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La Contrareforma

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Se ha entendido tradicionalmente por Contrarreforma aquel conjunto de medidas eclesiásticas y de iniciativas político–religiosas promovidas, en gran parte, por la Iglesia romana para hacer frente a la propagación del protestantismo. El desarrollo de las iniciativas eclesiásticas no anduvieron separadas de tomas de posición políticas, diplomáticas y militares, además de culturales y sociales. Las vicisitudes protestantes ejercieron una influencia decisiva y determinante de esas tomas de posición, que en su conjunto merecen ser llamadas Contrarreforma. Es imposible decir que le habría sucedido al catolicismo si hubiera podido proseguir la obra de reestructuración interna emprendida en el siglo XV y comienzos del XVI sin encontrarse frente a los movimientos protestantes, en cambio, hay que constatar que al catolicismo no le faltaron energías para reaccionar ante el mundo reformado, manifestando una fuerza autónoma y una fisonomía propia, aunque la mayor parte de tales energías se concentraron en luchar contra esa gran adversario.
Hasta comienzos del siglo XVI católico equivalía a cristiano, en las décadas siguiente la situación cambió radicalmente y la Europa que había sido fiel a Roma se encontró dividida en dos auténticos campos contrapuestos. Este fenómeno duró alrededor de un siglo, entre la mitad del XVI y mitad del XVII.
En lo que hizo la Contrarreforma se hace menudo ardua distinción entre las manifestaciones ideológicas y los aspectos religiosos de los diversos fenómenos. El uso ideológico de las doctrinas de naturaleza religiosa se traduce poco a poco en una devaluación de hecho de su valor originario. El primer ejemplo lo aporta el significado del término . En la Europa del siglo XVI todo el mundo se convirtió en hereje a los ojos de quien no era partidario de su confesión, hasta entonces la herejía era error y crimen de unos pocos frente a la verdad compartida por la inmensa mayoría. Aunque no se llegó en todas partes a los extremos de la Inquisición española (que condenó en masa a todos los protestantes de los Países bajos rebeldes),la rabia dogmático constituyó aún un ingrediente muy fuerte en las encarnizadas contiendas del siglo XVI. Cada príncipe intentaba mantener o imponer la unidad religiosa en su estado, pero a veces él mismo no sabía inclinarse claramente por una parte o por otra y si tenía convicciones muy precisas en la materia podía encontrarse frente a unas oposiciones internas difíciles de superar, donde no faltaron ni las ejecuciones capitales ni los asesinatos de los propios soberanos por motivos políticos y religiosos.
En cierta medida, las luchas confesionales hicieron más incierta y lábil la dirección de los asunto públicos. Las luchas contribuyeron a dar más libre curso a los motivos objetivos de descontento y a los conflictos sociales. Cuando había razones económicas o políticas para oponerse a la acción de la monarquía, las ideas de la reforma servían de óptimos pretextos para resistir a su autoridad, desde Francia a Escocia o de Inglaterra a Austria. Los calvinistas formaron un fermento de indudable relevancia política y de innegable alcance internacional, el frente común que se constituyó entre las potencias protestantes de la segunda mitad del siglo XVI fue debido a su impulso y no al de los luteranos, y gracias a ellos el protestantismo se convirtió en una bandera de lucha continental y mundial. Las potencias católicas tuvieron que hacer frente durante mucho tiempo a este desafío con suerte dispar y a la lucha militar entre las potencias para asegurar su predominio siguió la contienda entre dos bloques cuyos intereses estaban ensamblados con los políticos y los económicos.
Numerosos miembros del clero y también muchos fieles se dieron cuenta que era necesario poner remedio a los abusos de toda índole que degradaban el culto y las ceremonias y que al mismo tiempo degradaban a sus ministros. Los países en los que más se concretó tal organización católica fueron España e Italia, aquellos que luego se pusieron a la cabeza de la Contrarreforma.
El cardenal español Jiménez de Cisneros (1436-1517) contribuyó notablemente al fortalecimiento de las estructuras eclesiásticas de su país y no fue ajeno a la germinación del espíritu misionero que caracterizará a la espiritualidad católica del siglo XVII. Anticipó algunas medidas de control de la práctica religiosa que después se hicieron sistemáticas: por ejemplo, en 1503 mandó elaborar el censo de todos aquellos que no habían participado en la comunión pascual de Toledo. Promovió los sínodos para imponer a los sacerdotes la residencia en sus parroquias, la instrucción para la predicación y el catecismo para los niños. También se distinguió por acciones drásticas, como la confiscación de libros árabes encontrados en el reino de Granada (que en parte envió a la hoguera) y el bautismo en masa de millares de musulmanes. Fundó en Alcalá de Henares una universidad de nueva concepción, provista de facultad de derecho, cuyas enseñanzas estaban encaminadas para un mejor conocimiento de la filosofía cristiana y una profundización de las doctrinas teológicas. No admitió las tres mayores tendencias de la escolástica (tomismo, escotismo y nominalismo) y no dudó en introducir el estudio del griego y del hebreo: en Alcalá entre 1514 y 1517, fue impresa la Biblia trilingüe.
Las numerosas iniciativas del cardenal español preludiaban las de la Contrarreforma. En Italia desde el siglo XV se habían distinguido eclesiásticos reformadores y celosos predicadores, habían surgido nuevas órdenes religiosas, como la de lo mínimos, fundada por san Francisco de Paula. El impulso siguió durante el siglo XVI con la fundación de los teatinos en 1524 de Gaetano da Tiene y de Gian Pietro Carafa y de los barnabitas de Antón María Sacaría en 1530, siguieron los filipenses de Felipe Neri en 1548 y los fatebenefratelli de san Juan de Dios en 1540. estas nuevas órdenes se distinguieron de las del Medievo por una mayor inserción en la vida cotidiana de los fieles, a los que intentaban asegurar la asistencia material y espiritual así como la instrucción cristiana. Se manifestaba un nuevo fervor religioso, no provocado en modo alguno por la Reforma ya que ésta se difundió muy poco en la península italiana.
A pesar de todo, la reforma católica procedía muy lentamente, se hacía sentir gravemente la ausencia o la discontinuidad del impulso pontificio: una reforma católica no habría sido nunca posible sin una reactivación sistemática del papado. En mayo de 1512 había sido convocado un concilio —V de Letrán—, pero Julio II se decidió a convocarlo sobre todo por motivos políticos y su desarrollo demostró que el papado estaba todavía lejos de asumir sus responsabilidades. Ni León X (1513-1521), ni Adriano VI (1521-1523), ni Clemente VII (1523-1534) tomaron iniciativas de gran relieve, aunque el peligro luterano se hacía cada vez más manifiesto. Sólo con Pablo III Farnesio el clima comenzó a cambiar y lo demostró con la elevación al cardenalato de hombres como Gasparo Contarini, Jacopo Sadoleto, Gian Pietro Carafa y Reginald Pole y otros como Marcelo Cervini, Juan Álvarez de Toledo, etc.
Pablo III (1534-1549) fue además el Papa que logró organizar el ansiado concilio, primero lo convocó en Mantua (1526) con la esperanza de poder hacer una reunión con los representantes protestantes, cosa que no duró mucho tiempo ya por las dificultades políticas (reanudación de la guerra entre Carlos V y Francisco I) ya por las rigurosas condiciones propuestas por Lutero. Se intentó realizar en Vizenza, con éxito todavía menor. Hubo que esperar hasta 1542 pero ya era tarde la reconciliación y sólo podía proponerse la organización de un catolicismo y una estructura eclesiástica en oposición a otra. Esta fue la obra del concilio convocado en Trento en junio de 1542 y que se inauguró en diciembre de 1545. en 1542 Pablo III había creado la Congregación de la Inquisición.
Los Papas sucesores de Pablo III no quisieron dejar exclusivamente al concilio la iniciativa de la Contrarreforma: todos la asumieron como propia, con una energía sin precedentes. Concluidos los trabajos los decretos emanados fueron aprobados por una bula de Pío IV (1559-1564) de enero de 1564, la mayor parte de los estados italianos (incluso Venecia), Portugal y España los aceptaron de inmediato.
La figura clave de la reforma católica resultó ser la del obispo, por un lado se prohibió la acumulación de cargos episcopales, por otro, fueron los prelados los encargados de las visitas pastorales regulares y minuciosas en sus diócesis. Un cuidado no menos evidente se dedicó a la función del sacerdote y en especial a su formación donde los seminarios se convirtieron en una pieza fundamental de las renovadas instituciones eclesiásticas formando una densa red que cubrió toda la catolicidad desde Roma o Milán hasta Olmütz, Braunsberg, Fulda e Ingolstadt, también se impulsó el surgimiento de las universidades católicas que se situaron en zonas fronterizas con el mundo protestante, de Dillingen (1554) a Douai (1559), de Olmütz (1573) a Würzburg (1575), de Pont-à-Mousson (1582) a Gratz (1586), Padereborn (1615), Salzburgo (1625), Münster y Osnabrück (1629).
Se pusieron en marcha más iniciativas, en 1568 se publicaron un catecismo y un breviario, a los que siguió un misal en 1570, el índice de libros prohibidos se volvió a publicar en 1564 y confirmado en 1571 por la Congregación del Índice. Una atmósfera de vigilancia cultural y de rigidez doctrinal se instauró progresivamente, mientras todo el clero quedaba sometido a un adiestramiento apropiado al ejercicio de sus funciones.
El espíritu de apostolado se revigorizó y animó en particular a los miembros de nuevas órdenes, entre éstas se distinguió la Compañía de Jesús, fundada en 1534 por Ignacio de Loyola (1491-1556) que constituyó la milicia más activa de la Iglesia, supieron compaginar la firmeza de la disciplina con la habilidad de la acción concreta sobre el laicado, en particular de las clases sociales superiores para las que organizaron colegios muy eficientes.
La múltiple realidad de la Contrarreforma tuvo también un símbolo urbanístico en el nuevo rostro que asumió la ciudad de Roma, la nueva Basílica de San Pedro iba tomando cuerpo hasta que su cúpula vino a destacarse sobre la ciudad, así los Papas hicieron de ella la capital digna de la catolicidad renovada.
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