percibidos como legitimadores históricos de la propia práctica profesional, en los contextos autonómicos respectivos influidos por motivaciones profesionales, corporativas y políticas del contexto de inicios de los años 80.
La norma habitual fue la búsqueda de objetos de estudio en el seno de la propia sociedad y de ahí el interés por el campesinado de los primeros grupos de antropólogos periféricos (y no en las sociedades “exóticas” que eran los modelos clásicos)..
Y fue en este contexto cuando se produjo el descubrimiento de la existencia de unas sólidas tradiciones folklóricas que se habían desarrollado a partir de la segunda mitad del siglo XIX en las respectivas comunidades autonómicas. Estas tradiciones presentaban una doble ventaja: la desviación hacia temáticas primitivistas y ruralizantes, ya compartidas por muchos profesionales de la época; y conectar con el deseo de crear “Antropologías regionales” dentro del trasfondo político regionalista y nacionalista. Así pues, la reivindicación de los folkloristas como ancestros y precursores cumplía una serie de objetivos:
B) Los estudios de «cultura popular».
A pesar de que en los primeros años ochenta existía un interés por parte de algunos grupos periféricos de aproximar, los contenidos e intenciones del folklore con los de la Antropología social, en general, a los antropólogos les desagradaba la identificación que se hacía de una parcela de sus investigaciones con las que muchos años antes habían realizado los folkloristas clásicos. La convicción de que el antropólogo era más «científico» que el folklorista era asumida mayoritariamente, se veía la necesidad de marcar las distancias con el «amateurismo».
En este contexto irrumpe el nuevo concepto de «Cultura popular». Las razones que explicarían su éxito inicial cabe citar las siguientes:
La proliferación de centros y eventos creados y organizados por las administraciones autonómicas fue espectacular durante la última década. A su vez, este proceso generó un auténtico alud de Congresos, Jornadas, Encuentros, sobre etnografía, folklore, cultura tradicional, cultura popular, etc., que en apariencia están dominados por un interés común: el de centrarse en y sobre las propias peculiaridades y especificidades regionales y culturales. La intencionalidad política lleva a considerar el folklore, la etnografía, la etnología y la antropología como disciplinas que deben proporcionar las “bases científicas” que demuestren la existencia de una conciencia colectiva regional, muchas veces inexistente por lo artificial de las demarcaciones territoriales creadas o por su reciente fundación.
C) El estudio de las fiestas, los rituales y la «religiosidad popular».
Fiestas, rituales festivos y manifestaciones religiosas, como síndrome simbólico de primer orden, eran influidos por las poderosas razones ambientales que, en opinión del autor (Joan Prat) influyeron en la emergencia de este objeto de estudio. Tras el franquismo, durante el Tardofranquismo y la Transición, la fiesta era vista y percibida como sinónimo de libertad, y en este contexto de efervescencia política, los ayuntamientos, las asociaciones, los partidos políticos, y otras instituciones, desarrollaron una febril actividad de recuperación o reforzamiento de antiguas fiestas o sencillamente crearon otras nuevas, produciéndose una proliferación de estos estudios hacia 1979-80.
La segunda fase del proceso consistió en la progresiva asimilación y equiparación de determinadas fiestas, con los fenómenos de las identidades nacionales, regionales o locales que irrumpían con fuerza en los inicios del proceso democratizador. Por ejemplo, la Semana Santa andaluza se teñían de las esencias del andalucismo; los Carnavales de Tenerife se convertían en tinerfeñismo, las fiestas de Moros y Cristianos eran percibidas como valencianismo, la Rapa das Bestas de Galicia adquiría un halo de celtismo y galleguismo...
La conjunción de intereses antropológicos, sociales y políticos fue, en opinión del autor, lo que desencadenó la proliferación de libros, seminarios, simposios y coloquios sobre las fiestas. Asimismo, y de forma más o menos complementaria, se desarrollaba el interés hacia los fenómenos de la «religiosidad popular» (santuarios, romerías, exvotos, hermandades).
D) Los estudios sobre la identidad.
El tema de las identidades locales, regionales, nacionales y étnicas es uno de los ejes principales de reflexión de la Antropología Social y Cultural española de la última década.
Algunas de las estrategias que han desarrollado los diversos grupos de antropólogos españoles interesados por el tema de las identidades, son:
El concepto de etnicidad se presenta con dos acepciones:
Se llega así a las tres orientaciones que, según Prat resultan más significativas, y son:
A partir de 1980, comienzan a aparecer una serie de trabajos en los que se aborda la problemática planteada por otros grupos: drogodependientes, población carcelaria, homosexuales, prostitutas... y en formas de marginación, más masivas y por ello quizás menos evidentes, como son las que afectan a los ancianos y a los jóvenes.
PRIMER PERIODO (1939-1972)
LA GUERRA CIVIL Y EL EXILIO
La tradición antropológica y folklórica desarrollada en España desde la 2ª mitad del S. XIX quedó truncada por la Guerra Civil. Los máximos representantes de esta tradición fueron represaliados u obligados a exiliarse. El régimen franquista no simpatizaba con las ideas ilustradas, evolucionistas y antidogmáticas de los antropólogos y acusaba a los folkloristas de fomentar el separatismo, sobre todo en las nacionalidades históricas con mayor tendencia a afirmar su propia identidad étnica. Los principales autores que hubieran podido mantener la continuidad de las ciencias antropológica y folklórica estaban en el exilio: C. Bernaldo de Quirós, E. Martínez Torner, J. Bal y Gay, P. Bosch i Gimpera, J. Comas, etc...
Caro Baroja describe un panorama desolado en los años 40, donde la Antropología estaba desterrada de la enseñanza universitaria y solo algunos arqueólogos tenían algunas nociones de la materia, casi siempre basadas en tendencias anticuadas (difusionismo), e impulsaron algunas iniciativas museísticas (Museo Nacional de Etnología, Museo de Industrias y Artes populares del Pueblo español, etc..).
Tras la Segunda Guerra Mundial comienzan a llegar antropólogos extranjeros (Pitt-Rivers, Foster) y se produce, durante los años 50, el regreso del exilio de algunos antropólogos (J.M. de Barandiarán, C. Esteva). Julio Caro Baroja desarrolló su obra antropológica fuera de los canales institucionales, mientras que Claudio Esteva, exiliado y formado en Méjico según los parámetros teóricos y metodológicos de la antropología americana, se moverá dentro de éstos y en 1965 funda la Escuela de Estudios Antropológicos (1965-68) en Madrid, que fue la primera institución antropológica española en sentido moderno tras la Guerra Civil.
Según Esteva, el panorama de la Etnología en Madrid a su regreso se caracterizaba por: escasa receptividad universitaria hacia la Antropología Cultural, inexistencia de una comunidad antropológica constituida, escaso relieve de la Etnología en la Universidad, aislamiento disciplinar entre especialidades (antropología física, arqueología, etc..). Esteva pretendía desarrollar un proyecto de Antropología integral, como el que conoció en Méjico, y orientó sus intereses hacia el Americanismo. En 1968 se trasladó a la universidad de Barcelona, dirigiendo el Centro de Etnología Peninsular del CSIC y fundando en 1971 la revista Éthnica, la primera revista especializada de Antropología Cultural de España. En 1972 ganaba la primera cátedra universitaria de AC y dirigía el primer Departamento de Antropología Cultural, reforzando el proceso de institucionalización de la disciplina. Formó a su alrededor un grupo de colaboradores que, junto con los de Madrid y Sevilla, serán los primeros profesionales jóvenes españoles de la Antropología Cultural y Social.
J. Alcina Franch fundó el Seminario de Antropología Americana en la Universidad de Sevilla, donde se realizaron estudios americanistas y también del ámbito andaluz, bajo una metodología y orientación teóricas inspiradas en la tendencia de las áreas culturales de la antropología americana (Steward).
A mediados de los años 60, Carmelo Lisón, formado en Oxford, regresó a la Universidad Complutense de Madrid creando otro núcleo de antropólogos. Otro núcleo se formará en Oviedo alrededor de R. Valdés, que luego se trasladará a la Universidad Autónoma de Barcelona. Estos núcleos formaron los gérmenes de una inicial institucionalización de la disciplina en España.
EL CONTEXTO INTELECTUAL
Es necesario situar el discurso etnológico predominante en los años 50 y 60 en el contexto intelectual global de la universidad española de esa época, es decir, la problemática teórica del primer periodo de la Antropología española debe entenderse en su concreto y específico contexto histórico e ideológico. Esteva en “La Etnología española y sus problemas” (1969) describe algunos problemas de la situación de la Antropología en los años 50-60: dependencia de la Etnología con respecto a la Prehistoria dominada por tendencias como el difusionismo y el paralelismo, desconociendo los enfoques evolucionistas, funcionalistas y estructuralistas; escaso trabajo de campo y ausencia de monografías etnológicas; desviación hacia métodos más descriptivos que analíticos por el autodidactismo dominante; tendencia a la especulación más que a la verificación; falta de dedicación personal plena; escasa financiación de investigaciones; ausencia de revistas especializadas; refugio de los etnólogos en la museografía; ausencia de planes de estudio en los que figurara la disciplina, etc...
Isidoro Moreno en “La investigación antropológica en España” (1975) complementa la visión del contexto de emergencia de la Antropología Cultural en España, centrando la práctica antropológica en una doble dependencia:
- El territorio español utilizado como laboratorio por antropólogos extranjeros que no siempre daban a conocer sus resultados.
- Estos y los españoles manejaban teorías y modelos formulados desde perspectivas muy conservadoras, dentro del contexto anticientífico que supuso el régimen franquista, con el rechazo de la teoría evolucionista, del materialismo cultural o del psicoanálisis y la desconfianza hacia la Antropología y la Sociología, estando dominado por un culturalismo acientífico y escapista de falseadora “neutralidad”. Las propias estructuras académicas, de carácter burocrático, autoritario y arcaico, tendían a debilitar la carga crítica que la A pudiera generar, dominando los estudios faltos de planteamiento teórico o basados en perspectivas lineales y microsociales.
En este contexto intelectual y político se desarrollan los tres grandes objetos de estudio predominantes en la primera época de la Antropología Cultural española, desde mediados de los años 50 a mediados de los 60.
A) Monografías o estudios de comunidad.
Julian Pitt-Rivers fue el primer antropólogo extranjero que desarrollo su trabajo de campo en Andalucía, en Grazalema, en la Serranía de Cadiz, entre 1949-1952, dando lugar a su estudio “The People of the Sierra” (Un pueblo de la Sierra: Grazalema) (1954). El autor pretendía estudiar una serie de valores de una comunidad, la relación entre ellos y su influencia en la estructura social del país, bajo la influencia de las ideas funcionalistas de Evans-Pritchard de extender a las sociedades complejas actuales de Europa y el Mediterráneo los métodos y conceptos antropológicos aplicados a las sociedades primitivas. A partir de este trabajo pionero fueron varios los estudios de comunidad que diferentes autores extranjeros, sobre todo anglosajones, y españoles realizaron desde perspectivas diferentes: M. Kenny, C. Lisón, J.Mª. Arguedas, S. Tax Freeman, J. A. Aceves, W.A. Christian, I. Moreno.
Sobre estas monografías , a pesar de los diferentes enfoques seguidos, pueden hacerse una serie de generalizaciones:
- Razones o motivaciones personales e individuales: Resalta la diversidad geográfica de las regiones seleccionadas para los análisis (Andalucía, Castilla la Vieja, Aragón, País Vasco, Galicia, Cataluña). Los autores no explicitan los motivos por los cuales eligieron sus unidades de análisis. El único que se plantea el problema metodológico de la elección de comunidad a analizar es Isidoro Moreno. Parece clara una arbitrariedad inicial en la elección de los objetos de estudio.
- Razones profesionales y pragmáticas: Todos los estudios fueron trabajos académicos con los que sus autores alcanzaron el grado de doctor en sus respectivas universidades. Esto explica que sean estudios de iniciación a la investigación y no obras maduras de sus autores, también explica la falta de originalidad técnica, metodológica y teórica por ser trabajos dirigidos por el establishment académico, que siguen las normas hegemónicas de la época, eligiendo pequeñas comunidades rurales, aisladas y mal comunicadas, con supuesta o real orientación a la autosuficiencia, como unidad de investigación más controlable en todas sus variables internas que otras unidades más extensas o complejas. Esto también favorecía la tendencia de todos estos estudios hacia los tópicos de la vida tradicional y el “primitivismo”, buscando survivals o “supervivencias” en los diversos aspectos sociales, económicos, políticos, tecnológicos o culturales de estas comunidades (vida comunal o igualitaria, sistemas de valores, etc..), precisamente cuando estos tipos de organización social están en plena crisis de identidad y continuidad. Sobre todo, la temática de estos estudios fue centrarse en el sistema de valores tradicionales de estas comunidades españolas (honra, religiosidad, solidaridad comunitaria). Otros dos aspectos importantes son :
- El grado de representatividad que los autores atribuyen a sus investigaciones. De forma mayoritaria los autores niegan la representatividad o la posible generalización de los resultados de sus investigaciones, siguiendo las tendencias empiristas, particularistas e inductivistas dominantes en la época, y manifestando también, cierta inseguridad debida al carácter de iniciación que tuvieron estas investigaciones (precariedad de recursos, falta de experiencia, débil formación intelectual).
- La costumbre de utilizar un pseudónimo para disimular la auténtica identidad de las comunidades estudiadas. La razón confesada por los autores es la de preservar la identidad y la confianza recibidas por parte de los informantes, pero también podría deberse a un mecanismo de defensa por el cual, manteniendo cierto secreto sobre su trabajo de campo, evitar ciertas críticas sobre sus insuficiencias, dentro del carácter de investigaciones noveles ya dicho.
- Diversidad de estrategias metodológicas: Es más importante que lo anterior conocer los marcos o modelos teóricos que implícita o explícitamente subyacen en este corpus de investigaciones y que hacen que algunos de estos trabajos sean muy conocidos y citados, mientras que otros, sin embargo, hayan pasado desapercibidos, independientemente de su calidad científica.
- Ambiente intelectual del contexto: Lo anterior esta relacionado con las coordenadas históricas hegemónicas y las pautas disciplinares que predominaban en aquel momento. La mayoría de las monografías sobre comunidades del periodo trataban sobre Europa, pero centrándose en los países y áreas marginales y subdesarrolladas de ésta (llamadas eufemísticamente “el Mediterráneo” y que incluye, el Sur de Francia y de Italia, Grecia, Turquía, Portugal, Yugoslavia y España), muy distintas de la Europa o Norteamérica cultas y desarrolladas de donde procedían la mayoría de los investigadores. Esta área “mediterránea” se convirtió en el área de estudio privilegiada de la antropología de la época de la mano de algunos antropólogos anglosajones.
Se produce la emergencia de una nueva orientación temática con el campesinado como objeto de estudio, que va a ser desarrollada por varias tradiciones teóricas, unas procedentes del exterior y otras de arraigada tradición interna, y que serán asimiladas por los primeros núcleos profesionales de la Antropología española en un contexto histórico en que constituían temas candentes el trasvase de población del campo a la ciudad y los flujos migratorios masivos.
- Tradición exterior. La primera construcción teórica sobre el campesinado se debe a Thomas y Znanieki (1918-1920), concediendo importancia a la familia campesina y a las relaciones sociales en el circulo de la comunidad. Chayanov (1922-1923) en otro estudio pionero se centra en el comportamiento económico del campesinado no incluible en los postulados de la economía capitalista, por su carácter familiar y de subsistencia. Redfield, perteneciendo a la tradición antropológica americana, hace hincapié en que el análisis de las culturas campesinas debe hacerse teniendo en cuenta su dependencia respecto de la sociedad global de la que forman parte históricamente. Por ultimo, Wolf (1966) propone estudiar el nivel de explotación de las clases campesinas y su sistema de relaciones con el mundo exterior.
- Tradición interna. Joaquín Costa fue el pionero de la investigación sociológica agraria junto con, en menor medida, J. Díaz del Moral y junto con una serie de seguidores que escribían su obra desde los contextos regeneracionistas y nacionalistas periféricos ( S. Aznar, C. Bernalde de Quirós, B. Infante, etc...). Esta tradición, comprometida con las reivindicaciones históricas campesinas, fue cortada por la llegada del franquismo. Desde la postguerra se instauró una tradición académica agraria de ideología nacional-católica y cuya excepción fue la obra de Caro Baroja. A mediados de los años 60 surge la renovación teórica de la sociología rural.
- Personales. La insuficiente formación académica de aquellos antropólogos llevó a preferir el estudio de los campesinos como algo más vago e indefinido que el estudio más concreto y sistematizado de una comunidad, que supone además problemas económicos, personales, laborales y docentes para los investigadores. Además, este nuevo objeto de estudio podía enfrentarse desde perspectivas interdisciplinares, pues investigadores de diferentes campos estaban interesados en él (sociología, demógrafos, economistas, historiadores agrarios, etc...). También este tipo de estudio entroncaba con una rica tradición jurídica, folklórica y literaria. Por otra parte, el discurso antropológico norteamericano, el más influyente en aquel momento, estaba planteando un debate teórico sobre el campesinado.
- Presión ambiental y contextual. Hay que tener en cuenta que hasta mediados de los años 50, España era un país fundamentalmente agrario, con una alta y densa población campesina y rural. Entre 1950 y 1975 se produce en España el proceso de reorganización y modernización general de la agricultura, en el sentido de una economía de mercado capitalista, con una serie de problemas y traumas estructurales profundos: emigración masiva interior y exterior, explotación del subproletariado urbano, despoblación de áreas rurales, envejecimiento de la población rural, conflictividad social en el campo, etc... Este proceso de transformación, entre los años 50 y los 70, era el “gran problema” que tenía planteado la sociedad española y no era solo un tema de análisis neutro para el científico social de la época.
- Ideológicas. El estudio del campesinado tenía un “halo intelectual” más “progresista”, desde una perspectiva política e ideológica, que los estudios de comunidad, que solían estar enfocados desde perspectivas más conservadoras y escasamente críticas. Todo esto se producía en un contexto de politización generalizada de la Universidad, de simpatía, e incluso de militancia, hacia los partidos de izquierda clandestinos, por parte de los antropólogos de Barcelona, donde, en los debates antropológicos internos, predominaba la terminología marxista y planteamientos teóricos materialistas impensables en las aulas.
Históricamente la Antropología Social y Cultural se ha centrado en el estudio de las “sociedades primitivas”, es decir, de los individuos de “otras culturas”. Pero con la emergencia de la antropología española, aunque los intereses teóricos fuesen similares a los de las grandes tradiciones antropológicas de referencia, la norteamericana y la inglesa, el carácter de subdesarrollo disciplinar y la escasez de recursos económicos impedían realizar estudios en los países del Tercer Mundo. Así, mientras los antropólogos de Sevilla y Barcelona conceptualizaban la imagen de la alteridad en las capas campesinas de la población, el núcleo de investigadores de Madrid, impulsado por C. Lisón, centraba su interés en los “pueblos marginados” de España, concebidos como los “primitivos” por excelencia para ser objeto de estudio. C. Lisón en “Sobre áreas culturales en España” (1073) planteó los objetivos metodológicos de esta opción: desterrar la identificación entre región y homogeneidad cultural y probar que a un modo característico de vida corresponden modos de obrar y de ser bien definidos, resultando en la cultura del grupo. A partir de estas ideas un grupo de investigadores relacionados con Lisón comenzaron una serie de investigaciones, con trabajo de campo, sobre diferentes “pueblos marginados” de España entre 1968 y 1970: los vaqueiros (M. Cátedra), los gitanos (T. San Román), los pasiegos (S. Tax Freeman), los agotes (A. Marquina), los maragatos (A. Melis), etc...
SEGUNDO PERIODO (1973-1977)
LA PRIMERA REUNIÓN DE ANTROPÓLOGOS ESPAÑOLES
En 1973 A. Jiménez Núñez, de la Universidad de Sevilla, convocó la Primera Reunión de Antropólogos Españoles en Sevilla, cuyos actas se publicaron en 1975, con el objetivo de discutir la problemática actual de la disciplina entre todos los investigadores y docentes relacionados con la Antropología. En sus conclusiones se diseñaron las estrategias para reforzar la débil institucionalización de la Antropología Cultural española. También tuvo gran relevancia la discusión y el debate sobre cuestiones teórico-metodológicas, criticándose la unidad de análisis tradicional (la comunidad) por homogeneizar y reducir las diferencias culturales y planteándose otras cuestiones sobre los criterios para elegir la unidad de investigación adecuada, la relación entre comunidad y cultura, el umbral mínimo de significación cultural o la significatividad de la territorialidad o del estudio de las clases sociales, o la mayor importancia de los estudios diacrónicos o de los sincrónicos.
ANTROPOLOGÍA CULTURAL VERSUS ANTROPOLOGÍA SOCIAL
En 1974 se celebró la Segunda Reunión de Antropólogos Españoles en Segovia. Se produce un cisma entre una concepción unitaria, integradora e interdisciplinar de la Antropología, defendida en esta Reunión (ponencias de A. Biológica, Arqueología, Etnología y Antropología, Etnología y Lingüística, Emigración en España), frente a una concepción más restrictiva y corporativista, defendida por C. Lisón en varios Simposia convocados por él (1976). Este cisma se puso de relieve en el I Congreso Español de Antropología, celebrado en Barcelona en 1977, donde a pesar de intentar mantener el proyecto de una Antropología unitaria (simposia de Etnohistoria, Sociedades campesinas en España, Relaciones interdisciplinares, Antropología Biológica, Hª de la Antropología., Antropología Española contemporánea, etc...), los intercambios científicos entre partidarios de las distintas concepciones fueron mínimos, y a partir de ahí, todos los Congresos estatales posteriores (años 80) fueron convocados exclusivamente por y para antropólogos culturales y sociales.
LA PRODUCCIÓN TEÓRICO-METODOLÓGICA: SEGUNDA SÍNTESIS
El crecimiento económico e industrial de la España de finales de los años 50 y década de los 60 tuvo como consecuencia el “boom” demográfico, que afectó al mundo universitario en los primeros años 70 con el aflujo masivo de nuevas generaciones de estudiantes universitarios. Este crecimiento de la población estudiantil universitaria fue percibido por las autoridades políticas y académicas como algo peligroso y se procedió a la descentralización, creando nuevas universidades (Autónomas de Madrid y Barcelona, UNED) y nuevos centros o delegaciones universitarias en diversas capitales de provincias. Este hecho, junto con la implantación de cursos introductorios de Antropología Cultural en algunos de estos centros, supuso crear un nuevo mercado de lectores potenciales, de ciencias sociales en general, y de Antropología Social y Cultural en particular, comenzando a producirse un desarrollo editorial que satisficiera esas necesidades con la publicación de traducciones de clásicos de la Antropología, manuales y libros introductorios, tanto extranjeros como de autores españoles, compilaciones y antologías de textos, etc... Aparecen obras que introducen nuevas orientaciones teóricas (ecología cultural, estructuralismo francés, marxismo) que van sustituyendo el discurso hegemónico estructural-funcionalista de la época anterior y también obras que reflejan la progresiva delimitación de los campos temáticos que se estaba llevando a cabo en la época: Cultura y Personalidad, Antropología Industrial, Antropología y Educación, Antropología Aplicada, Cultura y Lenguaje, etc...
TERCER PERIODO (1978-1991)
Durante el Tardofranquismo y la Transición, una serie de circunstancias y hechos, tanto académicos y profesionales como contextuales, determinaron el proceso de relativa institucionalización de la disciplina y la aparición de nuevos objetos de estudio que han caracterizado la última década de la Antropología Social y Cultural española.
Entre 1977-78 se habían consolidado núcleos de antropólogos en Cataluña, Madrid, Sevilla, Tenerife, Santiago, San Sebastián y, en menor medida, en Valencia, Salamanca y Murcia.
A partir de 1983, la enseñanza de la Antropología Social y Cultural deja de ser una ampliación curricular de otras carreras para convertirse en una licenciatura, aunque no en todos los centros citados.
Se puede hacer una panorámica global de la época, distinguiendo tres apartados distintos:
- El movimiento corporativo.
- La crítica a los objetos de estudio tradicionales.
- El contexto político: del Estado centralizado a la España de las Autonomías.
1) El movimiento corporativo.
Paralelamente a la institucionalización académica se desarrollaban los primeros esfuerzos corporativos para-universitarios, impulsados por miembros de la segunda generación (profesionales formados en el propio país) y reclamando para la Antropología un mayor protagonismo social del que pueden proporcionar las estructuras académicas. La fundación de institutos de investigación (Instituto Catalán d´Antropología, 1978; Asociación Madrileña de Antropología, 1979; Instituto Aragonés de Antropología, etc...) y revistas profesionales (Quaderns de l´Institut Catalá d´Antropología, Comentaris d´Antropología Cultural, Alcaveras. Revista de Antropología, Temas de Antropología Aragonesa, etc...) sirvió como medio para impulsar la disciplina más allá del marco universitario y enraizarla en le seno de las respectivas Comunidades Autónomas. Tanto las revistas, como la convocatoria de congresos estatales y reuniones profesionales institucionalizadas, como la discusión y negociación de los Planes de estudio de la licenciatura de Antropología Social y Cultural, han sido controladas o impulsadas por miembros del movimiento profesional corporativo, formado mayoritariamente por miembros de la segunda generación, que desde los inicios de los años 80 aparece como el recambio generacional responsable de asegurar la continuidad institucional de la Antropología Social y Cultural en España.
2) La crítica de los objetos de estudio tradicionales.
Los grandes objetos de estudio de la primera época de la Antropología española, principalmente los estudios o monografías de comunidad, comenzaron a ser criticados de forma más o menos contundente y constante en el cambio de década de los 70 a los 80. El ideal metodológico de estos estudios estaba enraizado con las corrientes funcionalistas predominantes en los años 50 y 60 y procedía del ideal de objeto de estudio que defendía Malinowski: la pequeña comunidad homogénea, casi cerrada a influencias externas. Este ideal ya era dudoso con respecto a los llamados “pueblos primitivos”, pero fue aplicado de forma mimética y mecánica a las sociedades complejas, forzando la interpretación y el conocimiento de la totalidad de la cultura de éstas a partir de generalizar y homogeneizar los resultados obtenidos en la comunidad estudiada como único punto de referencia.
Además algunas monografías de comunidad carecían de cualquier teoría explícita, se planteaban de forma ahistórica y era difícil establecer la diferencia entre unidad de análisis y unidad de observación. Por mimetismo con los estudios de sociedades “primitivas”, las comunidades rurales y “tradicionales” que se estudian son presentadas como unidades aisladas y cerradas, enfatizando su autosuficiencia económica y social con un alto nivel de localismo y endogamia, que facilitarían el mantenimiento de las tradiciones. Una vida social autónoma y con apenas mecanismos de relación con el exterior daría como resultado una visión del mundo con valores, comportamientos y un sistema de representaciones de carácter específico y único. Esta extrapolación del ideal metodológico de Malinowski llevará a un replanteamiento crítico, que coincide con la crisis del funcionalismo, y en este contexto los estudios de comunidad dejarán de considerarse como el objetivo último del antropólogo y pasarán a ser un simple procedimiento científico para estudiar la realidad social y cultural. Dichos planteamientos críticos se reflejarán en los artículos de algunos autores aparecidos en los años 80: G. Serrán, J. Frigolé, E. Luque, Comas d´Argemir y Pujadas. Estos últimos autores plantean el tema del control de la investigación y el de la generalización y representatividad de los datos y si cuando se estudian determinados aspectos de una o varias comunidades se hace teniendo en cuenta las variables que proceden de contextos más amplios (comarca, región, Estado) o por el contrario se omite esta necesaria articulación espacial y temporal, presentando modelos atemporales, abstractos y tópicos. Asimismo dividen el panorama de los estudios de comunidad en dos grandes enfoques teóricos de corte funcionalista: el culturalismo y el estructuralismo social; pero teniendo en cuenta otros como el procesual y materialista, el etnohistórico o el empirismo.
El culturalismo es dividido en tres variantes: formalismo, teoría de la aculturación y teoría de la modernización:
- El formalismo centra su objetivo en la identificación y delimitación de rasgos culturales que supuestamente caracterizan a una sociedad determinada.
- La teoría de la aculturación analiza los cambios registrados en el sistema de valores, el comportamiento y la estructura de la personalidad de los individuos sometidos a un proceso de urbanización.
- La teoría de la modernización tiene un carácter más globalizador y no solo se interesa por los cambios de personalidad, sino por todos los cambios en los diversos niveles de la vida social.
En general, los autores revisan el papel que estos estudios atribuyen al factor temporal y a la dimensión histórica en los análisis antropológicos.
3) El contexto político: del Estado centralizado a la España de las Autonomías.
Durante la transición política de la segunda mitad de los 70 las Consejerías de Cultura de los nuevos gobiernos autonómicos comenzaron a interesarse por los temas del folklore regional, la “cultura popular”, etc.. con fines eminentemente políticos, traduciéndose este interés en la proliferación de centros creados y financiados por las administraciones autonómicas, generándose a su vez una avalancha de Congresos, Jornadas, Seminarios, etc.. sobre etnografía, folklore, cultura tradicional y popular, etc...
En todos los casos son las comunidades autónomas, como entes políticos y territoriales, las que se convierten en objeto de estudio prioritario y las investigaciones se centran en problemas derivados de las propias peculiaridades y especificidades culturales en su sentido restringido. Esto se traduce en el protagonismo absoluto de las regiones como objeto de estudio, a las que se autoasimilan los gobiernos autónomos en un proceso de autoglorificación evidente en el discurso político, donde se refleja, el contexto político de las respectivas reivindicaciones regionales y nacionales.
En todos los casos los objetivos y fines son similares: se trata de descubrir, perfilar, reforzar o inventar las bases de las diferencias y peculiaridades propias, las raíces colectivas, los modos de ser y vivir, los rasgos culturales diferenciados, la personalidad idiosincrática, que, real o supuestamente, caracterizan a cada Comunidad Autónoma; se trata de construir unos sistemas simbólicos capaces de afianzar o generar las lealtades patriótico-políticas de las propias Comunidades Autónomas, algunas tan recientes que carecen de conciencia diferencial. La utilización y, en ciertos casos, manipulación de la cultura tradicional y popular para conseguir estos objetivos es similar a la utilización y manipulación del folklore por parte de los nacionalismos españoles del S. XIX (sobre todo en Cataluña, País Vasco y Galicia).
LOS NUEVOS OBJETOS DE ESTUDIO EN LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ESPAÑOLA
En 1977, tras el primer Congreso unitario de antropólogos españoles, celebrado en Barcelona, se integraban bajo la órbita de la Antropología Cultural, prehistoriadores, arqueólogos, antropólogos físicos y biológicos, etnohistoriadores, etc.
- En los primeros años de los 70, se produjo una fuerte implantación de la Antropología en las Universidades.
- Aparece un movimiento corporativo que cristaliza en la fundación de asociaciones de Antropología regionales, con un alto grado de conciencia profesional y corporativa, con deseos de impulsar la disciplina.
- Durante el período 65-78, destacan 3 grandes temas de estudio:
- Los estudios de comunidad en su concepción clásica.
- Las investigaciones centradas en la problemática del campesinado.
- Las investigaciones sobre etnias o pueblos marginados del Estado.
- El contexto político de la transición y la aparición de nuevas elites políticas autonómicas, implicó un intento de “folklorización” de la Antropología.
A) Las historias del folklore y de la antropología.
A medida que los diversos colectivos de antropólogos se iban asentando en las comunidades autonómicas se generaba una nueva necesidad: la de buscar las propias raíces históricas en una tradición distinta a la del modelo clásico. De esta forma, los antropólogos y los folkloristas decimonónicos pasaron a ocupar el papel de ancestros y precursores y comenzaron a ser percibidos como legitimadores históricos de la propia práctica profesional, en los contextos autonómicos respectivos influidos por motivaciones profesionales, corporativas y políticas del contexto de inicios de los años 80.
La norma habitual fue la búsqueda de objetos de estudio en el seno de la propia sociedad y de ahí el interés por el campesinado de los primeros grupos de antropólogos periféricos (y no en las sociedades “exóticas” que eran los modelos clásicos)..
Y fue en este contexto cuando se produjo el descubrimiento de la existencia de unas sólidas tradiciones folklóricas que se habían desarrollado a partir de la segunda mitad del siglo XIX en las respectivas comunidades autonómicas. Estas tradiciones presentaban una doble ventaja: la desviación hacia temáticas primitivistas y ruralizantes, ya compartidas por muchos profesionales de la época; y conectar con el deseo de crear “Antropologías regionales” dentro del trasfondo político regionalista y nacionalista. Así pues, la reivindicación de los folkloristas como ancestros y precursores cumplía una serie de objetivos:
- Posibilitar y favorecer el cambio de orientación del modelo exotista al de la Antropología de la propia sociedad,
- penetrar con más fuerza en el tejido social, saliendo del “ghetto” académico y docente.
- posibilitar el acercamiento a las nuevas instancias del poder autonómico que estaban interesados, en los discursos particularistas sobre la propia identidad, característicos del folklore.
B) Los estudios de «cultura popular».
A pesar de que en los primeros años ochenta existía un interés por parte de algunos grupos periféricos de aproximar, los contenidos e intenciones del folklore con los de la Antropología social, en general, a los antropólogos les desagradaba la identificación que se hacía de una parcela de sus investigaciones con las que muchos años antes habían realizado los folkloristas clásicos. La convicción de que el antropólogo era más «científico» que el folklorista era asumida mayoritariamente, se veía la necesidad de marcar las distancias con el «amateurismo».
En este contexto irrumpe el nuevo concepto de «Cultura popular». Las razones que explicarían su éxito inicial cabe citar las siguientes:
- El concepto estaba siendo debatido por los historiadores de las mentalidades franceses, italianos y anglosajones.
- La neutralidad del concepto, menos manipulado y menos añejo que folklore.
- La «cultura popular», a diferencia del folklore, no estaba estigmatizada a nivel académico.
- Además había también otros grupos de especialistas interesados en los estudios de cultura popular: museógrafos etnográficos, estudiosos del arte popular, de la literatura de tradición oral, sociólogos, pedagogos, folkloristas de nuevo cuño, etc. La buena predisposición que manifestaban a trabajar conjuntamente con los antropólogos, alentó la ilusión del trabajo interdisciplinar, aunque los resultados prácticos fueron escasos.
La proliferación de centros y eventos creados y organizados por las administraciones autonómicas fue espectacular durante la última década. A su vez, este proceso generó un auténtico alud de Congresos, Jornadas, Encuentros, sobre etnografía, folklore, cultura tradicional, cultura popular, etc., que en apariencia están dominados por un interés común: el de centrarse en y sobre las propias peculiaridades y especificidades regionales y culturales. La intencionalidad política lleva a considerar el folklore, la etnografía, la etnología y la antropología como disciplinas que deben proporcionar las “bases científicas” que demuestren la existencia de una conciencia colectiva regional, muchas veces inexistente por lo artificial de las demarcaciones territoriales creadas o por su reciente fundación.
C) El estudio de las fiestas, los rituales y la «religiosidad popular».
Fiestas, rituales festivos y manifestaciones religiosas, como síndrome simbólico de primer orden, eran influidos por las poderosas razones ambientales que, en opinión del autor (Joan Prat) influyeron en la emergencia de este objeto de estudio. Tras el franquismo, durante el Tardofranquismo y la Transición, la fiesta era vista y percibida como sinónimo de libertad, y en este contexto de efervescencia política, los ayuntamientos, las asociaciones, los partidos políticos, y otras instituciones, desarrollaron una febril actividad de recuperación o reforzamiento de antiguas fiestas o sencillamente crearon otras nuevas, produciéndose una proliferación de estos estudios hacia 1979-80.
La segunda fase del proceso consistió en la progresiva asimilación y equiparación de determinadas fiestas, con los fenómenos de las identidades nacionales, regionales o locales que irrumpían con fuerza en los inicios del proceso democratizador. Por ejemplo, la Semana Santa andaluza se teñían de las esencias del andalucismo; los Carnavales de Tenerife se convertían en tinerfeñismo, las fiestas de Moros y Cristianos eran percibidas como valencianismo, la Rapa das Bestas de Galicia adquiría un halo de celtismo y galleguismo...
La conjunción de intereses antropológicos, sociales y políticos fue, en opinión del autor, lo que desencadenó la proliferación de libros, seminarios, simposios y coloquios sobre las fiestas. Asimismo, y de forma más o menos complementaria, se desarrollaba el interés hacia los fenómenos de la «religiosidad popular» (santuarios, romerías, exvotos, hermandades).
D) Los estudios sobre la identidad.
El tema de las identidades locales, regionales, nacionales y étnicas es uno de los ejes principales de reflexión de la Antropología Social y Cultural española de la última década.
Algunas de las estrategias que han desarrollado los diversos grupos de antropólogos españoles interesados por el tema de las identidades, son:
- El primer y más antiguo de los grupos se constituyó en 1978 en Madrid, alrededor de la Universidad Complutense y C. Lisón. La identidad es enfocada como un fenómeno cultural que se refleja en una serie de niveles de integración y en ámbitos de interacción que, a su vez, se caracterizan por la existencia de rituales específicos que refuerzan los sentimientos colectivos de dualidad nosotros/ellos. De esta forma las fiestas y romerías, los comportamientos y símbolos de identificación grupales, enfocados desde perspectivas eminentemente émic, constituyen algunos de los rasgos más sobresalientes de este modelo teórico para el análisis de la identidad.
- Un segundo grupo es el que estudia la problemática de la identidad andaluza surgido en Sevilla, coordinado por I. Moreno, que aparte de mirar por la propia historia cultural, sus fiestas y rituales religiosos como integradores de las identidades grupales, realizan análisis del asociacionismo, o de la identidad andaluza en grupos de inmigrados. Además se tratan diversos temas : historia del folklore andaluz como fenómeno cristalizador de una primera conciencia histórica andalucista, interés por la cultura popular andaluza, estudio de fiestas y rituales religiosos populares.
- Nuevamente en Madrid, a partir de 1980, comienzan a publicarse los primeros artículos sobre las identidades locales. En este nuevo enfoque, los sentimientos y concepciones colectivas de pertenencia local y comunitaria, son analizados a través de las manifestaciones sociocéntricas contenidas en los corpus de la literatura oral y popular, de los síndromes festivos, y del papel del territorio en la conceptualización de la identidad.
- El cuarto grupo es el catalán, alrededor de la Universidad de Barcelona y de C. Esteva. A partir de 1977/1978 se desarrollaron algunos intentos de enfocar el tema de la identidad a través del análisis de la historia del folklore, de las fiestas y de la «cultura popular» hasta que, en 1980, un nuevo grupo empezó a estudiar la temática de la etnicidad y el nacionalismo (se prefiere el concepto de etnicidad al de identidad).
- El quinto grupo es el de la Universidad de la Laguna alrededor de A. Galván, centrado en el análisis del «hecho diferencial canario», y como estas peculiaridades son percibidas por los propios habitantes del archipiélago. Sin embargo, a partir de los ochenta, los trabajos se fueron concretando en dos ejes:
- el estudio de las fiestas, como mecanismos generadores de identidad y
- el análisis del discurso antropológico y folklórico canario de los siglos XVIII y XIX, en el que se perfilan las primeras reivindicaciones históricas del “guanchismo” y por consiguiente, también, los fundamentos de la conciencia diferencial colectiva canaria.
- En Euskadi, volvemos a encontrar discursos ideológico-folklóricos sobre las «esencias» peculiares y diferenciales de cada pueblo y la estrategia del estudio de las fiestas como expresiones privilegiadas de la identidad.
El concepto de etnicidad se presenta con dos acepciones:
- Sinónimo de identidad nacional y regional.
- Restringido a grupos colectivos sociales con algún tipo de marginación.
Se llega así a las tres orientaciones que, según Prat resultan más significativas, y son:
- Los estudios sobre minorías étnicas marginadas.
- Los estudios sobre inmigración y suburbialización en algunas grandes ciudades.
- Los estudios sobre segmentos de la población marginados —ancianos y jóvenes— y también sobre las denominadas subculturas de «alto riesgo» (drogodependientes, presos, guetos de homosexuales y víctimas del Sida).
- Sus intereses pioneros por la Antropología aplicada y el trabajo social.
- El haber llevado a la práctica el trabajo interdisciplinar con numerosos profesionales de diversas especialidades.
- La capacidad de la autora de reflexionar teóricamente sobre sus experiencias de campo, lo que ha dado origen a artículos y ensayos que pueden ser considerados como paradigmáticos.
- La segunda línea de investigación es la referida a los inmigrados. Si durante la década de los años setenta los procesos inmigratorios habían sido evaluados a partir de las repercusiones de la inmigración en el contexto del campo español, en los años ochenta, el interés se desplazará hacia los mismos núcleos de población inmigrada que se había instalado en algunas ciudades durante los procesos del desarrollismo y la industrialización.
A partir de 1980, comienzan a aparecer una serie de trabajos en los que se aborda la problemática planteada por otros grupos: drogodependientes, población carcelaria, homosexuales, prostitutas... y en formas de marginación, más masivas y por ello quizás menos evidentes, como son las que afectan a los ancianos y a los jóvenes.
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