Más allá del mundo germánico, dos grandes países como Polonia y Rusia seguían dos trayectorias de sentido diferente que se estaban entrecruzando cada vez más peligrosamente. Desde Pedro I el grande en adelante Rusia estaba mostrando seguir en esa dirección y en disputar a Turquía la supremacía en los países balcánicos. De ese modo el poder zarista chocaba cada vez más con las ambiciones de los Habsburgo, enemigos ancestrales de los otomanos y al mismo tiempo propensos a la expansión a lo largo del Danubio y hacia el Mediterráneo. El inicio de esa rivalidad puede situarse en torno al año 1740, en el momento en el que el ascenso al trono de la zarina Isabel marcó una clara recuperación de la potencia rusa.
Surgió en San Petesburgo una tendencia hacia una política de buenas relaciones con Inglaterra. Desde las primeras décadas del siglo XVIII adquirieron notable importancia los intercambios comerciales entre el Caspio y el Volga, de un lado, esos tráficos se prolongaron hacia Persia y, de otro, llegaban hasta Londres. El primer tratado con los ingleses fue establecido en 1734 y durante el reinado de Isabel prolongado tres veces: 1742, 1755 y 1756. los ingleses habían acabado ejerciendo una especie de monopolio comercial en los territorios zaristas, exportaban allí surtidos de tela y tejidos de lana e importaban una cantidad cada vez mayor de hierro hasta que superó, desde 1770, el que provenía de Suecia. Así la industria textil rusa se renovó en el siglo XVIII, multiplicándose su producción de paño y tejidos estampados en algodón. Una parte del florecimiento industrial se localizó en los Urales, incrementado también por la llegada de trabajadores sajones. Las campañas militares emprendidas por Isabel, también estimularon el desarrollo industrial. En el momento del dramático ascenso de Catalina II en 1762, Rusia estaba realizando notables progresos económicos, además de militares y políticos. Las conquistas territoriales no tardaron en continuar, tanto en competencia con Austria en el área balcánica como de acuerdo con ella en la polaca, sobre todo después de 1770.
En el siglo XVIII, la expansión rusa siguió cada vez más dirección al mar Negro, pero alcanzaría progresos hacia el final del siglo. El imperio otomano se mostraba celoso de su supremacía en el mar Negro, secundado por el principado tártaro, establecido en Crimea y en la zona del mar de Azov y cuyo soberano se consideraba protegido por el Sultán de Constantinopla. La tarea de las fuerzas rusas no fue fácil, la ofensiva contra Crimea no consiguió el objetivo de ocuparla y, con el tratado de Belgrado de 18 de septiembre de 1739, la plaza de Azov permaneció en manos turcas, aunque su fortaleza tuvo que ser desmantelada. La zarina Ana sólo obtuvo una salida limitada al mar Negro, entre el Buj y el Dniéper, aunque sin derecho a tener allí una flota ni siquiera mercantil.
Como consecuencia de un incidente fronterizo en Crimea, primavera de 1769, Catalina II envió sus tropas hacia el Dniéster, del que el gran Visir tuvo que retirarse y dejar en manos rusas Moldavia y Valaquia. Al año siguiente, el ejército de la zarina conseguía victorias bastante claras sobre el Kan en Crimea y sobre las fuerzas turcas, pero la contraofensiva de éstos les hizo retroceder y no pudieron impedir que se establecieran en el Danubio. Una de las escuadras navales rusa partía de Kronstadt y, a través del Báltico y del Atlántico, llegaba en febrero de 1770 a las aguas del Mediterráneo al mando de Alejo Orlov. Rusia se había puesto en contacto con los ortodoxos montenegrinos que deseaban su apoyo para liberarse del yugo otomano. Las naves de Catalina no lograron expugnar la plaza de Modón, que habían sitiado, y tuvieron que abandonar además Navarin al cabo de algunos meses. Pero los rusos salieron victoriosos en el enfrentamiento que tuvo lugar cerca de Quios (4 de julio de 1770), aunque su flota no llegó a atravesar los Dardanelos ni apoderarse de ninguna base otomana.
Se centró en la guerra terrestre, el primer objetivo era Crimea, en 1771 toda la península cayó en manos rusas, mientras el Kan tártaro se refugiaba en Constantinopla, otro Kan fiel a Catalina aceptó su protección, éste fue atacado en julio de 1774 por lo otomanos. El tratado de Kücük-Kairnage (21 de julio de 1774) reconoció a Rusia la frontera del Dniéster, la posesión de Azov y Kerch y el derecho a intervenir en a favor de los principados danubianos de Moldavia y Valaquia, aunque permanecieron en poder turco. Desde entonces los progresos rusos se hicieron casi irresistibles, a pesar de los obstáculos que interpusieron los Habsburgo. Tras una fase de dos años de tensión, en un tratado firmado el 31 de marzo de 1779 sobre el Bósforo el sultán reconoció a los mercantes rusos de pequeño y medio tonelaje el paso libre entre el mar Negro y el Egeo. Sin embargo, el paso más decisivo fue dado en 1784, en el verano las tropas rusas al mando del mariscal de campo Grigori Potemkin ocuparon en pocas semanas Crimea, que desde entonces dejó de estar bajo soberanía otomana. La nueva guerra entre rusos y turcos de 1787-1788, a pesar de una nueva y cruenta victoria de Potemkin no modificó sustancialmente las respectivas posiciones.
Los Habsburgo no había permanecido impávidos a esa expansión pero no pudieron impedir la culminación de las etapas ni siquiera con la breve alianza con los turcos de 1771. entonces siguieron la táctica de aprovecharse de la debilidad de los otomanos para intentar apropiarse de algún territorio. Una operación de este género tuvo lugar en 1775, cuando en mayo Kaunitz obtuvo de Constantinopla que la Bucovina pasase a estar bajo soberanía austriaca y lo estuvo hasta finales de la primera guerra mundial (1918). En 1789 el mariscal Laudon, al frente de sus tropas, hizo que Belgrado capitulara y un cuerpo mandado por el príncipe de Coburgo llegó además a Bucarest. No obstante, con la paz de Sistova de julio de 1791, los imperiales tuvieron que restituir casi todos los territorios ocupados.
Más llamativas fueron las vicisitudes del reino polaco, que estaba destinado a convertirse en un protectorado ruso encubierto. Durante la guerra de los Siete Años, por ejemplo, las Dietas no habían funcionado de un modo regular, mientras las tropas zaristas habían hecho de su territorio una base militar y logística, instalándose como en su casa y explotando sus recursos. El fin del conflicto vino a coincidir con la desaparición de Augusto, abriéndose una nueva y más peligrosa etapa de interregno. Catalina II no dudó en aprovecharse de ello para acentuar su onerosa tutela. Como consecuencia de un acuerdo establecido con Federico II en abril de 1764, hizo ceñir la corona polaca a su ex amante Estanislao Poniatoswski (se convirtió en Estanislao Augusto), miembro de una familia de nobleza media, óptimo conocedor de las capitales europeas, era un hombre culto y afín al movimiento de las, elegido rey en 1764, se encontró enseguida con tener que depender financieramente del apoyo ruso antes de convertirse en un instrumento involuntario del progresivo desmantelamiento de su propio estado.
La situación polaca era contradictoria, frente a las arbitrariedades extranjeras y a la evidente crisis del reino, maduraba un movimiento patriótico animado por intenciones civiles y por exigencias de renovación. Por otra parte, muchos ambientes se mostraban abiertos a proyectos de reforma que germinaban en otros países, así no es de extrañar que más tarde encontrasen en Polonia un eco y un auténtico seguimiento los principios pregonados por la revolución francesa. Surgieron las críticas de las instituciones nobles y de los privilegios sociales, penetró el deísmo y se hizo sentir la influencia de los fisiócratas.
La estructura en la que se basaba el país era todavía inadecuada y poco funcional que había impedido que se estableciesen órganos estatales centralizados. Durante casi todo el siglo XVIII los nobles polacos quisieron continuar defendiendo sus propios privilegios políticos, además de los sociales, entre los que figuraba el negar obediencia al rey. Cuando el proceso de refundación del estado comenzaba a iniciarse se acentuó la intromisión extranjera y que sometió por la fuerza el territorio del reino. Al año de subir al trono Estanislao Augusto instituyó una escuela nacional de para la formación de los oficiales del ejército. Poco frente a la energía del embajador ruso, el general príncipe Nikolai Repnin que interpretando las directrices de Catalina II ayudó y fomento una oposición de los magnates hostiles a las iniciativas reales y a la reducción de las de los nobles. A esta filorusa (1767) no tardó en oponerse la , que reunía a cuantos eran sensibles a la suerte de su patria (1768).
La influencia rusa era cada vez más condicionante, en 1766, la Dieta polaca se vio obligada a votar la igualdad de los derechos de todas las confesiones religiosas y aceptar una nueva constitución de la que era garante la zarina. Por otro lado, los prusianos no estaban dispuestos a dejar que Catalina fuera la única en aprovecharse de la situación, Federico II intentó persuadirla para que recompensase con Polonia los esfuerzos realizados en la lucha contra los turcos. La zarina consintió a comienzo de 1771 y en 1772 se llegó a una declaración común entre Austria, Rusia y Prusia que consagraba el principio inaudito de la repatición deñ territorio polaco. A Austria le fue atribuía Galitzia, eregida en reino autónomo, Catalina ocupó toda la Rusia Blanca y Federico II la parte oriental de Pomerania.
Esta cínica operación fue posible por ausencia de una activa política francesa y llevada a cabo por los tres monarcas sensibles a las ideas de los filósofos y paladines de las. Polonia, no obstante, era un país tan extenso que ni siquiera una tan exenta de escrúpulos amputación de una tercera parte de su territorio la redujo por sí misma al extremo. En los veinte años siguientes se realizaron notables reformas administrativas, económicas y militares. De esta manera en 1773 como consecuencia de la disolución de la orden de los jesuitas, fue creada una que actuaba como ministerio de educación. Estanislao Augusto contribuyó a una gran apertura cultural y artística y a promover reformas fiscales y sociales además de iniciativas didácticas concretas. Entre 1788 y 1792, una Dieta, llamada de los impulsó el funcionamiento de luna representación nacional. Prusia y Rusia pusieron todos los obstáculos posibles al proceso de consolidación estatal que les llevó, seguidas débilmente por Austria, a un ulterior desmembramiento del territorio polaco. La proclamación de la nueva constitución el 3 de mayo de 1791, inspirada en los principios franceses, fue el pretexto para la intervención de Austria, Rusia y Prusia. Los polacos se dividieron en dos bandos a favor y en contra de la constitución, la intromisión extranjera obtuvo sus frutos y en 1793 se produjo la segunda escisión del país: Lituania anexionada por Rusia y la Pequeña Polonia que pasó a Prusia , redujo el reino a más de la mitad de lo que había sido en el siglo XVIII. La revuelta de los polacos cristalizó en torno a la figura de Tadeusz Kosciuzko, llegado en 1794 de Estados Unidos, que intentó organizar un ejército regular pero la nobleza obstaculizó su acción. Tras una serie de enfrentamientos y contraataques contra las tropas extranjeras fue derrotado y hecho prisionero en Maciejowice. En 1795 se realizó la última repartición: Prusia se instaló en Varsovia, Austria en Cracovia y Lublin y Rusia en Vilna y las regiones orientales. Estanislao abdicó en 25 septiembre de 1795 obligado por Catalina II.
Surgió en San Petesburgo una tendencia hacia una política de buenas relaciones con Inglaterra. Desde las primeras décadas del siglo XVIII adquirieron notable importancia los intercambios comerciales entre el Caspio y el Volga, de un lado, esos tráficos se prolongaron hacia Persia y, de otro, llegaban hasta Londres. El primer tratado con los ingleses fue establecido en 1734 y durante el reinado de Isabel prolongado tres veces: 1742, 1755 y 1756. los ingleses habían acabado ejerciendo una especie de monopolio comercial en los territorios zaristas, exportaban allí surtidos de tela y tejidos de lana e importaban una cantidad cada vez mayor de hierro hasta que superó, desde 1770, el que provenía de Suecia. Así la industria textil rusa se renovó en el siglo XVIII, multiplicándose su producción de paño y tejidos estampados en algodón. Una parte del florecimiento industrial se localizó en los Urales, incrementado también por la llegada de trabajadores sajones. Las campañas militares emprendidas por Isabel, también estimularon el desarrollo industrial. En el momento del dramático ascenso de Catalina II en 1762, Rusia estaba realizando notables progresos económicos, además de militares y políticos. Las conquistas territoriales no tardaron en continuar, tanto en competencia con Austria en el área balcánica como de acuerdo con ella en la polaca, sobre todo después de 1770.
En el siglo XVIII, la expansión rusa siguió cada vez más dirección al mar Negro, pero alcanzaría progresos hacia el final del siglo. El imperio otomano se mostraba celoso de su supremacía en el mar Negro, secundado por el principado tártaro, establecido en Crimea y en la zona del mar de Azov y cuyo soberano se consideraba protegido por el Sultán de Constantinopla. La tarea de las fuerzas rusas no fue fácil, la ofensiva contra Crimea no consiguió el objetivo de ocuparla y, con el tratado de Belgrado de 18 de septiembre de 1739, la plaza de Azov permaneció en manos turcas, aunque su fortaleza tuvo que ser desmantelada. La zarina Ana sólo obtuvo una salida limitada al mar Negro, entre el Buj y el Dniéper, aunque sin derecho a tener allí una flota ni siquiera mercantil.
Como consecuencia de un incidente fronterizo en Crimea, primavera de 1769, Catalina II envió sus tropas hacia el Dniéster, del que el gran Visir tuvo que retirarse y dejar en manos rusas Moldavia y Valaquia. Al año siguiente, el ejército de la zarina conseguía victorias bastante claras sobre el Kan en Crimea y sobre las fuerzas turcas, pero la contraofensiva de éstos les hizo retroceder y no pudieron impedir que se establecieran en el Danubio. Una de las escuadras navales rusa partía de Kronstadt y, a través del Báltico y del Atlántico, llegaba en febrero de 1770 a las aguas del Mediterráneo al mando de Alejo Orlov. Rusia se había puesto en contacto con los ortodoxos montenegrinos que deseaban su apoyo para liberarse del yugo otomano. Las naves de Catalina no lograron expugnar la plaza de Modón, que habían sitiado, y tuvieron que abandonar además Navarin al cabo de algunos meses. Pero los rusos salieron victoriosos en el enfrentamiento que tuvo lugar cerca de Quios (4 de julio de 1770), aunque su flota no llegó a atravesar los Dardanelos ni apoderarse de ninguna base otomana.
Se centró en la guerra terrestre, el primer objetivo era Crimea, en 1771 toda la península cayó en manos rusas, mientras el Kan tártaro se refugiaba en Constantinopla, otro Kan fiel a Catalina aceptó su protección, éste fue atacado en julio de 1774 por lo otomanos. El tratado de Kücük-Kairnage (21 de julio de 1774) reconoció a Rusia la frontera del Dniéster, la posesión de Azov y Kerch y el derecho a intervenir en a favor de los principados danubianos de Moldavia y Valaquia, aunque permanecieron en poder turco. Desde entonces los progresos rusos se hicieron casi irresistibles, a pesar de los obstáculos que interpusieron los Habsburgo. Tras una fase de dos años de tensión, en un tratado firmado el 31 de marzo de 1779 sobre el Bósforo el sultán reconoció a los mercantes rusos de pequeño y medio tonelaje el paso libre entre el mar Negro y el Egeo. Sin embargo, el paso más decisivo fue dado en 1784, en el verano las tropas rusas al mando del mariscal de campo Grigori Potemkin ocuparon en pocas semanas Crimea, que desde entonces dejó de estar bajo soberanía otomana. La nueva guerra entre rusos y turcos de 1787-1788, a pesar de una nueva y cruenta victoria de Potemkin no modificó sustancialmente las respectivas posiciones.
Los Habsburgo no había permanecido impávidos a esa expansión pero no pudieron impedir la culminación de las etapas ni siquiera con la breve alianza con los turcos de 1771. entonces siguieron la táctica de aprovecharse de la debilidad de los otomanos para intentar apropiarse de algún territorio. Una operación de este género tuvo lugar en 1775, cuando en mayo Kaunitz obtuvo de Constantinopla que la Bucovina pasase a estar bajo soberanía austriaca y lo estuvo hasta finales de la primera guerra mundial (1918). En 1789 el mariscal Laudon, al frente de sus tropas, hizo que Belgrado capitulara y un cuerpo mandado por el príncipe de Coburgo llegó además a Bucarest. No obstante, con la paz de Sistova de julio de 1791, los imperiales tuvieron que restituir casi todos los territorios ocupados.
Más llamativas fueron las vicisitudes del reino polaco, que estaba destinado a convertirse en un protectorado ruso encubierto. Durante la guerra de los Siete Años, por ejemplo, las Dietas no habían funcionado de un modo regular, mientras las tropas zaristas habían hecho de su territorio una base militar y logística, instalándose como en su casa y explotando sus recursos. El fin del conflicto vino a coincidir con la desaparición de Augusto, abriéndose una nueva y más peligrosa etapa de interregno. Catalina II no dudó en aprovecharse de ello para acentuar su onerosa tutela. Como consecuencia de un acuerdo establecido con Federico II en abril de 1764, hizo ceñir la corona polaca a su ex amante Estanislao Poniatoswski (se convirtió en Estanislao Augusto), miembro de una familia de nobleza media, óptimo conocedor de las capitales europeas, era un hombre culto y afín al movimiento de las
La situación polaca era contradictoria, frente a las arbitrariedades extranjeras y a la evidente crisis del reino, maduraba un movimiento patriótico animado por intenciones civiles y por exigencias de renovación. Por otra parte, muchos ambientes se mostraban abiertos a proyectos de reforma que germinaban en otros países, así no es de extrañar que más tarde encontrasen en Polonia un eco y un auténtico seguimiento los principios pregonados por la revolución francesa. Surgieron las críticas de las instituciones nobles y de los privilegios sociales, penetró el deísmo y se hizo sentir la influencia de los fisiócratas.
La estructura en la que se basaba el país era todavía inadecuada y poco funcional que había impedido que se estableciesen órganos estatales centralizados. Durante casi todo el siglo XVIII los nobles polacos quisieron continuar defendiendo sus propios privilegios políticos, además de los sociales, entre los que figuraba el negar obediencia al rey. Cuando el proceso de refundación del estado comenzaba a iniciarse se acentuó la intromisión extranjera y que sometió por la fuerza el territorio del reino. Al año de subir al trono Estanislao Augusto instituyó una escuela nacional de
La influencia rusa era cada vez más condicionante, en 1766, la Dieta polaca se vio obligada a votar la igualdad de los derechos de todas las confesiones religiosas y aceptar una nueva constitución de la que era garante la zarina. Por otro lado, los prusianos no estaban dispuestos a dejar que Catalina fuera la única en aprovecharse de la situación, Federico II intentó persuadirla para que recompensase con Polonia los esfuerzos realizados en la lucha contra los turcos. La zarina consintió a comienzo de 1771 y en 1772 se llegó a una declaración común entre Austria, Rusia y Prusia que consagraba el principio inaudito de la repatición deñ territorio polaco. A Austria le fue atribuía Galitzia, eregida en reino autónomo, Catalina ocupó toda la Rusia Blanca y Federico II la parte oriental de Pomerania.
Esta cínica operación fue posible por ausencia de una activa política francesa y llevada a cabo por los tres monarcas sensibles a las ideas de los filósofos y paladines de las
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