La antropología política ha pasado de la investigación de las sociedades remotas (informes sobre formas arcaicas de poder) al estudio de las interdependencias entre las sociedades remotas y modernas y de las transformaciones que afectan a los procesos políticos tradicionales.
La antropología partió de las taxonomías de los sistemas políticos para orientarse a las prácticas y gramáticas del poder y sus manifestaciones. Resalta la imbricación entre poder, ritual y símbolos.
El reparto de los campos de estudio:
A partir de los años 70 esta diferenciación entre antropólogos y politólogos va desapareciendo, y surgen temas de estudio relacionados con el interés por parte de los antropólogos por la sociedades occidentales desarrolladas. Considerada la política como un fenómeno dinámico difícil de taxonomizar, combina (siguiendo la definición de Swartz, Turner y Tuden) tres elementos en una misma dinámica: el poder, la determinación y realización de objetivos colectivos, y la existencia de una esfera de acción política, pero olvida el aspecto territorial.
Un enfoque antropológico de la política debería combinar 3 tipos de interés: interés por el poder, el modo de acceder a él y de ejercerlo; interés por el territorio, las identidades que se afirman en él, los espacios que se delimitan; y el interes por las representaciones, las practicas que conforman la esfera de lo publico.
El análisis del poder en nuestras sociedades estatistas implica hacer coincidir las instituciones y la sociedad, sin cosificar el poder, planteando la cuestión del “cómo” se ejerce (Foucault) e investigando sus raíces allí donde se ejerce, en la sociedad. Se parte, por tanto de las practicas políticas.
Para saber cómo emerge el poder desde lo social es necesario saber las condiciones en las que emergió este poder, entendiéndolo como aptitud para gobernar y reflejado en la “representatividad” (discrepancia con Foucault, quien rechaza la representatividad y la legitimidad del poder).
En relación con la representación política, las dos cuestiones del acceso al poder y del ejercicio del mismo se plantean como indisociables. Acceso a través de la elección. La elección convierte al ciudadano en representante, en mandatario, cualidad que le da derecho a actuar sobre las acciones de los demás (poder). El representante media entre individuo y grupo. Según Bordieu, representación equivaldría a desprendimiento, alienación de voluntades a un tercero que unifica y garantiza la armonía colectiva.
Analizar la representación implica, por tanto, desmontar los mecanismos que hacen que los individuos se sometan al poder y sus símbolos. La antropología trata de comprender cómo el poder emerge y se afirma.
Instituciones y redes políticas
Inicialmente en los trabajos de campo de los antropólogos en las sociedades desarrolladas primó el estudio de la política local (el poder local), “microuniversos” como ámbito de la antropología política, lo periférico, interesándose casi exclusivamente en los aspectos tradicionales de la vida política.
Así, temas del gusto de los antropólogos eran las relaciones de poder y el clientelismo, formas de evolución y transmisión de las funciones políticas, investigaciones sobre las relaciones entre poder, parentesco y estrategias matrimoniales...
Reconstruir la trama de relaciones, de redes, de vínculos que se movilizan y que, como ocurre en el medio rural, hacen que en sus seno se transmitan las posiciones de elegibilidad (ser elegidos) a largo plazo.
Dichos conjuntos relacionales o redes políticas no son entidades fijas sino un conjunto de potencialidades actualizables si la situación concreta lo requiere (p. Ej., en la tesitura del voto).
Escenificaciones de lo político
El orden político, el poder representa (vuelve a presentar, a escenificar, el universo del que procede). Es pertinente para el antropólogo el estudio de los símbolos y los ritos del poder en las sociedades remotas, la dramaturgia política, las “liturgias políticas” y las escenificaciones del poder para entender las simbolizaciones modernas, el conjunto de rituales que trazan un círculo mágico en torno a los gobernantes.
En estas escenificaciones el concepto de representatividad implica una relación intima entre legitimidad y territorio, con discurso y ritos que apelan a la nación, a la bandera, etc. Ritos que operan políticamente de un doble modo: expresan la cohesión de los gobernados y reafirman la aceptación colectiva del poder establecido. Mítines y manifestaciones callejeras también son rituales esenciales de la vida política, de confrontación, de demostración de poder. Al igual que los rituales de consenso, estos rituales de confrontación exigen presencia física de los protagonistas, están localizados, tienen secuencias, combinan lenguaje verbal y no verbal (símbolos), remiten al algo trascendente evocado en el discurso o los símbolos.
Ritual por tanto, fragmentación y repetición por un lado, dramatización por otro, funcionando los cuatro ingredientes:
Sacralidad /Territorio /Primacía de los símbolos / Valores colectivos
El espectáculo político es inseparable del desarrollo de los grandes medios de comunicación. La vida política se somete a las reglas del juego mediático (buen politico=buen comunicador), que tiene como consecuencias la trivialización del acto o desgaste a base de la repetición de imágenes, rostros y discursos políticos. La tv se ha convertido en una forma de expresión que permite no solo retransmitir el acto sino crearlo (un ejemplo de ello fue el viaje del Papa J.P. II a Polonia al año de ser nombrado Papa, viaje que adquirió dimensión de acontecimiento planetario al estar inmerso en el universo televisivo y cuyas consecuencias políticas fueron muy importantes).
Encontramos diferencias notables entre la comunicación política moderna y los rituales de la escena política ancestral:
De lo post-nacional a lo multicultural
Actualmente los antropólogos tienden a reflexionar sobre las recomposiciones de los espacios políticos, analizando desde un enfoque pluridimensional los modos de inserción de los ciudadanos en el proceso político, pero sin abandonar el enfoque localizado (identidades locales).
La descripción de los hechos de poder en las culturas no occidentales no solo hace pensar que lo político se inscribe en sistemas de referencia diferentes del nuestro, sino que índice a reflexionar, desde un p. De v. Comparativo, sobre la coherencia de nuestras propias percepciones). De esta forma, la antropología de lo político se hace eco de la actualidad y los interrogantes del mundo contemporáneo movilizan a los antropólogos.
Mientras el modelo Estado-nación está en crisis, se evidencia una recomposición de los espacios políticos (p. Ej., la UE), que suscita una reflexión en profundidad sobre las pertenencias y las identidades políticas. Territorio, etnia, nación, aparecen con más intensidad. La afirmación de lo específico no debilita al estado sino que le obliga a incorporar dispositivos más complejos, lo que lleva al investigador a replantearse la cuestión del lugar de lo político.
Gellner y Anderson nos remiten a la necesidad de una reflexión en profundidad sobre las pertenencias y las identidades políticas, donde la temática de la construcción simbólica de la nación sea objeto de profundas investigaciones.
La noción de ciudadanía es una figura histórica singular de la relación entre lo individual y colectivo, que se suma a la idea de nación, en un espacio político que se esta transformando y que la antropología ha de analizar en el contexto de la mundialización, del reino de los medios de comunicación. Alteridad ya no es equivalente de lo remoto.
Salta por tanto al primer plano una cuestión política esencial: las relaciones interculturales, que alteran los espacios políticos.
Uno de los objetivos de la antropología política es informar de las consecuencias de esta mundialización en el funcionamiento de las organizaciones y las instituciones que gobiernan la economía y la sociedad.
El transnacionalismo condiciona las relaciones de poder y los referentes culturales. Aparecen nuevas configuraciones supranacionales que plantean nuevos interrogantes a los antropólogos: efectos de la desterritorialización, consecuencias de la confrontación entre identidades diferentes en una empresa política común, etc.
Los procesos de poder que traspasan las instituciones en unas organizaciones sociales y culturales cada vez más complejas se entenderán mejor partiendo de un enfoque que tenga en cuenta el entrecruzamiento de las relaciones de fuerza y sentido en un universo en plena mutación. Este es el desafío que la evolución del mundo moderno lanza a la antropología.
La antropología partió de las taxonomías de los sistemas políticos para orientarse a las prácticas y gramáticas del poder y sus manifestaciones. Resalta la imbricación entre poder, ritual y símbolos.
El reparto de los campos de estudio:
- Por un lado, sociedades si separación clara entre lo político y los otros aspectos de la realidad (remotas, exóticas).
- Y por otro, sociedades con diferenciación entre lo político y el resto (soc. modernas) en el enfoque antropológico ha permitido profundizar en el conocimiento de ambas.
A partir de los años 70 esta diferenciación entre antropólogos y politólogos va desapareciendo, y surgen temas de estudio relacionados con el interés por parte de los antropólogos por la sociedades occidentales desarrolladas. Considerada la política como un fenómeno dinámico difícil de taxonomizar, combina (siguiendo la definición de Swartz, Turner y Tuden) tres elementos en una misma dinámica: el poder, la determinación y realización de objetivos colectivos, y la existencia de una esfera de acción política, pero olvida el aspecto territorial.
Un enfoque antropológico de la política debería combinar 3 tipos de interés: interés por el poder, el modo de acceder a él y de ejercerlo; interés por el territorio, las identidades que se afirman en él, los espacios que se delimitan; y el interes por las representaciones, las practicas que conforman la esfera de lo publico.
El análisis del poder en nuestras sociedades estatistas implica hacer coincidir las instituciones y la sociedad, sin cosificar el poder, planteando la cuestión del “cómo” se ejerce (Foucault) e investigando sus raíces allí donde se ejerce, en la sociedad. Se parte, por tanto de las practicas políticas.
Para saber cómo emerge el poder desde lo social es necesario saber las condiciones en las que emergió este poder, entendiéndolo como aptitud para gobernar y reflejado en la “representatividad” (discrepancia con Foucault, quien rechaza la representatividad y la legitimidad del poder).
En relación con la representación política, las dos cuestiones del acceso al poder y del ejercicio del mismo se plantean como indisociables. Acceso a través de la elección. La elección convierte al ciudadano en representante, en mandatario, cualidad que le da derecho a actuar sobre las acciones de los demás (poder). El representante media entre individuo y grupo. Según Bordieu, representación equivaldría a desprendimiento, alienación de voluntades a un tercero que unifica y garantiza la armonía colectiva.
Analizar la representación implica, por tanto, desmontar los mecanismos que hacen que los individuos se sometan al poder y sus símbolos. La antropología trata de comprender cómo el poder emerge y se afirma.
Instituciones y redes políticas
Inicialmente en los trabajos de campo de los antropólogos en las sociedades desarrolladas primó el estudio de la política local (el poder local), “microuniversos” como ámbito de la antropología política, lo periférico, interesándose casi exclusivamente en los aspectos tradicionales de la vida política.
Así, temas del gusto de los antropólogos eran las relaciones de poder y el clientelismo, formas de evolución y transmisión de las funciones políticas, investigaciones sobre las relaciones entre poder, parentesco y estrategias matrimoniales...
Reconstruir la trama de relaciones, de redes, de vínculos que se movilizan y que, como ocurre en el medio rural, hacen que en sus seno se transmitan las posiciones de elegibilidad (ser elegidos) a largo plazo.
Dichos conjuntos relacionales o redes políticas no son entidades fijas sino un conjunto de potencialidades actualizables si la situación concreta lo requiere (p. Ej., en la tesitura del voto).
Escenificaciones de lo político
El orden político, el poder representa (vuelve a presentar, a escenificar, el universo del que procede). Es pertinente para el antropólogo el estudio de los símbolos y los ritos del poder en las sociedades remotas, la dramaturgia política, las “liturgias políticas” y las escenificaciones del poder para entender las simbolizaciones modernas, el conjunto de rituales que trazan un círculo mágico en torno a los gobernantes.
En estas escenificaciones el concepto de representatividad implica una relación intima entre legitimidad y territorio, con discurso y ritos que apelan a la nación, a la bandera, etc. Ritos que operan políticamente de un doble modo: expresan la cohesión de los gobernados y reafirman la aceptación colectiva del poder establecido. Mítines y manifestaciones callejeras también son rituales esenciales de la vida política, de confrontación, de demostración de poder. Al igual que los rituales de consenso, estos rituales de confrontación exigen presencia física de los protagonistas, están localizados, tienen secuencias, combinan lenguaje verbal y no verbal (símbolos), remiten al algo trascendente evocado en el discurso o los símbolos.
Ritual por tanto, fragmentación y repetición por un lado, dramatización por otro, funcionando los cuatro ingredientes:
Sacralidad /Territorio /Primacía de los símbolos / Valores colectivos
El espectáculo político es inseparable del desarrollo de los grandes medios de comunicación. La vida política se somete a las reglas del juego mediático (buen politico=buen comunicador), que tiene como consecuencias la trivialización del acto o desgaste a base de la repetición de imágenes, rostros y discursos políticos. La tv se ha convertido en una forma de expresión que permite no solo retransmitir el acto sino crearlo (un ejemplo de ello fue el viaje del Papa J.P. II a Polonia al año de ser nombrado Papa, viaje que adquirió dimensión de acontecimiento planetario al estar inmerso en el universo televisivo y cuyas consecuencias políticas fueron muy importantes).
Encontramos diferencias notables entre la comunicación política moderna y los rituales de la escena política ancestral:
- la comunicación política moderna prima la innovación, la renovación del soporte, a falta de mensaje, en tanto que el ritual político siempre hace referencia a una tradición.
- la comunicación política moderna acentúa la individualidad, en tanto que en el ritual lo importante no es el oficiante sino los símbolos, el sistema de valores.
- la comunicación política moderna es desterritorializada, el líder si quiere comunica el mensaje al planeta, en tanto que en el ritual esta presente el factor territorio.
De lo post-nacional a lo multicultural
Actualmente los antropólogos tienden a reflexionar sobre las recomposiciones de los espacios políticos, analizando desde un enfoque pluridimensional los modos de inserción de los ciudadanos en el proceso político, pero sin abandonar el enfoque localizado (identidades locales).
La descripción de los hechos de poder en las culturas no occidentales no solo hace pensar que lo político se inscribe en sistemas de referencia diferentes del nuestro, sino que índice a reflexionar, desde un p. De v. Comparativo, sobre la coherencia de nuestras propias percepciones). De esta forma, la antropología de lo político se hace eco de la actualidad y los interrogantes del mundo contemporáneo movilizan a los antropólogos.
Mientras el modelo Estado-nación está en crisis, se evidencia una recomposición de los espacios políticos (p. Ej., la UE), que suscita una reflexión en profundidad sobre las pertenencias y las identidades políticas. Territorio, etnia, nación, aparecen con más intensidad. La afirmación de lo específico no debilita al estado sino que le obliga a incorporar dispositivos más complejos, lo que lleva al investigador a replantearse la cuestión del lugar de lo político.
Gellner y Anderson nos remiten a la necesidad de una reflexión en profundidad sobre las pertenencias y las identidades políticas, donde la temática de la construcción simbólica de la nación sea objeto de profundas investigaciones.
La noción de ciudadanía es una figura histórica singular de la relación entre lo individual y colectivo, que se suma a la idea de nación, en un espacio político que se esta transformando y que la antropología ha de analizar en el contexto de la mundialización, del reino de los medios de comunicación. Alteridad ya no es equivalente de lo remoto.
Salta por tanto al primer plano una cuestión política esencial: las relaciones interculturales, que alteran los espacios políticos.
Uno de los objetivos de la antropología política es informar de las consecuencias de esta mundialización en el funcionamiento de las organizaciones y las instituciones que gobiernan la economía y la sociedad.
El transnacionalismo condiciona las relaciones de poder y los referentes culturales. Aparecen nuevas configuraciones supranacionales que plantean nuevos interrogantes a los antropólogos: efectos de la desterritorialización, consecuencias de la confrontación entre identidades diferentes en una empresa política común, etc.
Los procesos de poder que traspasan las instituciones en unas organizaciones sociales y culturales cada vez más complejas se entenderán mejor partiendo de un enfoque que tenga en cuenta el entrecruzamiento de las relaciones de fuerza y sentido en un universo en plena mutación. Este es el desafío que la evolución del mundo moderno lanza a la antropología.
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