La demografía es la primera dimensión que hay que evocar, en ella se verificaron cambios bastante importantes que influyeron en casi todos los sentidos de la vida colectiva, aunque de forma específica en lo económico y en lo social. En este siglo existieron relaciones evidentes entre la demografía y la situación internacional en Europa, que registró un incremento notable de población, debido, en gran parte, a la mejora casi total de las condiciones higiénicas y en varios casos urbanas, además de una mayor incidencia de los conocimientos y de las prevenciones de naturaleza médica. Hay que señalar que las dos últimas oleadas de pestes afectaron a Europa precisamente al inicio del siglo XVIII, una invadiendo en los años 1708-1711 las regiones centroseptentrionales y la otra, en 1720-1721 particularmente el sur de Francia.
Parece que hasta el año 1740 aproximadamente el crecimiento de la población europea fue más bien irregular y probablemente no de gran entidad. A partir de 1760, en ciertas regiones como los Países Bajos, Alsacia y Prusia se asistió a reflujos parciales de la consistencia demográfica. Si se considera el caso francés, se puede poner de relieve una disminución entre 1690 y 1720 y una situación de estancamiento en las dos décadas siguientes. Los flujos en este sector estaban en relación con los comportamientos colectivos que en las distintas áreas se podían observar por lo que se refiere al matrimonio. En las zonas más occidentales de Europa se tiene más en cuenta las exigencias vinculadas con el nivel de vida: estas exigencias indujeron a veces a un índice más bajo de natalidad, pero por otra parte pudieron contribuir a hacer que las poblaciones aprovecharan en mayor grado las oportunidades ofrecidas por las nuevas tecnologías agrícolas e industriales. En esos países de Occidente persistía una costumbre que preveía un matrimonio bastante tardío y menos generalizado. En el este y sur de Europa, el matrimonio más bien precoz y casi universal generaba un número de hijos más elevado.
El fuerte incremento demográfico de las regiones del este y del noroeste europeos estuvo relacionado con la colonización de nuevas tierras y con el asentamiento de la población en zonas casi vírgenes. Debe mencionarse el caso de los habitantes de Rusia, que pasaron de doce millones desde 1690 a quince desde 1725 y treinta desde finales del siglo XVIII.
Otra situación que merece ser puesta de relieve es el caso de Inglaterra, donde los progresos de la higiene personal, familiar y urbana fueron indiscutiblemente notables. En este país el momento del matrimonio tendió a ser anticipado y, por otro, la revolución agrícola redujo claramente la incidencia de la carestía y aseguró un mejor aprovisionamiento alimenticio. El índice de natalidad se mantuvo alto a partir de 1720 y el de mortalidad descendió. La población excedente del campo se estableció en parte en centros urbanos costeros o del interior, se asistió así en Inglaterra a casos de rápidos incrementos de la población en varias ciudades: Londres paso de 575.000 hab. En 1700 a 948.000 en 1800, Edimburgo de 36.000 a 83.000, Manchester de 8.000 a 84.000, Glasgow de 13.000 a 70.000, etc.
En Italia la tendencia de las aglomeraciones corresponde a la regla normal de Occidente, la comparación de sus poblaciones con los centros ingleses resulta bastante elocuente: Nápoles pasó de 300.000 a 430.000, Roma de 135.000 a 153.000, Milán de 125.000 a 135.000, Turín de 40.000 a 82.000, Livorno de 23.000 a 53.000, etc. Con todo, la población global de la península italiana registró un incremento notable en el transcurso del siglo XVIII, pasando de trece millones en 1700 a diecisiete en 1770 y a veinte a partir de 1820.
También fue en aumento la población global de Francia que pasó en el transcurso del siglo XVIII de 19 a 26 millones: París pasó de 500.000 hab. En 1700 a 550.000 en 1800, Lyon de 97.000 a 109.000, Burdeos de 45.000 a 96.000, Nantes de 47.000 a 77.000, Ruán de 50.000 a 80.000, etc. Los aumentos notables se verificaron solamente en los puertos atlánticos, que se beneficiaron de las fortunas coloniales del país.
El proceso demográfico de los centros de área germánica estuvo caracterizado por el gran ascenso de sus capitales: Viena de 114.000 a 247.000, Berlín de 55.000 a 172.000, Hamburgo de 70.000 a 130.000, Frankfurt de 28.000 a 48.000, Augsburgo de 21.000 a 30.000, etc.
No muy diferente fue la evolución de las ciudades españolas: Madrid de 140.000 a 168.000, Barcelona de 34.000 a 100.000, Valencia de 50.000 a 80.000, Sevilla de 72.000 a 96.000, Cádiz de 40.000 a 70.000, etc. La población española pasó de 7.400.000 de 1750 a 10.400.000 en 1787, la del imperio de los Habsburgo ascendió a 24 millones gracias a la nuevas conquistas italianas y eslavas.
Polonia permitió al estado prusiano contar desde 1740 con cinco millones y medio. En cambio en antiguo establecimiento urbano de la región correspondiente a la actual Bélgica no siguió el ritmo europeo: Bruselas paso de 80.000 en 1700 a 60.000 en 1800, Amberes de 67.000 a 62.000, Gante de 52.000 a 55.000, Lieja de 45.000 a 55.000 y Brujas de 35.000 a 31.000.
En la parte oriental de Europa, destacamos: Moscú de 130.000 a 300.000, san Petersburgo de 2.000 a 220.000, Praga de 48.000 a 79.000, Varsovia de 40.000 a 60.000, Bucarest de 45.000 a 50.000, Dantzig de 40.000 a 37.000, etc.
Finalmente, es significativa la relación que en varios países europeos subsistía entre los miembros de la nobleza y el conjunto de la población. La más alta, entre 7 % y 18 % se encontraba en España, seguida por Hungría (4,6%) y Rusia (3 %). Mientras que en Italia, Francia e Inglaterra esa relación giraba alrededor del 1%. El extremo más bajo se registraba en Suecia (0,5 %). En el conjunto del continente, sobre 170-190 millones de habitantes, los nobles oscilaban entre los 4 y 5 millones.
Parece que hasta el año 1740 aproximadamente el crecimiento de la población europea fue más bien irregular y probablemente no de gran entidad. A partir de 1760, en ciertas regiones como los Países Bajos, Alsacia y Prusia se asistió a reflujos parciales de la consistencia demográfica. Si se considera el caso francés, se puede poner de relieve una disminución entre 1690 y 1720 y una situación de estancamiento en las dos décadas siguientes. Los flujos en este sector estaban en relación con los comportamientos colectivos que en las distintas áreas se podían observar por lo que se refiere al matrimonio. En las zonas más occidentales de Europa se tiene más en cuenta las exigencias vinculadas con el nivel de vida: estas exigencias indujeron a veces a un índice más bajo de natalidad, pero por otra parte pudieron contribuir a hacer que las poblaciones aprovecharan en mayor grado las oportunidades ofrecidas por las nuevas tecnologías agrícolas e industriales. En esos países de Occidente persistía una costumbre que preveía un matrimonio bastante tardío y menos generalizado. En el este y sur de Europa, el matrimonio más bien precoz y casi universal generaba un número de hijos más elevado.
El fuerte incremento demográfico de las regiones del este y del noroeste europeos estuvo relacionado con la colonización de nuevas tierras y con el asentamiento de la población en zonas casi vírgenes. Debe mencionarse el caso de los habitantes de Rusia, que pasaron de doce millones desde 1690 a quince desde 1725 y treinta desde finales del siglo XVIII.
Otra situación que merece ser puesta de relieve es el caso de Inglaterra, donde los progresos de la higiene personal, familiar y urbana fueron indiscutiblemente notables. En este país el momento del matrimonio tendió a ser anticipado y, por otro, la revolución agrícola redujo claramente la incidencia de la carestía y aseguró un mejor aprovisionamiento alimenticio. El índice de natalidad se mantuvo alto a partir de 1720 y el de mortalidad descendió. La población excedente del campo se estableció en parte en centros urbanos costeros o del interior, se asistió así en Inglaterra a casos de rápidos incrementos de la población en varias ciudades: Londres paso de 575.000 hab. En 1700 a 948.000 en 1800, Edimburgo de 36.000 a 83.000, Manchester de 8.000 a 84.000, Glasgow de 13.000 a 70.000, etc.
En Italia la tendencia de las aglomeraciones corresponde a la regla normal de Occidente, la comparación de sus poblaciones con los centros ingleses resulta bastante elocuente: Nápoles pasó de 300.000 a 430.000, Roma de 135.000 a 153.000, Milán de 125.000 a 135.000, Turín de 40.000 a 82.000, Livorno de 23.000 a 53.000, etc. Con todo, la población global de la península italiana registró un incremento notable en el transcurso del siglo XVIII, pasando de trece millones en 1700 a diecisiete en 1770 y a veinte a partir de 1820.
También fue en aumento la población global de Francia que pasó en el transcurso del siglo XVIII de 19 a 26 millones: París pasó de 500.000 hab. En 1700 a 550.000 en 1800, Lyon de 97.000 a 109.000, Burdeos de 45.000 a 96.000, Nantes de 47.000 a 77.000, Ruán de 50.000 a 80.000, etc. Los aumentos notables se verificaron solamente en los puertos atlánticos, que se beneficiaron de las fortunas coloniales del país.
El proceso demográfico de los centros de área germánica estuvo caracterizado por el gran ascenso de sus capitales: Viena de 114.000 a 247.000, Berlín de 55.000 a 172.000, Hamburgo de 70.000 a 130.000, Frankfurt de 28.000 a 48.000, Augsburgo de 21.000 a 30.000, etc.
No muy diferente fue la evolución de las ciudades españolas: Madrid de 140.000 a 168.000, Barcelona de 34.000 a 100.000, Valencia de 50.000 a 80.000, Sevilla de 72.000 a 96.000, Cádiz de 40.000 a 70.000, etc. La población española pasó de 7.400.000 de 1750 a 10.400.000 en 1787, la del imperio de los Habsburgo ascendió a 24 millones gracias a la nuevas conquistas italianas y eslavas.
Polonia permitió al estado prusiano contar desde 1740 con cinco millones y medio. En cambio en antiguo establecimiento urbano de la región correspondiente a la actual Bélgica no siguió el ritmo europeo: Bruselas paso de 80.000 en 1700 a 60.000 en 1800, Amberes de 67.000 a 62.000, Gante de 52.000 a 55.000, Lieja de 45.000 a 55.000 y Brujas de 35.000 a 31.000.
En la parte oriental de Europa, destacamos: Moscú de 130.000 a 300.000, san Petersburgo de 2.000 a 220.000, Praga de 48.000 a 79.000, Varsovia de 40.000 a 60.000, Bucarest de 45.000 a 50.000, Dantzig de 40.000 a 37.000, etc.
Finalmente, es significativa la relación que en varios países europeos subsistía entre los miembros de la nobleza y el conjunto de la población. La más alta, entre 7 % y 18 % se encontraba en España, seguida por Hungría (4,6%) y Rusia (3 %). Mientras que en Italia, Francia e Inglaterra esa relación giraba alrededor del 1%. El extremo más bajo se registraba en Suecia (0,5 %). En el conjunto del continente, sobre 170-190 millones de habitantes, los nobles oscilaban entre los 4 y 5 millones.
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