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La Decadencia Española

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Holanda, gran potencia republicana

Entre las últimas décadas del siglo XVI y la primera mitad del XVII , la revuelta de las Provincias Unidas trajo como resultado la formación de una nueva potencia europea: Holanda, y el comienzo de la decadencia española. A su éxito y vitalidad contribuyó la vigorosa y constructiva aportación de los estatúderes. Tras la desaparición de Alejandro Farnesio y la llegada de Ambrosio de Spínola al teatro de operaciones en 1602, las Provincias Unidas había visto como se debilitaba el dominio español. Uno de sus principales artesanos había sido el hijo de Guillermo de Orange, Mauricio de Nassau, ya desde 1585 capitán general y almirante de Zelanda y de Holanda, se distinguió por la provechosa introducción de notables reformas militares, logrando desde 1594 poner en práctica un eficaz adiestramiento de sus tropas terrestres en el uso de las armas de fuego. Él y su sucesor Federico Ernesto supieron hacer innovaciones en el campo de las técnicas de asedio rodeando el centro a conquistar mediante un doble anillo de puntos fortificados, así las Provincias Unidas que ya disponían de superioridad naval, dispusieron de un auténtico ejército hacia finales del siglo XVI. Desde la tregua de los Doce Años firmada con España en 1609, aquellas provincias no fueron sólo reconocidas como países libres sino que su pequeña región fue elevada al rango de potencia internacional.
Holanda, la abandera de las Provincias Unidas, tuvo un papel determinante en la dirección política y militar de país gracias a su preponderancia marítima, económica, política y social. La potencia financiera y la red mundial de los tráficos tenían su epicentro en Ámsterdam. En el transcurso de las guerras, fue Holanda la que autorizó los tráficos con los países enemigos, al tiempo que sus negociantes proporcionaron incluso a los españoles naves y municiones, era una prueba de fuerza y de aprovechamiento de una alta tecnología con actividades preindustriales muy dinámicas.
Hasta que subsistió el peligro español, hasta mediados del siglo XVII, los «regentes» buscaron el equilibrio entre sus prerrogativas y el peso político de los estatúderes, éstos últimos lucharon por el triunfo de la causa calvinista y de su país, no sin intentar imponer el poder de su linaje que tenía rango principesco y que además del apoyo de la nobleza, tenían también el de amplios estratos populares y de algunos «regentes». Los Grandes Pensionistas —los más altos funcionarios estatales— eran los encargados de asesorar en el plano jurídico a los Consejos municipales y a la propia provincia. El Gran Pensionista de Holanda desempeñó la función de ministro de asuntos exteriores.
Otro factor fue el calvinismo, subdividido en corrientes que a veces provocaron tensiones muy ásperas como la producida entre arminianos y gomaristas entre 1618 y 1619. La seriedad de la profesión calvinista, fue acompañada de la aspereza de las posiciones teológicas y del intento de frenar el ejercicio y la libre expresión de los demás cultos. En Ámsterdam no hubo, sin embargo, ninguna resistencia frente a la rápida penetración de los judíos, por cuanto éstos supieron activar en ella nuevos tráficos.
No sorprende que los instrumentos dela supremacía holandesa fueran forjados además en el ámbito de las técnicas económicas y financieras. Ámsterdam se convirtió en uno de los máximos centros culturales europeos del siglo XVII, aunque todos los cargos públicos fueron ocupados por calvinistas. Su banca, fundada en 1609 por el gobierno municipal, fijaba y regulaba el curso de las monedas, así como las tasas de interés. La riqueza alimentó un ambiente de alta cultura científica, empresarial y artística, además de nutrir un esfuerzo bélico casi siempre victorioso. Entre 1630 y 1640 en particular, sus ingresos fiscales cubrieron casi por entero los gastos militares y, durante toda la primera mitad del siglo XVII, encontró fácilmente en el mercado financiero el dinero necesario para la guerra. Las fortunas económicas y militares constituyeron la parte más visible de una consolidación que era tanto civil como política, además de cultural y tecnológica, y que hizo de Holanda un epicentro de la civilización del siglo XVII europeo.

Las revueltas en los dominios ibéricos

En los disturbios que conmovieron a España en los años que giraron en trono a 1640 confluyeron distintos elementos, aún cuando también éstos fueron sostenidos por la lucha entre las fuerzas periféricas y el poder central. El gigantesco conflicto que en Europa y el mundo enfrentó a España con las potencia protestantes y sus aliados puso en relieve la fragilidad de la estructura estatal cuya columna vertebral era Castilla. Las antiguas autonomías regionales, reavivadas por las dificultades económicas y militares, llevaron a revueltas de alcance bastante diverso según los casos.
La menos grave fue la que se produjo en Andalucía, puesto que allí no existía un espíritu separatista. La tradición democrática de la zona vasca, en cambio, alimentó los desórdenes que estallaron en 1632 contra el impuesto sobre la sal, el gobierno lo pudo cambia gracias a una moderada represión y a la abolición del tributo. Bastante más grave fueron los desórdenes de Cataluña, estando en curso la guerra con Francia, el gobierno de Madrid reclamaba a esa zona del país un esfuerzo considerado excesivo por la población local, extorsionada además por las indisciplinadas tropas castellanas e italianas. En junio de 1640 bandas de insurrectos penetraron en Barcelona y consiguieron asesinar al virrey. Apoyados por el clero, los separatistas rompieron decididamente con España y reconocieron a Luis XIII de Francia como soberano y así la región se convirtió durante muchos años en terreno de contienda entre las dos potencias.
La rebelión se extendió incluso a Italia meridional con los importantes tumultos de Nápoles y Palermo de los años 1647-1648, sus protagonistas principales fueron Massaniello, el abate Genoino y sobre todo Genaro Annese. Mientras los disturbios se propagaban por el virreinato, en Nápoles era proclamada la república, a cuyo frente estuvo por un momento el príncipe francés Enrique de Guisa, Francia, en guerra con España, quiso aprovechar y sustituir al príncipe de Guisa por el príncipe Tomás de Saboya. La intervención de la flota española logró hacer retirar a las tropas francesas, aunque el éxito de la represión hispánica dependió del apoyo de la nobleza local.
El único movimiento revolucionario contra el estado ibérico que tuvo éxito fue el llevado a cabo en Portugal, desde su inicio (1580), los lusitanos habían aceptado con muchas reservas la unión dinástica con España y la situación se hizo cada vez más débil conforme no se defendían las posesiones portuguesas de los ataques holandeses, además el gobierno de Madrid reclamaba a los portugueses mayor implicación en el conflicto con Francia, suscitando así reacciones comprensibles. El descontento estalló en los disturbios de Évora de 1637, luego en diciembre de 1640, la sublevación triunfó rápidamente en Lisboa. El duque de Braganza no tuvo ninguna dificultad en hacerse proclamar rey con el nombre de Juan IV.
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