Tendencias de la economía
El siglo XVII no se presenta para Europa como una fase de desarrollo y expansión, a pesar de ampliarse e intensificarse los intercambios con los demás continentes. Cuando los especialistas hablan de la economía de este periodo, emplean términos negativos como crisis, depresiones o recesiones, de modo análogo a los demógrafos.
Si se quiere explicar la evolución de la situación económica, se debe analizar dentro del contexto general, donde se observa que el aumento de las especias en Extremo Oriente, la equiparación de la relación asiática oro-plata con la europea, el freno impuesto a los productos europeos en el mercado mexicano contribuyeron al estancamiento por lo menos relativo de los intercambios.
En Europa, Holanda e Inglaterra se resintieron menos de las dificultades económicas que España o Polonia, la recesión de las ciudades de la llanura italiana del Po repercutió en los mercados de Alemania meridional y aquí y en Renania se resintieron negativamente del colapso de Amberes, que también fue pernicioso para España.
Los historiadores de la economía ven en el siglo XVII una constelación de depresiones (desde la producida en 1620-1630 hasta las ocurridas en 1660-1670 y 1690-1700) sin tener en cuenta que, particularmente en España y en Italia, ya se verificó una a finales del siglo XVI con el declive da las importaciones de metales preciosos procedentes de América. En el siglo XVII, la economía castellana acusó bastante bruscamente el final de un periodo de expansión, así como un retroceso demográfico y dificultades financieras. La disminución de las llegadas de oro y plata a España se volvieron a producir entre 1610 y 1620, seguida de una contracción de los comercios entre la madre patria y los virreinatos del otro lado del Atlántico; se ha calculado que al quinta parte correspondiente a la corona de los metales preciosos importados pasó de once millones de pesos en el quinquenio 1601-1605 a 600000 pesos en el quinquenio 1656-1660. la inflación monetaria derivada de ello fue bloqueada en 1679 con las medidas tomadas por el gobierno de Carlos II.
La economía mundial de España, tras haber condicionado el desarrollo europeo del siglo XVI, lo influenciaba negativamente mientras su flota mercante declinaba de modo claro. En el Mediterráneo, repercutió en las primeras décadas del siglo XVII la llegada masiva de los holandeses al océano Índico, su aparcamiento de las especias y de los mismos productos del mercado persa, que ahora llegaban a Ámsterdam por la ruta atlántica, las marinas mediterráneas, con excepción de la francesa, cedían el paso en aguas de Levante a la victoriosa competencia de las naves holandesas e inglesas. Se resentían las exportaciones italianas y con ello la producción que se redujo considerablemente debido a la competencia de los tejidos ingleses y holandeses introducidos directamente en los mercados mediterráneos por sus respectivas marinas. La economía balcánica acusaba, igualmente, un notable estancamiento. A excepción de Riga, los puertos bálticos sufrieron entre 1620 y 1650 un declive que llegó a repercutir incluso en Londres. En suma, aún cuando Europa entera fue invadida progresivamente por una oleada de crisis en la primera mitad del siglo XVII, en los países septentrionales no se verificó una auténtica disminución de las fuerzas comerciales.
Las monedas de oro y plata no eran objeto de circulación popular, se concentraban en manos de quienes se ocupaban del comercio externo. A escala europea, el metal precioso provenía sobre todo de España. Para el incremento de sus negocios, tanto holandeses como ingleses tenían necesidad de ese metal, los holandeses pudieron consolidar su situación en el Norte gracias a disponer de esos metales. Las Provincias Unidas habían concedido libertad de movimiento a las divisas y constituyeron un gran mercado de lingotes de oro y plata. La plata española era obtenida a cambio de trigo, cobre, estaño, tejidos y madera, una parte se iba hacia el Báltico y otra hacia las Indias orientales y China. Ante el incremento del valor de la plata los estados recurrieron al cobre para la acuñación de sus monedas. Se produjeron fuertes devaluaciones, las mayores en Turquía, Polonia y Francia y también en Rusia donde el cópec de cobre sustituyó al de plata. Con relación al oro, la plata se devaluó en Europa desde la mitad del siglo XVII, llegó al mercado un nuevo protagonista: el oro de los yacimientos aluviales brasileños de Minas Gerais (Mato Grosso) y de la región de Bahía.
También en este siglo los imperativos religiosos dejaron de ejercer su primacía sobre la actividad económica, aunque la noción de justo precio siguió estando viva y siguió inspirando la política de las autoridades, sobre todo en el campo de la alimentación.
Los comercios
A pesar de los progresos realizados en los tráficos terrestres, estos fueron turbados tanto por los frecuentes y prolongados conflictos bélicos como por fenómenos naturales. Ls administraciones públicas no fueron capaces de obviar la mala calidad de las rutas ni la difícil circulación por los cursos de agua, a excepción del Rin que constituía un eje de importancia muy notable para las numerosas chalanas que lo surcaban, llevando hasta Frankfurt del Main el pescado holandés y los tejidos flamencos para regresar con cargas de vino, aceite, fustanes o seda, etc.
Interesente fue el desarrollo seguido por el comercio de la lana inglesa y de sus productos, sobre todo en la época del florecimiento de Amberes, su exportación al continente era ingente y excedía a la demanda local. La lana era llevada a un staple o factoría, que tras la pérdida de Calais (1558) fue sucesivamente situado en Middelburg y en Brujas. En 1617, la factoría fue abolida y se prohibió la exportación ya que la lana era necesaria para la industria insular, que además empezaba a importarla de España. Los ingleses tenían factorías en los Países Bajos y en las Provincias Unidas dominando el mercado de telas de calidad, también hicieron competencia a los holandeses en el Báltico, aunque aquí el volumen holandés era muy alto ya que 1666, las tres cuartas partes del capital que pasaba a través de la Bolsa de Ámsterdam se invertía en aquella zona. Ni siquiera las Actas de comercio emanadas desde Inglaterra y las tarifas aduaneras impuestas por Francia (1664 y 1667) lograron quitar a los holandeses la primacía comercial, que mantenían el control de los tráficos en Europa.
Uno de los principales artículos casi monopolizados por ellos era la madera, indispensable para la actividad de los astilleros, que tras agotar las reservas españolas, inglesas y francesas hubo que recurrir a Noruega y el Báltico, Dantzing era el principal puerto de la madera. Los tráficos de las marinas fueron sumamente intensos a través del Sund en el Báltico, así mismo, las marinas nórdicas fueron muy activas en el Mediterráneo, los holandeses en 1670 tenían 200 naves de 360 Tm., los ingleses les hicieron una competencia muy activa, preparando lentamente la supremacía que alcanzarían en el siglo siguiente. Así, el Mediterráneo era un teatro de intensas corrientes de intercambio, y de esa zona y en particular de Italia los países nórdicos copiaron la técnica comercial, sobre todo en el campo de la contabilidad, así los mercaderes holandeses se aplicaron atentamente a hacer suyos los métodos de la actividad bancaria, en Suiza, éstos fundaron manufacturas de terciopelo, introdujeron la industria de la seda y el cultivo de la morera, librando a los cantones de la dependencia económica de los países limítrofes. Se desarrollaron las técnicas aseguradoras, crediticias y financieras que contribuyeron a la expansión comercial y teniendo un particular desarrollo las sociedades basadas en la inversión permanente de capitales. La expansión de este capitalismo comercial favoreció innegablemente la reorganización de la producción industrial.
Mercantilismo e industrias
Un fenómeno nuevo producido en el siglo XVII fue el nacimiento de las políticas mercantilistas inspiradas en el nacionalismo, contaban con numerosos precedentes en las practicadas por las ciudades al inicio de la Baja Edad Media que ahora tuvieron mayor repercusión internacional. Muchos gobiernos actuaron con la convicción de que era una de sus funciones el disciplinar la actividad económica de sus propios súbditos y uno de los criterios fue controlar el volumen de las importaciones y desarrollar las exportaciones, así se tenía muy en cuenta la balanza comercial y se intentaba equilibrar con la producción agrícola e industrial.
La guerra apareció como la desembocadura natural de las rivalidades económicas y del comercio como su prolongación por diversos medios, es decir, que a los motivos dinásticos de conflicto propios de la Europa de los siglos XIV y XV y a los confesionales del XVI se unieron entonces los específicamente económicos.
La rivalidad económica constituyó un componente relevante en la primera guerra entre ingleses y holandeses, el Acta de Navegación de 1651 pretendía eliminar a los holandeses del comercio de importaciones a Inglaterra. El segundo conflicto en 1665 fue considerado como el clásico ejemplo de una guerra comercial. Los holandeses además de chocar con el mercantilismo inglés, no tardaron en hacer lo propio con el francés. Para ingleses y franceses, la desorbitante actividad marítima de lo holandeses era incompatible con la noción de soberanía económica y para los holandeses la razón de estado estaba subordinada a los intereses privados del comercio.
En el transcurso del siglo XVII, la organización de la industria siguió llevando un retraso bastante considerable con respecto a la del comercio a pesar de las persistentes reglamentaciones corporativas. Sólo en Inglaterra y en Holanda la industria logró sustraerse al control de las guildas y responder de un modo más ágil a las exigencias de la demanda y de la moda. El grueso de la actividad manufacturera, el sector textil, siguió siendo de tipo artesano o incluso doméstico como la producción de lana —1969 unos 40000 operarios trabajaban en sus domicilios en Manchester—, a pesar de algunos momentos de crisis la industrial textil inglesa fue bastante próspera sacando gran partido de la inmigración de numerosos oriundos de los Países Bajos meridionales. En la producción de seda fue la italiana la más destacada y mejor provista de materia prima. En metalurgia, la industria del cobre y del hierro fue notablemente estimulada en Suecia a causa de las confrontaciones bélicas, la industria de la fundición en Inglaterra y Suecia desplazó a favor de los países nórdicos el equilibrio económico europeo. El carbón se convirtió en una importante materia prima de la industria, su aprovechamiento —aún inicial— favoreció el desarrollo del sistema capitalista de producción.
El siglo XVII no se presenta para Europa como una fase de desarrollo y expansión, a pesar de ampliarse e intensificarse los intercambios con los demás continentes. Cuando los especialistas hablan de la economía de este periodo, emplean términos negativos como crisis, depresiones o recesiones, de modo análogo a los demógrafos.
Si se quiere explicar la evolución de la situación económica, se debe analizar dentro del contexto general, donde se observa que el aumento de las especias en Extremo Oriente, la equiparación de la relación asiática oro-plata con la europea, el freno impuesto a los productos europeos en el mercado mexicano contribuyeron al estancamiento por lo menos relativo de los intercambios.
En Europa, Holanda e Inglaterra se resintieron menos de las dificultades económicas que España o Polonia, la recesión de las ciudades de la llanura italiana del Po repercutió en los mercados de Alemania meridional y aquí y en Renania se resintieron negativamente del colapso de Amberes, que también fue pernicioso para España.
Los historiadores de la economía ven en el siglo XVII una constelación de depresiones (desde la producida en 1620-1630 hasta las ocurridas en 1660-1670 y 1690-1700) sin tener en cuenta que, particularmente en España y en Italia, ya se verificó una a finales del siglo XVI con el declive da las importaciones de metales preciosos procedentes de América. En el siglo XVII, la economía castellana acusó bastante bruscamente el final de un periodo de expansión, así como un retroceso demográfico y dificultades financieras. La disminución de las llegadas de oro y plata a España se volvieron a producir entre 1610 y 1620, seguida de una contracción de los comercios entre la madre patria y los virreinatos del otro lado del Atlántico; se ha calculado que al quinta parte correspondiente a la corona de los metales preciosos importados pasó de once millones de pesos en el quinquenio 1601-1605 a 600000 pesos en el quinquenio 1656-1660. la inflación monetaria derivada de ello fue bloqueada en 1679 con las medidas tomadas por el gobierno de Carlos II.
La economía mundial de España, tras haber condicionado el desarrollo europeo del siglo XVI, lo influenciaba negativamente mientras su flota mercante declinaba de modo claro. En el Mediterráneo, repercutió en las primeras décadas del siglo XVII la llegada masiva de los holandeses al océano Índico, su aparcamiento de las especias y de los mismos productos del mercado persa, que ahora llegaban a Ámsterdam por la ruta atlántica, las marinas mediterráneas, con excepción de la francesa, cedían el paso en aguas de Levante a la victoriosa competencia de las naves holandesas e inglesas. Se resentían las exportaciones italianas y con ello la producción que se redujo considerablemente debido a la competencia de los tejidos ingleses y holandeses introducidos directamente en los mercados mediterráneos por sus respectivas marinas. La economía balcánica acusaba, igualmente, un notable estancamiento. A excepción de Riga, los puertos bálticos sufrieron entre 1620 y 1650 un declive que llegó a repercutir incluso en Londres. En suma, aún cuando Europa entera fue invadida progresivamente por una oleada de crisis en la primera mitad del siglo XVII, en los países septentrionales no se verificó una auténtica disminución de las fuerzas comerciales.
Las monedas de oro y plata no eran objeto de circulación popular, se concentraban en manos de quienes se ocupaban del comercio externo. A escala europea, el metal precioso provenía sobre todo de España. Para el incremento de sus negocios, tanto holandeses como ingleses tenían necesidad de ese metal, los holandeses pudieron consolidar su situación en el Norte gracias a disponer de esos metales. Las Provincias Unidas habían concedido libertad de movimiento a las divisas y constituyeron un gran mercado de lingotes de oro y plata. La plata española era obtenida a cambio de trigo, cobre, estaño, tejidos y madera, una parte se iba hacia el Báltico y otra hacia las Indias orientales y China. Ante el incremento del valor de la plata los estados recurrieron al cobre para la acuñación de sus monedas. Se produjeron fuertes devaluaciones, las mayores en Turquía, Polonia y Francia y también en Rusia donde el cópec de cobre sustituyó al de plata. Con relación al oro, la plata se devaluó en Europa desde la mitad del siglo XVII, llegó al mercado un nuevo protagonista: el oro de los yacimientos aluviales brasileños de Minas Gerais (Mato Grosso) y de la región de Bahía.
También en este siglo los imperativos religiosos dejaron de ejercer su primacía sobre la actividad económica, aunque la noción de justo precio siguió estando viva y siguió inspirando la política de las autoridades, sobre todo en el campo de la alimentación.
Los comercios
A pesar de los progresos realizados en los tráficos terrestres, estos fueron turbados tanto por los frecuentes y prolongados conflictos bélicos como por fenómenos naturales. Ls administraciones públicas no fueron capaces de obviar la mala calidad de las rutas ni la difícil circulación por los cursos de agua, a excepción del Rin que constituía un eje de importancia muy notable para las numerosas chalanas que lo surcaban, llevando hasta Frankfurt del Main el pescado holandés y los tejidos flamencos para regresar con cargas de vino, aceite, fustanes o seda, etc.
Interesente fue el desarrollo seguido por el comercio de la lana inglesa y de sus productos, sobre todo en la época del florecimiento de Amberes, su exportación al continente era ingente y excedía a la demanda local. La lana era llevada a un staple o factoría, que tras la pérdida de Calais (1558) fue sucesivamente situado en Middelburg y en Brujas. En 1617, la factoría fue abolida y se prohibió la exportación ya que la lana era necesaria para la industria insular, que además empezaba a importarla de España. Los ingleses tenían factorías en los Países Bajos y en las Provincias Unidas dominando el mercado de telas de calidad, también hicieron competencia a los holandeses en el Báltico, aunque aquí el volumen holandés era muy alto ya que 1666, las tres cuartas partes del capital que pasaba a través de la Bolsa de Ámsterdam se invertía en aquella zona. Ni siquiera las Actas de comercio emanadas desde Inglaterra y las tarifas aduaneras impuestas por Francia (1664 y 1667) lograron quitar a los holandeses la primacía comercial, que mantenían el control de los tráficos en Europa.
Uno de los principales artículos casi monopolizados por ellos era la madera, indispensable para la actividad de los astilleros, que tras agotar las reservas españolas, inglesas y francesas hubo que recurrir a Noruega y el Báltico, Dantzing era el principal puerto de la madera. Los tráficos de las marinas fueron sumamente intensos a través del Sund en el Báltico, así mismo, las marinas nórdicas fueron muy activas en el Mediterráneo, los holandeses en 1670 tenían 200 naves de 360 Tm., los ingleses les hicieron una competencia muy activa, preparando lentamente la supremacía que alcanzarían en el siglo siguiente. Así, el Mediterráneo era un teatro de intensas corrientes de intercambio, y de esa zona y en particular de Italia los países nórdicos copiaron la técnica comercial, sobre todo en el campo de la contabilidad, así los mercaderes holandeses se aplicaron atentamente a hacer suyos los métodos de la actividad bancaria, en Suiza, éstos fundaron manufacturas de terciopelo, introdujeron la industria de la seda y el cultivo de la morera, librando a los cantones de la dependencia económica de los países limítrofes. Se desarrollaron las técnicas aseguradoras, crediticias y financieras que contribuyeron a la expansión comercial y teniendo un particular desarrollo las sociedades basadas en la inversión permanente de capitales. La expansión de este capitalismo comercial favoreció innegablemente la reorganización de la producción industrial.
Mercantilismo e industrias
Un fenómeno nuevo producido en el siglo XVII fue el nacimiento de las políticas mercantilistas inspiradas en el nacionalismo, contaban con numerosos precedentes en las practicadas por las ciudades al inicio de la Baja Edad Media que ahora tuvieron mayor repercusión internacional. Muchos gobiernos actuaron con la convicción de que era una de sus funciones el disciplinar la actividad económica de sus propios súbditos y uno de los criterios fue controlar el volumen de las importaciones y desarrollar las exportaciones, así se tenía muy en cuenta la balanza comercial y se intentaba equilibrar con la producción agrícola e industrial.
La guerra apareció como la desembocadura natural de las rivalidades económicas y del comercio como su prolongación por diversos medios, es decir, que a los motivos dinásticos de conflicto propios de la Europa de los siglos XIV y XV y a los confesionales del XVI se unieron entonces los específicamente económicos.
La rivalidad económica constituyó un componente relevante en la primera guerra entre ingleses y holandeses, el Acta de Navegación de 1651 pretendía eliminar a los holandeses del comercio de importaciones a Inglaterra. El segundo conflicto en 1665 fue considerado como el clásico ejemplo de una guerra comercial. Los holandeses además de chocar con el mercantilismo inglés, no tardaron en hacer lo propio con el francés. Para ingleses y franceses, la desorbitante actividad marítima de lo holandeses era incompatible con la noción de soberanía económica y para los holandeses la razón de estado estaba subordinada a los intereses privados del comercio.
En el transcurso del siglo XVII, la organización de la industria siguió llevando un retraso bastante considerable con respecto a la del comercio a pesar de las persistentes reglamentaciones corporativas. Sólo en Inglaterra y en Holanda la industria logró sustraerse al control de las guildas y responder de un modo más ágil a las exigencias de la demanda y de la moda. El grueso de la actividad manufacturera, el sector textil, siguió siendo de tipo artesano o incluso doméstico como la producción de lana —1969 unos 40000 operarios trabajaban en sus domicilios en Manchester—, a pesar de algunos momentos de crisis la industrial textil inglesa fue bastante próspera sacando gran partido de la inmigración de numerosos oriundos de los Países Bajos meridionales. En la producción de seda fue la italiana la más destacada y mejor provista de materia prima. En metalurgia, la industria del cobre y del hierro fue notablemente estimulada en Suecia a causa de las confrontaciones bélicas, la industria de la fundición en Inglaterra y Suecia desplazó a favor de los países nórdicos el equilibrio económico europeo. El carbón se convirtió en una importante materia prima de la industria, su aprovechamiento —aún inicial— favoreció el desarrollo del sistema capitalista de producción.
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