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La Cultura Del Barroco

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Una gran parte de la cultura más difundida siguió siendo la transmitida por los ministros de las distintas confesiones. El siglo XVII es un periodo de predicación intensa y meticulosa más sistemática y organizada que los siglos anteriores. En el campo católico su exponente fueron los jesuitas y en el campo protestante lo más aguerridos fueron los puritanos ingleses. Frente a ellos había un conjunto de cátedras de enseñanza mucho más tupido que antes. Se trataba de niveles culturales distintos y poco comunicados entre sí, el primero correspondía a estratos amplios y en gran parte analfabetos de la población y, el segundo, a grupos más restringidos y de condición más elevada.
La preocupación por saber leer y escribir para poseer una cultura personal fue sumamente rara, la mayor parte de la gente buscaba la instrucción como requisito técnico o profesional, incluso para esto, la formación de las ideas morales y de las normas de conducta estaba en manos del clero. Así mismo, existía un desnivel bastante claro entre la alfabetización de la gente de las ciudades y de las que vivían en el campo, en Narbona, por ejemplo, el 90 % de los burgueses sabía leer y escribir a finales del siglo XVI, entre los artesanos urbanos el porcentaje era del 65 % y en el territorio circundante oscilaba entre el 10 y el 30 %. Desde un punto de vista global, se observa que al instrucción, a finales del XVI, estaba ya tan difundida en París casi como lo estará en el resto de Francia a finales del XVII. Hacia 1380, los 100000 habitantes de la capital francesa tenían 41 escuelas públicas para varones y 22 para mujeres, todas de pago. La situación variaba de unas zonas a otras, se ha afirmado que los países protestantes tenían, a final de siglo, el grado de instrucción más alto de Europa, sin embargo, en el radio de acción católica se realizaron grandes progresos, en París desde mitad de siglo cada parroquia poseía una escuela gratuita para los pobres y a finales del siglo el número de mujeres alfabetizadas era casi igual al de los hombres.
El sistema de censura de las obras impresas era mayor en los países católicos que en los protestantes, con todo, la censura actuaba con criterios diferentes según los estados: en España se podía escribir libremente sobre problemas económicos y coloniales pero no sobre filosóficos y morales. De todas formas el control de los gobiernos resultó casi tan constrictivo como el de las iglesias. En París, por ejemplo, el libro gozó de una mayor libertad que fue en aumento hacia finales de siglo. Desde el punto de vista de la lengua empleada, la progresión de los idiomas nacionales fue relativamente lenta, en el ultimo tercio del siglo XVI, el 65 % de los libros publicados en Frankfurt no estaban escritos en alemán, éstos descendieron al 50 % a comienzos del XVII y desde 1680 estaban en clara minoría.
El siglo XVII fue el siglo de las publicaciones políticas, en el tiempo de la Fronda, aparecieron en París más de cuatro mil opúsculos de propaganda y, durante la revolución inglesa (1640-1661) se publicaron al menos quince mil, donde los diarios británicos tuvieron un desarrollo prodigioso y pasaron de 4 en 1641 a 167 en 1644 y a 722 en 1645. en París igualmente, los periódicos constituyeron un sector independiente de la actividad de la imprenta. Los primeros periódicos eran las versiones tipográficas de los que circulaban manuscritos en el siglo anterior y ahora contenían crónicas reunidas de diversas ciudades europeas en lugar de una sola. El primer semanario apareció en 1615 en Frankfurt. Los gobiernos aprovecharon este canal informativo, Richelieu encargó a Théophraste Renaudot la publicación de la “Gazette de France” en 1631, ejemplo seguido en Florencia en 1636, Roma en 1640, Génova en 1645 y Madrid en 1661. Inglaterra fue el primer país en poseer un prensa de oposición política a gran escala, siendo su mayor exponente Jhon Lilbourne en los años 1648-1649. el siglo XVII también el primero en poseer una literatura popular impresa, a la que contribuyó en gran parte la narrativa novelesca.
Este periodo no fue cultural y científicamente muy brillante para las universidades que no supieron fomentar el desarrollo del saber, se mantuvieron mucho tiempo fieles a la escolástica tradicional. Muchas desempeñaron la función de proporcionar a los hombres cualificados para ocupar los puestos superiores de la administración y de los tribunales. En muchos sitios se exigía un título universitario, así que pequeños nobles o burgueses debían pasar por estos centros de enseñanza superior. La función internacional de las universidades no decreció y su función cultural resultó cada vez más integrada en otras instituciones.
En este siglo florecieron las academias y estaban, sin duda, reservadas a una elite y que se abrían a un círculo de nivel cultural y ambiente social determinado. Sucedió a menudo, sobre todo entre los literatos, que se formaba para tener un público al que poder destinar su producción. Lo que más cuenta, a pesar del respeto a la ortodoxia religiosa, es que se trataba de cenáculos laicos, libres de tratar cualquier tema y capaces de afrontar problemas de actualidad o de utilidad pública. La vida cultural de estas academias se completaba con los intercambios que se producían entre ellas y con las visitas que recibían. Cada vez era más frecuente el viaje de actualización y estudio que muchos nobles, burgueses y artistas, llevaban a cabo para perfeccionar su formación. El país que más objeto de esas visitas temporales era, por su patrimonio artístico, cultural y científico, Italia, donde afluían visitantes de toda Europa.
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