El desarrollo tecnológico en el Neolítico fue consecuencia de un proceso continuado en el que a los logros anteriores se sumaron aportaciones diversas, motivadas por la adaptación a las nuevas formas de vida y a los recursos. La siembra, recolección, almacenamiento y molienda exigían un material adecuado, así como la construcción de viviendas sólidas, por lo que el utillaje en madera y piedra evolucionó según las necesidades funcionales, haciéndose más especializado y selectivo. Se generalizó el pulimento de la piedra con materias primas muy seleccionadas por su resistencia, operatividad, carácter ornamental y disponibilidad: hachas, azuelas, piedras de moler, etc. en diferentes materiales, con un buen conocimiento de técnicas de talla y abrasión, así como las posibilidades de talla de las diferentes rocas.
Evolucionó igualmente el vestido y el adorno, con técnicas de cestería y tejido de fibras de origen vegetal y animal. Existen indicios de tejido de lino (El Fayum, V milenio), trenzado de fibras (Cueva de los Murciélagos, Albuñol, Granada) y calzado de esparto (también en Albuñol). Las representaciones en cerámica, los husos, carretes y pesas de telar se generalizan en el Neolítico medio (un buen ejemplo son los lagos suizos). La cestería está documentada desde el Neolítico precerámico en Nea Nicomenda (Grecia).
La cerámica
Es uno de los logros más importantes del Neolítico, que supone la transformación de la materia sólida en sustancia plástica y, tras una cocción, de nuevo en materia sólida. Con ello se consigue la creación de materiales que pueden colocarse al fuego, con propiedades impermeables, gracias al aprovechamiento de las cualidades de plasticidad y resistencia al fuego de las arcillas.
Las aplicaciones fueron múltiples, desde su uso en la fabricación de silos de almacenamiento y construcción de paredes hasta recipientes, otros utensilios de uso doméstico y elementos de adorno.
La cerámica ofrece numerosas variaciones morfológicas, técnicas y decorativas, siendo además frágil y económica. Sus restos han permitido establecer secuencias evolutivas, clasificadas en horizontes o culturas, permitiendo la identificación de grupos concretos.
Los intercambios: el comercio
La realidad arqueológica parece demostrar que estas primeras civilizaciones sedentarias tuvieron un extenso movimiento de intercambios, gracias a la presencia de objetos en poblados que no son de origen local. La sociedad neolítica empezó a demandar determinados bienes, materias primas y diversos objetos. Lo más probable es que se tratara de intercambios reducidos, facilitados por desplazamientos de grupos o individuos, lo que permitiría el trueque entre diferentes comunidades e intercambio de presentes.
En algunas ocasiones sí parece existir auténticas redes de intercambio de determinadas materias primas de alta demanda, incluso a distancias considerables, como en el caso de la obsidiana, roca volcánica muy escasa, procedente de Anatolia, las Cícladas, las Lípari o Cerdeña. Otras rocas basálticas tuvieron distribución más restringida para la fabricación de hachas o recipientes de lujo. Un caso destacado en el Neolítico peninsular avanzado es el uso de adornos de piedra verde (calaita) en sepulcros de fosa en Cataluña, provenientes de la explotación minera de Can Tintoré (Gavá, Barcelona), con pozos y galerías. A estas comunidades, de organización compleja y estable, cabe atribuirles una actividad comercial de bienes de tipo santuario. No sólo revelan una capacidad técnica extraordinaria en los trabajos de obtención de esta minería (túneles mineros hechos con hachas de piedra) sino en la posterior elaboración de collar, resultando piezas sólo comparables a las halladas en los túmulos bretones.
Evolucionó igualmente el vestido y el adorno, con técnicas de cestería y tejido de fibras de origen vegetal y animal. Existen indicios de tejido de lino (El Fayum, V milenio), trenzado de fibras (Cueva de los Murciélagos, Albuñol, Granada) y calzado de esparto (también en Albuñol). Las representaciones en cerámica, los husos, carretes y pesas de telar se generalizan en el Neolítico medio (un buen ejemplo son los lagos suizos). La cestería está documentada desde el Neolítico precerámico en Nea Nicomenda (Grecia).
La cerámica
Es uno de los logros más importantes del Neolítico, que supone la transformación de la materia sólida en sustancia plástica y, tras una cocción, de nuevo en materia sólida. Con ello se consigue la creación de materiales que pueden colocarse al fuego, con propiedades impermeables, gracias al aprovechamiento de las cualidades de plasticidad y resistencia al fuego de las arcillas.
Las aplicaciones fueron múltiples, desde su uso en la fabricación de silos de almacenamiento y construcción de paredes hasta recipientes, otros utensilios de uso doméstico y elementos de adorno.
La cerámica ofrece numerosas variaciones morfológicas, técnicas y decorativas, siendo además frágil y económica. Sus restos han permitido establecer secuencias evolutivas, clasificadas en horizontes o culturas, permitiendo la identificación de grupos concretos.
Los intercambios: el comercio
La realidad arqueológica parece demostrar que estas primeras civilizaciones sedentarias tuvieron un extenso movimiento de intercambios, gracias a la presencia de objetos en poblados que no son de origen local. La sociedad neolítica empezó a demandar determinados bienes, materias primas y diversos objetos. Lo más probable es que se tratara de intercambios reducidos, facilitados por desplazamientos de grupos o individuos, lo que permitiría el trueque entre diferentes comunidades e intercambio de presentes.
En algunas ocasiones sí parece existir auténticas redes de intercambio de determinadas materias primas de alta demanda, incluso a distancias considerables, como en el caso de la obsidiana, roca volcánica muy escasa, procedente de Anatolia, las Cícladas, las Lípari o Cerdeña. Otras rocas basálticas tuvieron distribución más restringida para la fabricación de hachas o recipientes de lujo. Un caso destacado en el Neolítico peninsular avanzado es el uso de adornos de piedra verde (calaita) en sepulcros de fosa en Cataluña, provenientes de la explotación minera de Can Tintoré (Gavá, Barcelona), con pozos y galerías. A estas comunidades, de organización compleja y estable, cabe atribuirles una actividad comercial de bienes de tipo santuario. No sólo revelan una capacidad técnica extraordinaria en los trabajos de obtención de esta minería (túneles mineros hechos con hachas de piedra) sino en la posterior elaboración de collar, resultando piezas sólo comparables a las halladas en los túmulos bretones.