En 1643 Luis XIV sucedió, en Francia, a su padre a la edad de cinco años, y se mantuvo en el poder hasta 1715, aunque hasta 1661 fue el cardenal Mazarino quien gobernó el país y que durante la juventud del rey su autoridad se halló expuesta a una serie de disturbios internos, además de conflictos externos. Aún así, la monarquía se había reforzado y cuando el joven rey inició la fase de su poder personal, se sintió aureolado aún más que sus predecesores por un halo de grandeza. Luis XIV estaba convencido de que Dios en persona lo había investido de una tareas y unas funciones que debía desempeñar y se consideraba destinado a aumentar cada vez más su propia gloria y la de Francia. Encarnó el absolutismo del siglo XVII en la forma más acentuada sin dudar afirmar que el estado se resumía en su propia persona (L’Etat c’est moi) y se hizo con el título de «Rey Sol»
El fenómeno que domina la vida interna de Francia en la segunda mitad del siglo XVII es el de la estructuración de sus órganos e instrumentos de gobierno, articulados anteriormente por Richelieu y que durante el reinado de Luis XIV fueron totalmente racionalizados y sobre todo centralizados. Una de las manifestaciones más significativas del absolutismo francés del siglo XVII es la «Declaración de los cuatro artículos» de 1682 para ensalzar el poder del monarca y la absoluta independencia del estado frente al pontífice romano. El comportamiento de Luis XIV respecto a los jansenitas, celosos de su espiritualidad interior y no dispuestos a doblegarse, ilustra sus pretensiones, no vaciló en quemar las Provinciales de uno de sus célebres representantes, Blaise Pascal, en 1660. no menos tiránico se mostró con la revocación del Edicto de Nantes con respecto a sus súbditos hugonotes, sometidos a toda suerte de vejaciones de baja estofa.
Innumerables fueron las demostraciones del despotismo de Luis XIV: desde las más cotidianas, como la «lettre de cachet» con la que se encarcelaba indiscriminadamente, o la «régale» de revocación de rentas de los beneficios vacantes, a otras más específicas como la revocación de los síndicos de las ciudades. No obstante, muchos burgueses y miebros de la pequeña nobleza se orientaban hacia el servicio del rey y del estado y que se convirtieron en los instrumentos competentes y cada vez más organizados del poder público. Su celo permitió la constitución o el desarrollo de numerosos órganos centrales, como el Conseil d’en Aut. Y el Conseil d’Etat. Gracias a sus acciones, como las de los Intendentes, se tendió a reaccionar frente a las antiguas formas de privilegio y de desigualdad como frente a los desórdenes administrativos de la época de Mazarino. Estaban también un grupo de técnicos y especialistas, como los ingenieros del rey. Así se reforzaron los cuadros de una burguesía sólida y eficaz, celosa de sus atribuciones y capaz de sostener la estructura del país y las tareas internacionales.
Una figura importante fue la de Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), cuya actuación resultó tan significativa que llegó luego a ser definida como una forma de gobierno, el «colbertismo». Tras haber administrado el patrimonio de Mazarino, a la muerte de éste último Colbert entró a formar parte del Consejo de las Finanzas, al cabo de cuatro años era ya el controlador general de las finazas del reino. Desde esta posición promovió una serie de reformas e intentó imponer proyectos de notable alcance económico y político. El impulso que dio a la contabilidad del estado la indujo a una ordenación más simple y racional, se revisaron las cuantas de millares de funcionarios financieros (durante cuatro años), después se procedió a la verificación de la «nobleza» de los que había evitado el pago de la taille. No puso en cuestión el privilegio de la nobleza y alto clero de no estar sometidos a impuestos pero con su reducción de los costes de exacción de los tributos y repartiéndolos mejor elevó notablemente sus ingresos. No consiguió lograr que en cada región se pagaran impuestos sobre la base de los bienes realmente poseídos, se siguió percibiéndolos por las estimación de las autoridades. Según Colbert para lograr mayores ingresos fiscales había que acrecentar el número de contribuyentes y aumentar la producción. Se dedicó a regular desde lo alto de los distintos sectores productivos. Su objetivo principal fue favorecer las actividades industriales y la mercantilización de sus productos, reduciendo los salarios, instituyendo una serie de medidas proteccionistas y conceder incentivos a las inversiones de ese tipo.. promovió una unión aduanera, se preocupó de las comunicaciones, incrementó los servicios postales, inició el canal del Languedoc. En 1669, nombrado secretario de estado de la Marina, creó los tres puertos francos de Marsella, Bayona y Dunkerke y publicó los códigos de comercio. Ordonnance du comerse, Ordonnace de la Marine y O.donnance civile.
Las intervenciones de Colbert se extendieron rápidamente al campo cultural, tras haber fundado una Academia de Escultura y Pintura (1664), en 1666 se instituyó la Academia de las Ciencias y en 1671 la de Arquitectura al mismo tiempo que la Academia Française y fundó también una Academia Francesa en Roma.
Otro gran representante de la política de Luis XIV fue François-Michel Le Tellier, marques de Louvois (1641-1691). Secretario de estado para la guerra desde 1666 y miembro del Conseil d’en Aut. Ejerció un papel importante por estas funciones y en particular por la organización del ejército. A él se deben numerosas iniciativas encaminadas a ofrecer un aparato bélico eficiente y disponible a la voluntad del soberano. Los efectivos terrestres pasaron de unos setenta mil a doscientos setenta mil aproximadamente. Mientras que el fusil sustituyó al mosquete, ya anticuado, fue introducida la bayoneta (1687) y aparecieron las primeras unidades de granaderos. Introdujo otras muchas medidas que racionalización el funcionamiento del ejército: desde la institución de las compañías de cadetes hasta la introducción de uniformes para todo tipo de hombres armados, desde la fundación de un gran hospicio para inválidos hasta la de los archivos militares. Las tropas siguieron no siendo exclusivamente francesas, había alemanes, húngaros y suecos, además de suizos. Las carreras militares se abrieron también a los extranjeros, como lo demuestra el caso del marqués Conrado de Rosen, originario de Livonia: mariscal de campo en 1677, tras su abjuración se convirtió en lugarteniente general de los ejércitos reales.
La dirección técnica era única y confiada a Sébastien Le Preste de Vauban (1633-1707) desde 1655. genial colaborador ocupó durante un largo periodo importantes cargos y se distinguió tanto por su independencia de juicio como por sus extraordinarias dotes de ingeniero. Miembro de la pequeña nobleza, llegó a ser mariscal de Francia. Ingeniero hidráulico y urbanista, economista y sociólogo, Vauban fue uno de los más altos representantes de la nueva mentalidad racionalizadora al servicio de la construcción del estado. Modernizando o implantando cerca de trescientas fortificaciones diversas, erigió un auténtico telón alrededor del reino.
Luis XIV se apasionó por las operaciones bélicas, en particular por el ataque y la defensa de las plazas fuertes, pero se interesó poco por la flota y por la expansión marítima. La Inglaterra de Cromwell era más consciente de la importancia de la presencia en los mares y de los asentamientos coloniales. Fue en el siglo XVII cuando se estructuró y articuló el dominio de las potencia europeas sobre el resto. Richelieu fue consciente de la apuesta positiva que representaban los océanos, intentando favorecer la colonización de América del Norte y la construcción de una embrionaria flota. Por voluntad del ministro Colbert, entre 1661 y 1674 fue creada casi de la nada por una potente flota de sesenta barcos de línea regular, cada uno armado con 74 cañones. Francia tuvo que hacer frente a sus enemigos también en el mar: en Beveziers (julio 1690), el almirante Tourville, al mado de más de setenta unidades mayores, obligó a huir a la escuadra anglo-holandesa mandada por Torrington. Se construyeron cuatro nuevos y grandes arsenales: Dunkerque, Brest, Rochefort Y Tolón, mientras que Marsella seguía siendo base de las galeras. Sin embargo, el interés naval de Francia siguió siendo insuficiente. Ls miras de Colbert chocaron con las ideas de Louvois, quien hizo lo posible para dar prioridad a las exigencias del ejército. Se dio un gran desarrollo a las defensas costeras (obra de Vauban), pero los gastos militares se revelaron superiores a su capacidad, fue necesario anteponer las exigencias terrestres que parecían primordiales, ya que los barcos de segundo orden, con cincuenta cañones, no podían imponerse, se utilizaron en la guerra de corsarios y se les asignó defender las costas atlánticas de pequeñas flotas de galeras. Tenía la marina el inconveniente de dos frentes de lucha —atlántico y mediterráneo— que le obligaba a dividir sus fuerzas, sin que una pudiese fácil y eficazmente unirse a la otra.
Aunque la lucha naval fue un rotundo fracaso, Luis XIV aspiró a la supremacía no sólo europea, sino también intercontinental.
Las guerras de Luis XIV
El Rey Sol concentró la mayor parte de sus fuerzas en la persecución principal de una hegemonía europea. El primer conflicto largo de su reinado fue la llamada guerra de «devolución» (1667-1668) que estuvo precedida por la contienda en el mar de las Provincias Unidas con Inglaterra (1664-1667) que el tratado de Breda puso fin sancionando la pérdida de la colonia americana de Nueva Holanda en beneficio de Inglaterra y que no había sido aún firmada cuando Luis XIV inició las hostilidades contra España. Sostenía que su consorte María Teresa, como hija del primer matrimonio de Felipe IV, era heredera legítima de los Países Bajos meridionales, las Provincias Unidas lograron formar una triple alianza con Inglaterra y Suecia (23 de enero de 1668) que repercutió en perjuicio de Luis XIV que había conquistado el Franco Condado y tuvo que restituirlo en el tratado de Aquisgrán ( 2 de mayo de 1668) y en compensación conservó las plazas ocupadas en los Países Bajos españoles (Lille, Courtrai, Douai, Charleroi, etc).
El rey francés mantuvo un fuerte resentimiento hacia las Provincias Unidas ya que además su flota mercantil dominaba gran parte del tráfico entre los puertos franceses del atlántico y los del Báltico. Desde 1659, el gobierno de Luis XIV había decidido aplicar una onerosa medida proteccionista consistente en un impuesto de 40 sueldos por tonelada de cada nave que hiciera escala en Francia, además Colbert había instaurado desde 1664 un sistema de derechos aduaneros que implicaba aumentos del 100 % sobre ciertos artículos. Los Estados Generales de las Provincias Unidas adoptaron contramedidas: el 2 de enero de 1671 prohibieron los aguardientes franceses y aumentaron los derechos de aduana sobre los tejidos importados de Francia. A los cinco días el Consejo del Rey Sol respondió aumentando las tarifas aduaneras sobre los arenques y las especias holandesas.
En previsión de la guerra, Luis XIV, gracias a la concesión de subsidios financieros, consiguió disolver la triple alianza y se aseguró la neutralidad del emperador Leopoldo I, el apoyo del Elector de Baviera y el apoyo de la armada de los ingleses. Una vez iniciadas las hostilidades, el almirante holandés Ruyter no vaciló en atacar a la flota anglofrancesa y la derrotó en Yarmouth (7 de junio de 1672). En el frente terrestre, ante el avance inicial de Tuerenne y de Condé —al mando de 120.000 hombres—, las Provincias Unidas tomaron la decisión de abrir las exclusas y provocar la inundación del país, con lo que el rey dio la orden de abandonar el territorio invadido. Poco después Inglaterra se separó de él y firmó la paz con las Provincias Unidas (19 de febrero de 1674) y se ponían a favor de éstas, rompiendo la neutralidad tanto el emperador como el Elector de Brandeburgo, Federico Guillermo, quienes ayudados por los daneses además de los holandeses infligieron una grave derrota a los suecos, aliados de Francia. Luis XIV se enfrentó a los españoles disputando la posesión de Sicilia, los comandantes de las flotas —el duque de Vivonne y Duquesne— consiguieron éxitos sobre las flotas españolas y holandesas en las inmediaciones de Stromboli, de Lípari y de Augusta.
Una serie de tratados fue firmada en Nimega entre agosto de 1678 y febrero de 1679, Francia además del Franco Condado, obtuvo una vez más a costa de los Países Bajos españoles importantes localidades fronterizas (Cambrai, Valenciennes; Maubeuge e Ypres), a cambio de la restitución a España de otras plazas (Courtrai y Charleroi). Pero frente alas Provincia Unidas no salió victoriosa y se alejó definitivamente de ellas.
El siglo XVII debía terminar con un conflicto general europeo, provocado una vez más por el monarca francés. Desde Nimega, estableció buenas relaciones con otras potencias, firmó una paz con el emperador Leopoldo I (26 febrero de 1679), mientras acordaba la paz entre Suecia, por un lado, y Dinamarca y Brandeburgo, por otro. Al cabo del tiempo, Louvois persuadió a Luis XIV para anexionar una serie de localidades de las fronteras del noroeste, obtenidas con el procedimiento llamado de las «reuniones», que determinadas plazas de reciente cesión se entendían anexionadas con todas sus dependencias, este blindaje fue seguido por la ocupación militar que se produjo entre 1679 y 1681, las reacciones no podían faltar sobre todo cuando los franceses se apoderaron de Estrasburgo (1681) y Casale.
La repuesta fue la gran victoria que las tropas reunidas de Juan Sobieski, rey de Polonia, y de Leopoldo I consiguieron ante Viena contra los turcos que la habían sitiado (12 de septiembre de 1683). El emperador estipuló con Luis XIV la paz de Ratisbona, (15 de agosto de 1684) lo que le permitió lanzar la contraofensiva antiotomana y se apoderó de Buda y de Belgrado. Tan ampliar tan extensamente sus dominios, el emperador estableció con España y Sueciala liga de Ausburgo (9 de julio de 1686) con clara función antifrancesa, al año siguiente se unía Brandeburgo cuyas tropas corrían en defensa de Colonia. La gran coalición contra Luis XIV fue completada entre 1689 y 1690 con la adhesión de las Provincias Unidas y de Inglaterra.
Luis XIV rompió las hostilidades en otoño de 1688, con la invasión del Palatinado. La guerra, contrariamente a sus previsiones, duró casi una década. Las atrocidades cometidas exasperaron a los príncipes del Imperio. El mariscal de Luxemburgo logró en Fleurus una clara victoria sobre las tropas españolas, alemanas y holandesas (1 de julio de 1690). En agosto de 1690, Catinat infligía una dura derrota en Staffarda a Víctor Amadeo II de Saboya (que había abandonado la alianza con el Rey Sol) e invadía el Piamonte. Al año siguiente, tras vencer a los turcos, el emperador dirigió sus tropas contra los ejércitos de Luis XIV. La guerra siguió siendo alterna: la flota francesa fue derrotada en la bahía de La Houge (1692), el mariscal de Luxemburgo batió a las fuerzas de Guillermo III de Orange en Stenkerke (octubre de 1692) y luego en Neerwinden (julio 1693), la flota francesa fue obligada a retroceder en Tolón. Los corsarios holandeses dañaban el comercio de los marselleses en Levante. Finalmente Luis XIV buscó el acuerdo con Víctor Amadeo II y se tendió al cese de las hostilidades, siendo estipulado un armisticio entre Francia y Saboya por un lado y España y el Imperio, por otro.
En Ryswick, entre septiembre y octubre de 1697, se restablecieron las cláusulas estipuladas en Nimega, lo que suponía un duro golpe para Francia que tuvo que restituir Luxemburgo y otras plazas ocupadas durante la guerra. Las Provincias Unidas se establecieron en las guarniciones de Courtrai, Ath, Mons, Charleroi y Luxemburgo. El emperador fue el último en firmar la paz tras la dificultad de definir la suerte de Estrasburgo.
El rey francés, que se consideraba invicto, no tardaría en inaugurar el nuevo siglo con otra guerra, al tenerse por invencible. En febrero de 1699 moría el que por negociación habría tenido que suceder a Carlos II de España, éste en vísperas de su muerte y presionado por el Consejo de Estado hizo testamento a favor de un sobrino de Luis XIV, Felipe de Borbón (2 de octubre de 1700). La larga guerra que no tardó en iniciarse tomó precisamente el nombre de guerra de sucesión de España.
Extinta la rama de los Habsburgo españoles, se encontraron como candidatos Felipe, duque de Anjou, segundo hijo del delfín de Francia y un Habsburgo: el segundo hijo del emperador Leopoldo I, el archiduque Carlos.
Luis XIV promovió la candidatura de su sobrino, además de otorgarle el derecho a sucederle en Francia, al que ya había presentado como rey de España, e hizo que éste le otorgara una concesión de poder para gobernar en su nombre los Países Bajos e hizo capturar a los delegados que tenían las Provincias Unidas según el tratado de Ryswick. Las potencias europeas acusaron el golpe. El rey francés fue más allá y en 1701, a la muerte del ex rey Jacobo II Estuardo, declaró reconocer como heredero legítimo al trono inglés a su hijo Jacobo III, de confesión católica. A la primavera siguiente se constituyó una coalición antifrancesa entre Inglaterra, las Provincias Unidas y el Imperio. Gran parte de Europa se convirtió en escenario de un conflicto que en verdad no era puramente dinástico, sino que concernía a relaciones de preeminencia, tanto económica como política, a escala mundial y se manifestó claramente cuán grande era la importancia del dominio de los mares y cuán relativamente limitado el predominio terrestre, ene l que confiaba sobre todo Francia.
Los varios años de guerra fueron ricos en vicisitudes alternas y en cambios totales en el orden militar y diplomático. Desde 1703 Portugal y Saboya pasaron del campo de Luis XIV al del adversario. En 1704, dos condottieri aliados —el caudillo de Marlborough y el príncipe Eugenio de Saboya— derrotaban a los franceses en Blenheim (13 de agosto de 1704) y una flota inglesa se apoderaba de Gibraltar (4 de agosto de 1704). El pretendiente Habsburgo, desembarcado en Lisboa, se dirigía a Madrid (donde entraría en junio de 1706). En septiembre de 1705 la flota inglesa había ocupado Barcelona y se apoderó de Menorca y Mahón. En el frente terrestre, Francia resistía mejor, aunque sus tropas habían sido derrotadas por el príncipe Eugenio en Turín /7 de septiembre de 1705) y por Marlborough en Ramillies (mayo de 1706). Los españoles mantenían la causa de su soberano borbónico, Felipe V, que tras una primera entrada en Madrid se instaló en ella definitivamente después de la victoria de Villaviciosa (10 de septiembre de 1710). La ofensiva de Marlborough y Eugenio de Saboya en Francia fue detenida en la sangrienta batalla de Malplaquet (11 de septiembre de 1709). El mariscal francés Villars derrotaría en Denain (24 de septiembre de 1712) al ejército del príncipe Eugenio.
Los contendientes habían intentado negociaciones de paz aunque sin éxito, pero un inesperado acontecimiento resultó decisivo: la muerte de José I, sucesor de Leopoldo I y la subida al trono del archiduque Carlos (pretendiente al trono español) y como estaban dispuestos a que el mismo Habsburgo gobernase en Madrid y Viena, los ingleses se inclinaron entonces por Felipe de Borbón mediante acuerdo ratificado en Londres el 8 de octubre de 1711. Inglaterra, le verdadera vencedora del largo enfrentamiento, asumió el papel de mediadora y consiguió hacer aceptar a las Provincias Unidas las condiciones de un acuerdo. El emperador se resignó a ello y de este modo la paz, oficialmente firmada en Utrech (2 de abril de 1713) entre Luis XIV e Inglaterra siguió en Rastadt (6 de marzo de 1714) la acordada entre el emperador y el Rey Sol.
Luis XIV tuvo la satisfacción de ver a su sobrino en el trono español y admitir que el trono inglés esperaba a un monarca protestante. Se produjo la separación efectiva de las dos coronas: la de Francia y la de España. Felipe V no podía conceder a los franceses privilegios comerciales o marítimos mayores que a los súbditos de otros países, siendo así los ingleses los más favorecidos. Los Países Bajos pasaban de soberanía española a austíaca que se extendía al estado de Milán, ducado de Mantua, reino de Nápoles y a Cerdeña. La degradación de su poderío era más evidente en ultramar, sus asentamientos en el estuario de San Lorenzo estaban rodeados por vastas regiones que habían tenido que ceder a los ingleses (Acadia, la bahía de Hudson y la isla de Terranova).
Los ingleses había hecho crecer enormemente su marina, Londres fue sustituyendo a Ámsterdam en la función de primer centro económico internacional y la libra esterlina suplantaba al florín holandés. La bandera británica ondeaba en todo el globo. Los tratados habían confirmado para Inglaterra la posesión de Gibraltar y Menorca. Se habían establecido en Santa Elena (1651), en la Costa de Oro africana (1667), Bombay (1668), afin del siglo XVII en Indonesia y Calcuta. Inglaterra llegaba así a la cumbre de su predominio, pues podía controlar los destinos de Europa e imponer su propia supremacía en casi todos los mercados principales.
El fenómeno que domina la vida interna de Francia en la segunda mitad del siglo XVII es el de la estructuración de sus órganos e instrumentos de gobierno, articulados anteriormente por Richelieu y que durante el reinado de Luis XIV fueron totalmente racionalizados y sobre todo centralizados. Una de las manifestaciones más significativas del absolutismo francés del siglo XVII es la «Declaración de los cuatro artículos» de 1682 para ensalzar el poder del monarca y la absoluta independencia del estado frente al pontífice romano. El comportamiento de Luis XIV respecto a los jansenitas, celosos de su espiritualidad interior y no dispuestos a doblegarse, ilustra sus pretensiones, no vaciló en quemar las Provinciales de uno de sus célebres representantes, Blaise Pascal, en 1660. no menos tiránico se mostró con la revocación del Edicto de Nantes con respecto a sus súbditos hugonotes, sometidos a toda suerte de vejaciones de baja estofa.
Innumerables fueron las demostraciones del despotismo de Luis XIV: desde las más cotidianas, como la «lettre de cachet» con la que se encarcelaba indiscriminadamente, o la «régale» de revocación de rentas de los beneficios vacantes, a otras más específicas como la revocación de los síndicos de las ciudades. No obstante, muchos burgueses y miebros de la pequeña nobleza se orientaban hacia el servicio del rey y del estado y que se convirtieron en los instrumentos competentes y cada vez más organizados del poder público. Su celo permitió la constitución o el desarrollo de numerosos órganos centrales, como el Conseil d’en Aut. Y el Conseil d’Etat. Gracias a sus acciones, como las de los Intendentes, se tendió a reaccionar frente a las antiguas formas de privilegio y de desigualdad como frente a los desórdenes administrativos de la época de Mazarino. Estaban también un grupo de técnicos y especialistas, como los ingenieros del rey. Así se reforzaron los cuadros de una burguesía sólida y eficaz, celosa de sus atribuciones y capaz de sostener la estructura del país y las tareas internacionales.
Una figura importante fue la de Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), cuya actuación resultó tan significativa que llegó luego a ser definida como una forma de gobierno, el «colbertismo». Tras haber administrado el patrimonio de Mazarino, a la muerte de éste último Colbert entró a formar parte del Consejo de las Finanzas, al cabo de cuatro años era ya el controlador general de las finazas del reino. Desde esta posición promovió una serie de reformas e intentó imponer proyectos de notable alcance económico y político. El impulso que dio a la contabilidad del estado la indujo a una ordenación más simple y racional, se revisaron las cuantas de millares de funcionarios financieros (durante cuatro años), después se procedió a la verificación de la «nobleza» de los que había evitado el pago de la taille. No puso en cuestión el privilegio de la nobleza y alto clero de no estar sometidos a impuestos pero con su reducción de los costes de exacción de los tributos y repartiéndolos mejor elevó notablemente sus ingresos. No consiguió lograr que en cada región se pagaran impuestos sobre la base de los bienes realmente poseídos, se siguió percibiéndolos por las estimación de las autoridades. Según Colbert para lograr mayores ingresos fiscales había que acrecentar el número de contribuyentes y aumentar la producción. Se dedicó a regular desde lo alto de los distintos sectores productivos. Su objetivo principal fue favorecer las actividades industriales y la mercantilización de sus productos, reduciendo los salarios, instituyendo una serie de medidas proteccionistas y conceder incentivos a las inversiones de ese tipo.. promovió una unión aduanera, se preocupó de las comunicaciones, incrementó los servicios postales, inició el canal del Languedoc. En 1669, nombrado secretario de estado de la Marina, creó los tres puertos francos de Marsella, Bayona y Dunkerke y publicó los códigos de comercio. Ordonnance du comerse, Ordonnace de la Marine y O.donnance civile.
Las intervenciones de Colbert se extendieron rápidamente al campo cultural, tras haber fundado una Academia de Escultura y Pintura (1664), en 1666 se instituyó la Academia de las Ciencias y en 1671 la de Arquitectura al mismo tiempo que la Academia Française y fundó también una Academia Francesa en Roma.
Otro gran representante de la política de Luis XIV fue François-Michel Le Tellier, marques de Louvois (1641-1691). Secretario de estado para la guerra desde 1666 y miembro del Conseil d’en Aut. Ejerció un papel importante por estas funciones y en particular por la organización del ejército. A él se deben numerosas iniciativas encaminadas a ofrecer un aparato bélico eficiente y disponible a la voluntad del soberano. Los efectivos terrestres pasaron de unos setenta mil a doscientos setenta mil aproximadamente. Mientras que el fusil sustituyó al mosquete, ya anticuado, fue introducida la bayoneta (1687) y aparecieron las primeras unidades de granaderos. Introdujo otras muchas medidas que racionalización el funcionamiento del ejército: desde la institución de las compañías de cadetes hasta la introducción de uniformes para todo tipo de hombres armados, desde la fundación de un gran hospicio para inválidos hasta la de los archivos militares. Las tropas siguieron no siendo exclusivamente francesas, había alemanes, húngaros y suecos, además de suizos. Las carreras militares se abrieron también a los extranjeros, como lo demuestra el caso del marqués Conrado de Rosen, originario de Livonia: mariscal de campo en 1677, tras su abjuración se convirtió en lugarteniente general de los ejércitos reales.
La dirección técnica era única y confiada a Sébastien Le Preste de Vauban (1633-1707) desde 1655. genial colaborador ocupó durante un largo periodo importantes cargos y se distinguió tanto por su independencia de juicio como por sus extraordinarias dotes de ingeniero. Miembro de la pequeña nobleza, llegó a ser mariscal de Francia. Ingeniero hidráulico y urbanista, economista y sociólogo, Vauban fue uno de los más altos representantes de la nueva mentalidad racionalizadora al servicio de la construcción del estado. Modernizando o implantando cerca de trescientas fortificaciones diversas, erigió un auténtico telón alrededor del reino.
Luis XIV se apasionó por las operaciones bélicas, en particular por el ataque y la defensa de las plazas fuertes, pero se interesó poco por la flota y por la expansión marítima. La Inglaterra de Cromwell era más consciente de la importancia de la presencia en los mares y de los asentamientos coloniales. Fue en el siglo XVII cuando se estructuró y articuló el dominio de las potencia europeas sobre el resto. Richelieu fue consciente de la apuesta positiva que representaban los océanos, intentando favorecer la colonización de América del Norte y la construcción de una embrionaria flota. Por voluntad del ministro Colbert, entre 1661 y 1674 fue creada casi de la nada por una potente flota de sesenta barcos de línea regular, cada uno armado con 74 cañones. Francia tuvo que hacer frente a sus enemigos también en el mar: en Beveziers (julio 1690), el almirante Tourville, al mado de más de setenta unidades mayores, obligó a huir a la escuadra anglo-holandesa mandada por Torrington. Se construyeron cuatro nuevos y grandes arsenales: Dunkerque, Brest, Rochefort Y Tolón, mientras que Marsella seguía siendo base de las galeras. Sin embargo, el interés naval de Francia siguió siendo insuficiente. Ls miras de Colbert chocaron con las ideas de Louvois, quien hizo lo posible para dar prioridad a las exigencias del ejército. Se dio un gran desarrollo a las defensas costeras (obra de Vauban), pero los gastos militares se revelaron superiores a su capacidad, fue necesario anteponer las exigencias terrestres que parecían primordiales, ya que los barcos de segundo orden, con cincuenta cañones, no podían imponerse, se utilizaron en la guerra de corsarios y se les asignó defender las costas atlánticas de pequeñas flotas de galeras. Tenía la marina el inconveniente de dos frentes de lucha —atlántico y mediterráneo— que le obligaba a dividir sus fuerzas, sin que una pudiese fácil y eficazmente unirse a la otra.
Aunque la lucha naval fue un rotundo fracaso, Luis XIV aspiró a la supremacía no sólo europea, sino también intercontinental.
Las guerras de Luis XIV
El Rey Sol concentró la mayor parte de sus fuerzas en la persecución principal de una hegemonía europea. El primer conflicto largo de su reinado fue la llamada guerra de «devolución» (1667-1668) que estuvo precedida por la contienda en el mar de las Provincias Unidas con Inglaterra (1664-1667) que el tratado de Breda puso fin sancionando la pérdida de la colonia americana de Nueva Holanda en beneficio de Inglaterra y que no había sido aún firmada cuando Luis XIV inició las hostilidades contra España. Sostenía que su consorte María Teresa, como hija del primer matrimonio de Felipe IV, era heredera legítima de los Países Bajos meridionales, las Provincias Unidas lograron formar una triple alianza con Inglaterra y Suecia (23 de enero de 1668) que repercutió en perjuicio de Luis XIV que había conquistado el Franco Condado y tuvo que restituirlo en el tratado de Aquisgrán ( 2 de mayo de 1668) y en compensación conservó las plazas ocupadas en los Países Bajos españoles (Lille, Courtrai, Douai, Charleroi, etc).
El rey francés mantuvo un fuerte resentimiento hacia las Provincias Unidas ya que además su flota mercantil dominaba gran parte del tráfico entre los puertos franceses del atlántico y los del Báltico. Desde 1659, el gobierno de Luis XIV había decidido aplicar una onerosa medida proteccionista consistente en un impuesto de 40 sueldos por tonelada de cada nave que hiciera escala en Francia, además Colbert había instaurado desde 1664 un sistema de derechos aduaneros que implicaba aumentos del 100 % sobre ciertos artículos. Los Estados Generales de las Provincias Unidas adoptaron contramedidas: el 2 de enero de 1671 prohibieron los aguardientes franceses y aumentaron los derechos de aduana sobre los tejidos importados de Francia. A los cinco días el Consejo del Rey Sol respondió aumentando las tarifas aduaneras sobre los arenques y las especias holandesas.
En previsión de la guerra, Luis XIV, gracias a la concesión de subsidios financieros, consiguió disolver la triple alianza y se aseguró la neutralidad del emperador Leopoldo I, el apoyo del Elector de Baviera y el apoyo de la armada de los ingleses. Una vez iniciadas las hostilidades, el almirante holandés Ruyter no vaciló en atacar a la flota anglofrancesa y la derrotó en Yarmouth (7 de junio de 1672). En el frente terrestre, ante el avance inicial de Tuerenne y de Condé —al mando de 120.000 hombres—, las Provincias Unidas tomaron la decisión de abrir las exclusas y provocar la inundación del país, con lo que el rey dio la orden de abandonar el territorio invadido. Poco después Inglaterra se separó de él y firmó la paz con las Provincias Unidas (19 de febrero de 1674) y se ponían a favor de éstas, rompiendo la neutralidad tanto el emperador como el Elector de Brandeburgo, Federico Guillermo, quienes ayudados por los daneses además de los holandeses infligieron una grave derrota a los suecos, aliados de Francia. Luis XIV se enfrentó a los españoles disputando la posesión de Sicilia, los comandantes de las flotas —el duque de Vivonne y Duquesne— consiguieron éxitos sobre las flotas españolas y holandesas en las inmediaciones de Stromboli, de Lípari y de Augusta.
Una serie de tratados fue firmada en Nimega entre agosto de 1678 y febrero de 1679, Francia además del Franco Condado, obtuvo una vez más a costa de los Países Bajos españoles importantes localidades fronterizas (Cambrai, Valenciennes; Maubeuge e Ypres), a cambio de la restitución a España de otras plazas (Courtrai y Charleroi). Pero frente alas Provincia Unidas no salió victoriosa y se alejó definitivamente de ellas.
El siglo XVII debía terminar con un conflicto general europeo, provocado una vez más por el monarca francés. Desde Nimega, estableció buenas relaciones con otras potencias, firmó una paz con el emperador Leopoldo I (26 febrero de 1679), mientras acordaba la paz entre Suecia, por un lado, y Dinamarca y Brandeburgo, por otro. Al cabo del tiempo, Louvois persuadió a Luis XIV para anexionar una serie de localidades de las fronteras del noroeste, obtenidas con el procedimiento llamado de las «reuniones», que determinadas plazas de reciente cesión se entendían anexionadas con todas sus dependencias, este blindaje fue seguido por la ocupación militar que se produjo entre 1679 y 1681, las reacciones no podían faltar sobre todo cuando los franceses se apoderaron de Estrasburgo (1681) y Casale.
La repuesta fue la gran victoria que las tropas reunidas de Juan Sobieski, rey de Polonia, y de Leopoldo I consiguieron ante Viena contra los turcos que la habían sitiado (12 de septiembre de 1683). El emperador estipuló con Luis XIV la paz de Ratisbona, (15 de agosto de 1684) lo que le permitió lanzar la contraofensiva antiotomana y se apoderó de Buda y de Belgrado. Tan ampliar tan extensamente sus dominios, el emperador estableció con España y Sueciala liga de Ausburgo (9 de julio de 1686) con clara función antifrancesa, al año siguiente se unía Brandeburgo cuyas tropas corrían en defensa de Colonia. La gran coalición contra Luis XIV fue completada entre 1689 y 1690 con la adhesión de las Provincias Unidas y de Inglaterra.
Luis XIV rompió las hostilidades en otoño de 1688, con la invasión del Palatinado. La guerra, contrariamente a sus previsiones, duró casi una década. Las atrocidades cometidas exasperaron a los príncipes del Imperio. El mariscal de Luxemburgo logró en Fleurus una clara victoria sobre las tropas españolas, alemanas y holandesas (1 de julio de 1690). En agosto de 1690, Catinat infligía una dura derrota en Staffarda a Víctor Amadeo II de Saboya (que había abandonado la alianza con el Rey Sol) e invadía el Piamonte. Al año siguiente, tras vencer a los turcos, el emperador dirigió sus tropas contra los ejércitos de Luis XIV. La guerra siguió siendo alterna: la flota francesa fue derrotada en la bahía de La Houge (1692), el mariscal de Luxemburgo batió a las fuerzas de Guillermo III de Orange en Stenkerke (octubre de 1692) y luego en Neerwinden (julio 1693), la flota francesa fue obligada a retroceder en Tolón. Los corsarios holandeses dañaban el comercio de los marselleses en Levante. Finalmente Luis XIV buscó el acuerdo con Víctor Amadeo II y se tendió al cese de las hostilidades, siendo estipulado un armisticio entre Francia y Saboya por un lado y España y el Imperio, por otro.
En Ryswick, entre septiembre y octubre de 1697, se restablecieron las cláusulas estipuladas en Nimega, lo que suponía un duro golpe para Francia que tuvo que restituir Luxemburgo y otras plazas ocupadas durante la guerra. Las Provincias Unidas se establecieron en las guarniciones de Courtrai, Ath, Mons, Charleroi y Luxemburgo. El emperador fue el último en firmar la paz tras la dificultad de definir la suerte de Estrasburgo.
El rey francés, que se consideraba invicto, no tardaría en inaugurar el nuevo siglo con otra guerra, al tenerse por invencible. En febrero de 1699 moría el que por negociación habría tenido que suceder a Carlos II de España, éste en vísperas de su muerte y presionado por el Consejo de Estado hizo testamento a favor de un sobrino de Luis XIV, Felipe de Borbón (2 de octubre de 1700). La larga guerra que no tardó en iniciarse tomó precisamente el nombre de guerra de sucesión de España.
Extinta la rama de los Habsburgo españoles, se encontraron como candidatos Felipe, duque de Anjou, segundo hijo del delfín de Francia y un Habsburgo: el segundo hijo del emperador Leopoldo I, el archiduque Carlos.
Luis XIV promovió la candidatura de su sobrino, además de otorgarle el derecho a sucederle en Francia, al que ya había presentado como rey de España, e hizo que éste le otorgara una concesión de poder para gobernar en su nombre los Países Bajos e hizo capturar a los delegados que tenían las Provincias Unidas según el tratado de Ryswick. Las potencias europeas acusaron el golpe. El rey francés fue más allá y en 1701, a la muerte del ex rey Jacobo II Estuardo, declaró reconocer como heredero legítimo al trono inglés a su hijo Jacobo III, de confesión católica. A la primavera siguiente se constituyó una coalición antifrancesa entre Inglaterra, las Provincias Unidas y el Imperio. Gran parte de Europa se convirtió en escenario de un conflicto que en verdad no era puramente dinástico, sino que concernía a relaciones de preeminencia, tanto económica como política, a escala mundial y se manifestó claramente cuán grande era la importancia del dominio de los mares y cuán relativamente limitado el predominio terrestre, ene l que confiaba sobre todo Francia.
Los varios años de guerra fueron ricos en vicisitudes alternas y en cambios totales en el orden militar y diplomático. Desde 1703 Portugal y Saboya pasaron del campo de Luis XIV al del adversario. En 1704, dos condottieri aliados —el caudillo de Marlborough y el príncipe Eugenio de Saboya— derrotaban a los franceses en Blenheim (13 de agosto de 1704) y una flota inglesa se apoderaba de Gibraltar (4 de agosto de 1704). El pretendiente Habsburgo, desembarcado en Lisboa, se dirigía a Madrid (donde entraría en junio de 1706). En septiembre de 1705 la flota inglesa había ocupado Barcelona y se apoderó de Menorca y Mahón. En el frente terrestre, Francia resistía mejor, aunque sus tropas habían sido derrotadas por el príncipe Eugenio en Turín /7 de septiembre de 1705) y por Marlborough en Ramillies (mayo de 1706). Los españoles mantenían la causa de su soberano borbónico, Felipe V, que tras una primera entrada en Madrid se instaló en ella definitivamente después de la victoria de Villaviciosa (10 de septiembre de 1710). La ofensiva de Marlborough y Eugenio de Saboya en Francia fue detenida en la sangrienta batalla de Malplaquet (11 de septiembre de 1709). El mariscal francés Villars derrotaría en Denain (24 de septiembre de 1712) al ejército del príncipe Eugenio.
Los contendientes habían intentado negociaciones de paz aunque sin éxito, pero un inesperado acontecimiento resultó decisivo: la muerte de José I, sucesor de Leopoldo I y la subida al trono del archiduque Carlos (pretendiente al trono español) y como estaban dispuestos a que el mismo Habsburgo gobernase en Madrid y Viena, los ingleses se inclinaron entonces por Felipe de Borbón mediante acuerdo ratificado en Londres el 8 de octubre de 1711. Inglaterra, le verdadera vencedora del largo enfrentamiento, asumió el papel de mediadora y consiguió hacer aceptar a las Provincias Unidas las condiciones de un acuerdo. El emperador se resignó a ello y de este modo la paz, oficialmente firmada en Utrech (2 de abril de 1713) entre Luis XIV e Inglaterra siguió en Rastadt (6 de marzo de 1714) la acordada entre el emperador y el Rey Sol.
Luis XIV tuvo la satisfacción de ver a su sobrino en el trono español y admitir que el trono inglés esperaba a un monarca protestante. Se produjo la separación efectiva de las dos coronas: la de Francia y la de España. Felipe V no podía conceder a los franceses privilegios comerciales o marítimos mayores que a los súbditos de otros países, siendo así los ingleses los más favorecidos. Los Países Bajos pasaban de soberanía española a austíaca que se extendía al estado de Milán, ducado de Mantua, reino de Nápoles y a Cerdeña. La degradación de su poderío era más evidente en ultramar, sus asentamientos en el estuario de San Lorenzo estaban rodeados por vastas regiones que habían tenido que ceder a los ingleses (Acadia, la bahía de Hudson y la isla de Terranova).
Los ingleses había hecho crecer enormemente su marina, Londres fue sustituyendo a Ámsterdam en la función de primer centro económico internacional y la libra esterlina suplantaba al florín holandés. La bandera británica ondeaba en todo el globo. Los tratados habían confirmado para Inglaterra la posesión de Gibraltar y Menorca. Se habían establecido en Santa Elena (1651), en la Costa de Oro africana (1667), Bombay (1668), afin del siglo XVII en Indonesia y Calcuta. Inglaterra llegaba así a la cumbre de su predominio, pues podía controlar los destinos de Europa e imponer su propia supremacía en casi todos los mercados principales.
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