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Las Guerras De Italia

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Entre finales del siglo XV y principios del XVI, Francia había demostrado ser, a pesar de la pérdida del reino napolitano, la potencia más emprendedora en la península italiana. Controlaba buena parte del Piamonte, dominaba el ducado de Milán y, desde 1507, ocupaba también Génova. La política de Julio II le había permitido consolidar su preponderante presencia: Ferrara y Mantua eran sus fieles aliadas y le ofrecían una preciosa cuña en llanura bañada por el Po.
Su fuerza militar, tenía luces y sombras, disponía de un aguerrido grupo de artillería y de una caballería pesada formada por la flor de su numerosa nobleza, pero le faltaba infantería moderna, disponía sólo de grupos de infantes compuestos de cadetes indisciplinados. Se orientaba hacia los suizos y alemanes de donde reclutaba como mercenarios a millares de hombres para cualquier campaña, gracias a los notables recursos financieros de que disponía.
En la infantería helvética, se verificaba lo que no ocurría en Francia o Italia, que los nobles asumiesen la función de oficiales a pie para dirigir a los infantes. Los cuadros de piqueros suizos, nobles, caballeros, artesanos y campesinos se encontraban eficazmente unidos que unido a su rígida disciplina había constituido el secreto de sus victorias frente a Carlos el Temerario y luego en Italia.
Otros países relativamente pobres habían formado infanterías similares, los lansquenetes, que provenían de los estados hereditarios austriacos y de las zonas vecinas de Alemania meridional, donde los pequeños señores feudales o los cadetes nobles reclutaban a los campesinos formando una tropa excelente, un fenómeno análogo había tenido lugar durante las guerras de Italia. Constatada la inferioridad de la infantería española frente a la suiza, que militaba para los franceses, Gonzalo de Córdoba había tomado a esta última como modelo desde su primera campaña calabresa de 1495-1496 y la pequeña nobleza española no dudó en abastecer cada vez con sus miembros a las filas de esa infantería, que se debía revelar muy pronto como una de las mejores de Europa.
Reanudada la guerra en Italia, durante dos décadas se extendió por todo su territorio, los españoles, en el norte, sufrieron importantes reveses iniciales. El ejército francés, al mando de Gastón de Foie, había pasado al contraataque en la llanura del Po a comienzos de 1512. el 10 de abril, 2000 lanceros, 3000 soldados de caballería ligera, 18000 infantes y 50 piezas de artillería atacaron el campo italoespañol, situado en la cercanías de Rávena, y con notable inferioridad numérica. En esta batalla, los lansquenetes, se mostraron por primera vez a la altura de los helvéticos. Aunque la infantería española, bien secundada por la italiana, pareció tomar ventaja inicial, no fue suficiente, el duque de Ferrara, tras un primer empleo no muy eficaz de la artillería francesa, colocó sus cañones de forma que abatiese a la caballería española y ésta lanzó un prematuro ataque sufriendo muchas pérdidas y permitiendo a la caballería enemiga realizar un decisivo movimiento envolvente que deshizo las filas de la infantería italoibérica. Sangrienta victoria que costó la vida a Gastón de Foie, pero que quedó sin fruto inmediato. Las hostilidades prosiguieron al año siguiente con un cambio total en las alianzas: el acuerdo de Julio II con el emperador Maximiliano hizo que Venecia volviera al bando francés. Los suizos, derrotados en Novara en 1513, se reconciliaron con el Papa León X. El emperador Maximiliano se quedó aislado en sus pretensiones sobre el ducado de Milán y la Tierra Firme veneciana. Al año siguiente, Francisco I, que había sucedido a Luis XII, emprendió el camino de Lombardía con 60000 hombres y 75 cañones. La gran batalla de Marignano (1515), en dos jornadas sucesivas, opuso a los piqueros helvéticos a sueldo por el duque de Milán contra los lansquenetes del Cristianísimo. El día 13 el éxito del enfrentamiento era incierto, el 14 los suizos daban la impresión de prevalecer, la vanguardia del ejército veneciano se presentó de improviso y la caballería de Bartolomeo d´Alviano los sorprendió por el flanco y la espalda mientras los lansquenetes se reorganizaban, volvían al ataque y aniquilaban al enemigo. La victoria permitía a los venecianos recuperar su Tierra Firme y a los franceses el ducado de Milán.
A la muerte de Fernando el Católico, Carlos de Habsburgo quiso firmar con Francisco I el tratado de Noyon (18 agosto 1516) era sólo una tregua. A la muerte de Maximiliano, enero de 1519, el 28 de junio era elegido para el trono imperial el rey de España, que se convirtió en Carlos V, contra la candidatura del soberano francés. Venecia estrechó sus lazos con Francia ante el aumento del poder imperial. Francisco I reabrió las hostilidades con apoyo de los cantones suizos, pero en 1521 el emperador volvió a poner d Francisco María, heredero de los Sforza, en el ducado de Milán, cuya posesión se convirtió indispensable para ambos competidores.
El general francés Lautrec atacó entre Monza y Milán el campo fortificado enemigo, el 27 de abril de 1522 sus mercenarios helvéticos se encontraron con los arcabuceros españoles en cuatro líneas sucesivas de mil hombres que mientras una disparaba las otras cargaban produciendo una derrota gravísima a las tropas suizas. Los arcabuceros disparaban a una distancia de doscientos metros con balas capaz de perforar todo tipo de corazas y la zona que tenían que recorrer los enemigos era más ancha y más mortal y peligrosa, el contraataque de los infantes españoles y alemanes provocó la muerte de al menos 3000 enemigos.
Francia no se resignaba a la pérdida del Milanesado y en otoño de 1523 envió un nuevo ejército para recuperarle. En otoño de 1524, Francisco I regresaba a Lombardía y obligaba a las tropas enemigas a refugiarse en Pavía en espera de refuerzos, llegados éstos en 1525, Pescara, comandante imperial, inició las operaciones para liberar Pavía, bajo cuyas murallas se encontraba el ejército francés. La victoria española se debió esencialmente a la excelente actuación de los arcabuceros, a la acción de los lansquenetes y a la salida de las tropas asediadas que sorprendieron por la espalda al adversario. El rey no pudo evitar su captura y Carlos V lo envió prisionero a Madrid, donde se vio obligado a firmar en enero de 1526 cuyas condiciones casi humillantes, una vez liberado, se negó a observar.
El 22 de mayo del mismo año, en Cognac, bajo la égida de Francia, se reconstituyó una liga italiana contra la preponderancia española, se adhirieron a ella: Venecia, Florencia, el Papa y el duque de Milán. Las fuerzas venecianas y pontificias no pudieron frenar a los lansquenetes imperiales que, al mando del condestable de Borbón, se dirigieron a Roma y la tomaron a saco (6 de mayo de 1527). Los franceses al año siguiente asediaron Nápoles que resultó un fracaso y donde murió Lautrec. En Italia septentrional, en 1529, los arcabuceros españoles se impusieron a los lansquenetes adversarios sin que la caballería francesa pudiese restablecer la situación. Desde entonces el rey de Francia no lograría jamás arrebatar a los españoles el ducado de Milán.
Carlos V, que se había reconciliado con el Papa Clemente VII, estaba llevando a cabo otra campaña para reforzar sus posesiones en Italia, los florentinos habían proclamado la república, pero su deficiente organización y su falta de cohesión militar, les hizo capitular al asedio en agosto de 1530 y renunciar para siempre a los ordenamientos republicanos y acoger a un príncipe, el duque de Médicis.
Francia había acabado suscribiendo la Paz de Cambrai (5 de agosto de 1529) a la espera de ser capaz de reemprender la ofensiva. A escala mundial y europea el conflicto no estaba acabado, pero en Italia el triunfo de casa de Habsburgo parecía evidente. Lo sancionó el coronamiento de Carlos V que tuvo lugar en Bolonia ante los representantes de todos los estados italianos que aceptaron la supremacía del Imperio.
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