Distribución desigual de la población
Durante gran parte de la historia de la humanidad la población creció muy despacio, para acabar creciendo en los últimos 200 años de forma vertiginosa. La población actual es el resultado de una dinámica demográfica en la que intervienen procesos como el desarrollo económico diferencial, la mortalidad catastrófica, los avances de la medicina y la movilidad espacial.
Hoy, la población ocupa el planeta de forma muy desigual. En la Tierra viven más de 6.000 millones de personas y está previsto que se superen los 8.000 millones en el año 2025. Asistimos a una verdadera explosión demográfica que constituye el acontecimiento más revolucionario de nuestro tiempo.
Junto a verdaderos hormigueros humanos, existen grandes vacíos demográficos. Se explican fundamentalmente por razones de tipo económico y climático. Las regiones polares, la alta montaña, los desiertos y los bosques ecuatoriales son medios hostiles que dificultan el poblamiento. No obstante, el hombre ha sido capaz de adaptarse a sus duras condiciones de vida en situaciones extremas (esquimales, tuaregs, bosquimanos).
Ahora los avances técnicos permiten modificar localmente algunas de estas condiciones (oasis artificiales, estaciones experimentales en los polos o explotaciones forestales en plena selva). La mitad de la humanidad vive en la zona templada del hemisferio norte con las mayores concentraciones en la fachada occidental de Europa, cuenca mediterránea, costa oriental de América del Norte y este de Asia. Son zonas de grandes densidades de población por diferentes causas. En los casos de Europa y América del Norte por una fuerte y temprana industrialización, y en Asia por una agricultura tradicional intensiva y por el impacto de la reciente industrialización. También en las zonas tropicales existen grandes masas de población que se justifican por una antiquísima ocupación del territorio unida a una agricultura intensiva de regadío sobre todo en los valles y deltas de los grandes ríos.
Crecimiento de la población
La diferencia entre los que nacen y mueren y el peso de los movimientos migratorios explican el crecimiento de la población. La natalidad es un hecho diferencial que se relaciona con aspectos sociales, económicos y comportamientos religioso-culturales. Sus tasas más altas corresponden a los países del Tercer Mundo por el subdesarrollo y por la especial incidencia de la religión.
En esas mismas áreas se registran también las mayores tasas de mortalidad general e infantil, a pesar de que la difusión de los avances técnicos y las conquistas en el campo de la medicina favorecen un descenso espectacular de la mortalidad en el mundo entero acortando las desigualdades entre unas y otras regiones.
Una de sus principales consecuencias es el aumento de la esperanza de vida aunque todavía existen diferencias que oscilan entre los 44 años en los países menos evolucionados hasta los 78 en los más desarrollados.
El modelo de Transición Demográfica
El interés por interpretar de forma teórica la evolución de la población ha dado lugar a modelos como el de la Transición Demográfica, que explica la dinámica poblacional a través de 3 etapas: Antigua, de Transición y Moderna.
La 1ª etapa coincide con el ciclo demográfico antiguo. Presenta una natalidad y mortalidad muy elevadas, en ambos casos con tasas superiores al 40 por mil. Son frecuentes episodios de mortalidad catastrófica debido a guerras, epidemias y crisis de subsistencia (malas cosechas, ineficacia en la comercialización de los alimentos). Todo ello limitaba el crecimiento de la población, la esperanza de vida era muy baja y la mortalidad infantil especialmente elevada. Por eso, era obligado tener un gran número de hijos. Esta fue la situación generalizada en Europa hasta finales del s. XVIII en que el comienzo de la revolución agrícola permitió una mejor alimentación y el alejamiento del fantasma del hambre.
La etapa de Transición se caracteriza por la existencia de tres fases durante las que la natalidad desciende bruscamente del 40 al 20 por mil. La mortalidad se sitúa también entorno a esa cifra, el número de hijos pasa de 6 a 2 y la esperanza de vida aumenta considerablemente. La primera fase de la etapa de transición coincide con el ciclo demográfico moderno y la 1ª Revolución Industrial. La mortalidad catastrófica desaparece, la infantil disminuye rápidamente gracias a la mejora de la alimentación, viviendas, saneamiento y avances en la medicina, mientras las tasas de natalidad se mantienen elevadas. En la fase intermedia la mortalidad desciende aceleradamente y la natalidad empieza a disminuir, es el período de explosión demográfica en el que la emigración fue la única espita que sirvió de válvula reguladora al crecimiento poblacional. Millones de europeos se dirigieron hacia espacios poco poblados de otros continentes. En la fase final, la mortalidad sigue disminuyendo aunque a ritmo lento y la natalidad desciende fuertemente, el crecimiento de la población es muy pequeño.
Tendencia que se mantiene en la etapa Moderna debido a bajísimas tasas de mortalidad (en torno al 10 por mil) y al paulatino descenso de la natalidad (por debajo del 15 por mil). Ahora la débil mortalidad y el aumento espectacular de la esperanza de vida favorecen el envejecimiento de la población, el crecimiento se estanca y en situaciones extremas se entra en una fase regresiva en la que las tasas de natalidad y de fecundidad no aseguran el relevo generacional. Se inicia entonces una etapa de involución demográfica.
Como conclusión, el modelo de Transición Demográfica explica la evolución de la población en cualquier país del mundo pero la duración y cronología de sus diferentes etapas son distintas según el grado de desarrollo socioeconómico.
Movilidad de la población
El contraste entre el fuerte crecimiento demográfico del Tercer Mundo y el estancamiento poblacional de los países desarrollados da especial importancia a los movimientos migratorios. Estos movimientos se clasifican en recurrentes y no recurrentes. Los movimientos migratorios recurrentes no implican ruptura con el pasado y comprenden aquellos que se repiten y son rutinarios, como entradas y salidas, transportes diarios, semanales o estacionales. También son formas de este tipo de movilidad el nomadismo, los desplazamientos estacionales de trabajadores eventuales, los viajes de turismo, los Juegos Olímpicos o las peregrinaciones.
Los movimientos no recurrentes son aquellos que significan un cambio definitivo y una ruptura con el pasado. Suponen la interrupción de las actividades en un lugar y su reorganización en otro. Las causas que han impulsado las migraciones a lo largo de la historia han sido fundamentalmente políticas, económicas y religiosas. No obstante, la clave de las migraciones modernas se encuentra en el cambio tecnológico iniciado en Europa. A partir de los s. XVI y XVII el mundo empezó a convertirse en una gran red migratoria regida por un único grupo de estados tecnológicamente en vanguardia. La implantación universal de esta red permitió a los estados europeo iniciar la Rev. Industrial consolidando así su predominio inicial. Entre 1800 y 1924 cerca de 60 millones de europeos abandonaron el continente.
La emigración estimuló la evolución sociocultural difundiendo innovaciones y encontrando soluciones para la adaptación de los grupos humanos a las diferentes condiciones medioambientales. El rumbo de las corrientes migratorias se ha ido alterando gradualmente. En lugar de fluir de los países poblados a los menos poblados como en el pasado ahora se dirigen desde todas partes hacia los países más desarrollados y estables políticamente. En definitiva, los desplazamientos de población reflejan la imagen de un mundo en plena transformación política y económica, donde las ciudades polarizan los flujos inmigratorios y encuentran en ellos la principal razón de su crecimiento. En las áreas de salida la emigración provoca envejecimiento, caída de la natalidad, aumento de la mortalidad, conservadurismo político y descenso de la productividad. En las áreas de acogida la inmigración supone una inyección de rejuvenecimiento que conlleva aumento de la natalidad, de la esperanza de vida y de la productividad. Como contrapartida se agravan los problemas de vivienda, sanidad y educación. Son frecuentes los conflictos convivenciales y de integración. Por eso, los Estados regulan la inmigración de acuerdo a normas internas y acuerdos internacionales que no siempre se respetan.
Estructura de la población
La importancia del hecho demográfico por sus implicaciones políticas, económicas y sociales de todo tipo convierten al estudio de la estructura de la población en motivo central de interés. En la estructura de la población intervienen diferentes variables entre las que destacan la distribución por grupos de edad, por sexos y por actividad económica. Todas ellas son variables que pueden ser observadas a través de las pirámides de población que muestran el estado de una sociedad en un momento dado. Cualquier acontecimiento excepcional como migraciones, guerras, catástrofes naturales o epidemias queda reflejado de forma gráfica.
La simple forma de la pirámide indica si la población es progresiva, estable o regresiva. La primera es la de base más ancha, corresponde a una población joven de elevada fecundidad, altas tasas de natalidad y mortalidad moderada (países subdesarrollados). La segunda, de forma ojival, corresponde a una población que crece poco. La base es más reducida y existe menor diferencia entre jóvenes y adultos. Las tasas de natalidad y mortalidad tienen valores parecidos y no han experimentado variación a lo largo de mucho tiempo. La última pirámide muestra una base muy estrecha como resultado de unas tasas de fecundidad y natalidad inferiores a las de mortalidad. La renovación generacional no está asegurada y la población es regresiva. En esta situación se encuentran la mayoría de los países desarrollados.
La juventud o vejez de la población se expresa también mediante índices que relacionan los tres grupos de edad: jóvenes, adultos y viejos. En general, se considera población joven cuando los menores de 15 años representan el 35% o más de sus efectivos, y vieja cuando los mayores de 65 años suponen el 10 o más del total.
Uno de los índices más utilizados es el de Veyret-Vernet. A partir de la relación entre los mayores de 60 años y los menores de 20 años, considera que un país es joven cuando los valores resultantes son inferiores a 0’4 y viejo cuando son superiores a 0’5. Las diferencias existentes en la distribución por sexo de la población son también muy acusadas y sus consecuencias importantes. Según se trate de hombres o de mujeres, son distintas las facilidades de acceso al empleo, la remuneración por idéntico trabajo, la asignación de papeles sociales y la movilidad social. Estas diferencias tienden a desaparecen en las sociedades más evolucionadas pero todavía son muy fuertes en el Tercer Mundo.
Políticas de población
La necesidad de corregir los desequilibrios entre población y recursos y el deseo de mejorar los niveles de bienestar son las principales motivaciones que impulsan las diferentes políticas de población. Ya Malthus, a finales del s. XVIII, destacó por primera vez los graves problemas que amenazaban a la humanidad si la población crecía más deprisa que los recursos económicos. Apoyándose en estos planteamientos se suceden desde entonces políticas que propugnan el control del crecimiento demográfico (antinatalistas). Por otro lado, intereses nacionalistas y planteamientos religiosos han impulsado siempre actitudes y políticas populacionistas.
Hoy se considera que la población mundial no crecerá indefinidamente, sino que entrará en una fase de estancamiento generalizado y de posterior envejecimiento en la segunda mitad del s. XXI. En los países desarrollados, fuertemente envejecidos, se pasa de favorecer el control de natalidad, la despenalización del aborto y la esterilización a defender el aumento de la fecundidad con medidas como incentivos financieros y fiscales, ayudas en especie y permisos de paternidad.
En los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, en fase de explosión demográfica, las políticas varían desde acciones dirigidas a disminuir la mortalidad y mejorar la distribución espacial de la población al apoyo de actitudes claramente antinatalistas como la elevación de la edad al matrimonio y el control de la fecundidad.
Conclusión
En cualquier caso, crecimiento demográfico y desigual distribución de la población constituyen dos de los principales desafíos a los que tienen que hacer frente las sociedades actuales.
Durante gran parte de la historia de la humanidad la población creció muy despacio, para acabar creciendo en los últimos 200 años de forma vertiginosa. La población actual es el resultado de una dinámica demográfica en la que intervienen procesos como el desarrollo económico diferencial, la mortalidad catastrófica, los avances de la medicina y la movilidad espacial.
Hoy, la población ocupa el planeta de forma muy desigual. En la Tierra viven más de 6.000 millones de personas y está previsto que se superen los 8.000 millones en el año 2025. Asistimos a una verdadera explosión demográfica que constituye el acontecimiento más revolucionario de nuestro tiempo.
Junto a verdaderos hormigueros humanos, existen grandes vacíos demográficos. Se explican fundamentalmente por razones de tipo económico y climático. Las regiones polares, la alta montaña, los desiertos y los bosques ecuatoriales son medios hostiles que dificultan el poblamiento. No obstante, el hombre ha sido capaz de adaptarse a sus duras condiciones de vida en situaciones extremas (esquimales, tuaregs, bosquimanos).
Ahora los avances técnicos permiten modificar localmente algunas de estas condiciones (oasis artificiales, estaciones experimentales en los polos o explotaciones forestales en plena selva). La mitad de la humanidad vive en la zona templada del hemisferio norte con las mayores concentraciones en la fachada occidental de Europa, cuenca mediterránea, costa oriental de América del Norte y este de Asia. Son zonas de grandes densidades de población por diferentes causas. En los casos de Europa y América del Norte por una fuerte y temprana industrialización, y en Asia por una agricultura tradicional intensiva y por el impacto de la reciente industrialización. También en las zonas tropicales existen grandes masas de población que se justifican por una antiquísima ocupación del territorio unida a una agricultura intensiva de regadío sobre todo en los valles y deltas de los grandes ríos.
Crecimiento de la población
La diferencia entre los que nacen y mueren y el peso de los movimientos migratorios explican el crecimiento de la población. La natalidad es un hecho diferencial que se relaciona con aspectos sociales, económicos y comportamientos religioso-culturales. Sus tasas más altas corresponden a los países del Tercer Mundo por el subdesarrollo y por la especial incidencia de la religión.
En esas mismas áreas se registran también las mayores tasas de mortalidad general e infantil, a pesar de que la difusión de los avances técnicos y las conquistas en el campo de la medicina favorecen un descenso espectacular de la mortalidad en el mundo entero acortando las desigualdades entre unas y otras regiones.
Una de sus principales consecuencias es el aumento de la esperanza de vida aunque todavía existen diferencias que oscilan entre los 44 años en los países menos evolucionados hasta los 78 en los más desarrollados.
El modelo de Transición Demográfica
El interés por interpretar de forma teórica la evolución de la población ha dado lugar a modelos como el de la Transición Demográfica, que explica la dinámica poblacional a través de 3 etapas: Antigua, de Transición y Moderna.
La 1ª etapa coincide con el ciclo demográfico antiguo. Presenta una natalidad y mortalidad muy elevadas, en ambos casos con tasas superiores al 40 por mil. Son frecuentes episodios de mortalidad catastrófica debido a guerras, epidemias y crisis de subsistencia (malas cosechas, ineficacia en la comercialización de los alimentos). Todo ello limitaba el crecimiento de la población, la esperanza de vida era muy baja y la mortalidad infantil especialmente elevada. Por eso, era obligado tener un gran número de hijos. Esta fue la situación generalizada en Europa hasta finales del s. XVIII en que el comienzo de la revolución agrícola permitió una mejor alimentación y el alejamiento del fantasma del hambre.
La etapa de Transición se caracteriza por la existencia de tres fases durante las que la natalidad desciende bruscamente del 40 al 20 por mil. La mortalidad se sitúa también entorno a esa cifra, el número de hijos pasa de 6 a 2 y la esperanza de vida aumenta considerablemente. La primera fase de la etapa de transición coincide con el ciclo demográfico moderno y la 1ª Revolución Industrial. La mortalidad catastrófica desaparece, la infantil disminuye rápidamente gracias a la mejora de la alimentación, viviendas, saneamiento y avances en la medicina, mientras las tasas de natalidad se mantienen elevadas. En la fase intermedia la mortalidad desciende aceleradamente y la natalidad empieza a disminuir, es el período de explosión demográfica en el que la emigración fue la única espita que sirvió de válvula reguladora al crecimiento poblacional. Millones de europeos se dirigieron hacia espacios poco poblados de otros continentes. En la fase final, la mortalidad sigue disminuyendo aunque a ritmo lento y la natalidad desciende fuertemente, el crecimiento de la población es muy pequeño.
Tendencia que se mantiene en la etapa Moderna debido a bajísimas tasas de mortalidad (en torno al 10 por mil) y al paulatino descenso de la natalidad (por debajo del 15 por mil). Ahora la débil mortalidad y el aumento espectacular de la esperanza de vida favorecen el envejecimiento de la población, el crecimiento se estanca y en situaciones extremas se entra en una fase regresiva en la que las tasas de natalidad y de fecundidad no aseguran el relevo generacional. Se inicia entonces una etapa de involución demográfica.
Como conclusión, el modelo de Transición Demográfica explica la evolución de la población en cualquier país del mundo pero la duración y cronología de sus diferentes etapas son distintas según el grado de desarrollo socioeconómico.
Movilidad de la población
El contraste entre el fuerte crecimiento demográfico del Tercer Mundo y el estancamiento poblacional de los países desarrollados da especial importancia a los movimientos migratorios. Estos movimientos se clasifican en recurrentes y no recurrentes. Los movimientos migratorios recurrentes no implican ruptura con el pasado y comprenden aquellos que se repiten y son rutinarios, como entradas y salidas, transportes diarios, semanales o estacionales. También son formas de este tipo de movilidad el nomadismo, los desplazamientos estacionales de trabajadores eventuales, los viajes de turismo, los Juegos Olímpicos o las peregrinaciones.
Los movimientos no recurrentes son aquellos que significan un cambio definitivo y una ruptura con el pasado. Suponen la interrupción de las actividades en un lugar y su reorganización en otro. Las causas que han impulsado las migraciones a lo largo de la historia han sido fundamentalmente políticas, económicas y religiosas. No obstante, la clave de las migraciones modernas se encuentra en el cambio tecnológico iniciado en Europa. A partir de los s. XVI y XVII el mundo empezó a convertirse en una gran red migratoria regida por un único grupo de estados tecnológicamente en vanguardia. La implantación universal de esta red permitió a los estados europeo iniciar la Rev. Industrial consolidando así su predominio inicial. Entre 1800 y 1924 cerca de 60 millones de europeos abandonaron el continente.
La emigración estimuló la evolución sociocultural difundiendo innovaciones y encontrando soluciones para la adaptación de los grupos humanos a las diferentes condiciones medioambientales. El rumbo de las corrientes migratorias se ha ido alterando gradualmente. En lugar de fluir de los países poblados a los menos poblados como en el pasado ahora se dirigen desde todas partes hacia los países más desarrollados y estables políticamente. En definitiva, los desplazamientos de población reflejan la imagen de un mundo en plena transformación política y económica, donde las ciudades polarizan los flujos inmigratorios y encuentran en ellos la principal razón de su crecimiento. En las áreas de salida la emigración provoca envejecimiento, caída de la natalidad, aumento de la mortalidad, conservadurismo político y descenso de la productividad. En las áreas de acogida la inmigración supone una inyección de rejuvenecimiento que conlleva aumento de la natalidad, de la esperanza de vida y de la productividad. Como contrapartida se agravan los problemas de vivienda, sanidad y educación. Son frecuentes los conflictos convivenciales y de integración. Por eso, los Estados regulan la inmigración de acuerdo a normas internas y acuerdos internacionales que no siempre se respetan.
Estructura de la población
La importancia del hecho demográfico por sus implicaciones políticas, económicas y sociales de todo tipo convierten al estudio de la estructura de la población en motivo central de interés. En la estructura de la población intervienen diferentes variables entre las que destacan la distribución por grupos de edad, por sexos y por actividad económica. Todas ellas son variables que pueden ser observadas a través de las pirámides de población que muestran el estado de una sociedad en un momento dado. Cualquier acontecimiento excepcional como migraciones, guerras, catástrofes naturales o epidemias queda reflejado de forma gráfica.
La simple forma de la pirámide indica si la población es progresiva, estable o regresiva. La primera es la de base más ancha, corresponde a una población joven de elevada fecundidad, altas tasas de natalidad y mortalidad moderada (países subdesarrollados). La segunda, de forma ojival, corresponde a una población que crece poco. La base es más reducida y existe menor diferencia entre jóvenes y adultos. Las tasas de natalidad y mortalidad tienen valores parecidos y no han experimentado variación a lo largo de mucho tiempo. La última pirámide muestra una base muy estrecha como resultado de unas tasas de fecundidad y natalidad inferiores a las de mortalidad. La renovación generacional no está asegurada y la población es regresiva. En esta situación se encuentran la mayoría de los países desarrollados.
La juventud o vejez de la población se expresa también mediante índices que relacionan los tres grupos de edad: jóvenes, adultos y viejos. En general, se considera población joven cuando los menores de 15 años representan el 35% o más de sus efectivos, y vieja cuando los mayores de 65 años suponen el 10 o más del total.
Uno de los índices más utilizados es el de Veyret-Vernet. A partir de la relación entre los mayores de 60 años y los menores de 20 años, considera que un país es joven cuando los valores resultantes son inferiores a 0’4 y viejo cuando son superiores a 0’5. Las diferencias existentes en la distribución por sexo de la población son también muy acusadas y sus consecuencias importantes. Según se trate de hombres o de mujeres, son distintas las facilidades de acceso al empleo, la remuneración por idéntico trabajo, la asignación de papeles sociales y la movilidad social. Estas diferencias tienden a desaparecen en las sociedades más evolucionadas pero todavía son muy fuertes en el Tercer Mundo.
Políticas de población
La necesidad de corregir los desequilibrios entre población y recursos y el deseo de mejorar los niveles de bienestar son las principales motivaciones que impulsan las diferentes políticas de población. Ya Malthus, a finales del s. XVIII, destacó por primera vez los graves problemas que amenazaban a la humanidad si la población crecía más deprisa que los recursos económicos. Apoyándose en estos planteamientos se suceden desde entonces políticas que propugnan el control del crecimiento demográfico (antinatalistas). Por otro lado, intereses nacionalistas y planteamientos religiosos han impulsado siempre actitudes y políticas populacionistas.
Hoy se considera que la población mundial no crecerá indefinidamente, sino que entrará en una fase de estancamiento generalizado y de posterior envejecimiento en la segunda mitad del s. XXI. En los países desarrollados, fuertemente envejecidos, se pasa de favorecer el control de natalidad, la despenalización del aborto y la esterilización a defender el aumento de la fecundidad con medidas como incentivos financieros y fiscales, ayudas en especie y permisos de paternidad.
En los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, en fase de explosión demográfica, las políticas varían desde acciones dirigidas a disminuir la mortalidad y mejorar la distribución espacial de la población al apoyo de actitudes claramente antinatalistas como la elevación de la edad al matrimonio y el control de la fecundidad.
Conclusión
En cualquier caso, crecimiento demográfico y desigual distribución de la población constituyen dos de los principales desafíos a los que tienen que hacer frente las sociedades actuales.
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